Es una tarde de sábado cualquiera y estoy comenzando a empacar para mudarme una vez más. Es curioso, realmente me he mudado muchas veces en mi vida y me encanta la emoción de mover toda la energía para empezar de nuevo.
Algo que he ido descubriendo es que cada mudanza es una oportunidad para recorrer los capítulos de tu vida, y en mi caso, los kilómetros de recuerdos y objetos que los viajes te han ido dejando.
Por ejemplo, la primera caja que casi siempre empaco con mucho cuidado suele contener mis libros favoritos y sí, son libros que he ido adquiriendo en cada viaje. Hay libros en inglés, en francés y en español. Algunos son guías de museos, otros son literatura local, otros más, sobre gastronomía, arquitectura, diseño, en fin. Cada uno cuenta una pequeña anécdota de cada viaje.
Uno que particularmente amo es un libro de fotografía que mi sobrina me regaló la segunda vez que la visité en Francia. El libro se llama Paris, mon amour y ella lo compró para un curso que tomó en la Sorbonne sobre cultura francesa.
Me dijo que desde que lo tuvo en sus manos supo que yo me iba a enamorar de él, así que me lo regaló y para mí sigue siendo uno de los más lindos tesoros que tengo sobre mi ciudad favorita.
A partir de ese momento comencé a coleccionar libros sobre París. Entonces son mi tesoro. Por ejemplo, tengo uno sin una sola palabra, sólo tiene fotos de Belleville.
¿Por qué le tengo tanto amor a este libro? bueno pues porque sueño con poder algún día vivir en ese lindo barrio parisino que es ni más ni menos que el que vio nacer a Edith Piaf.
Belleville está situado en el distrito 20 y tiene en lo alto de una colina, un parque desde donde podrás tener una vista privilegiada de toda la ciudad.
Se llega fácilmente en metro y en ocasiones especiales, la gente lo visita para poder mirar los fuegos artificiales de año nuevo, por ejemplo.
Belleville también es famoso por su comida deliciosa y a muy buen precio, igual que los vinos en los bares. Aunque lamentablemente tampoco a escapado a la gentrificación y cada vez se pone todo más caro.
En mi biblioteca de tesoros también está uno con fotografías de Robert Doisneau que me regaló un amigo que sabe bien de mi amor por París.
Por supuesto, al empacar para una mudanza también aparecen todas esas cosas que uno ha ido comprando en cada viaje, por ejemplo, un reloj que compré en Italia, una vieja caja de dulces que compré en España, un cuadro comprado en Milán y libros, muchos libros, pasando por una almohada comprada en Lisboa y un viejo sombrero que encontré en un pulguero en Navigli.
Las mudanzas también son oportunidad para recordar cómo llegaron ciertas cosas a tu vida, y cómo otras se fueron, igual que las personas. Una mudanza es una oportunidad para recordar, para mirar esas viejas fotografías, ojear esos libros mientras les quitas el polvo y hasta para liberarte de aquello que ya no forma parte de la persona que eres en el presente.
Empacar tu casa entera te da la oportunidad también para encontrar esos pequeños souvenirs que la gente que igual que tú, viaja por el mundo, te ha traído. Por ejemplo, tengo varios ceniceros, aún cuando hace más de 20 años que no fumo. Ceniceros de Madrid, Nueva York, París, Roma que me dicen que la gente que me quiere siempre tiene un minuto para acordarse de mí mientras viaja. Eso mismo pasa con los imanes del refrigerador.
Obviamente, en las mudanzas también aparecen las fotografías, las tazas, los trastes, las cajas, las pulseras. Y así es cuando uno se da cuenta de que ya casi nunca tiene que comprar nada nuevo porque ha vivido lo suficiente como para que cada objeto cuente una historia y esa pequeña capacidad de almacenar recuerdos, lo convierta en algo indispensable y entrañable. Y a ti, ¿cuántos viajes se te agolpan en la memoria cada vez que te mudas de casa?