En hashtag: Libros
El cero y el infinito
A él, a Nicolás Salmanovith Rubachof, no le habían llevado
a la cima de una montaña, y, doquiera pusiese su mirada,
no veía más que el desierto y las tinieblas de la noche.
En El cero y el infinito
Los sistemas totalitarios que fueron impuestos en el siglo XX provocaron dolorosas heridas para la humanidad: costaron millones de vidas y es la fecha en la que no han sido superados.
Uno de esos sistemas que derivó en totalitarismo tiene que ver con el comunismo. Pero no fueron los ideales en sí, sino las personas que se encargaron de administrar el estado de las cosas, las que deformaron una ideología cuyo fin no era el que actualmente es difundido y reproducido a través de propaganda anticomunista.
La recomendación de esta semana es a propósito de esa ideología y los encargados de imponer mecanismos de control y destrucción moral: El cero y el infinito (1941; DeBolsillo, 2012), una novela monumental del autor húngaro Arthur Koestler (1905-1983).
Si bien se trata de una crítica a las prácticas que realizaban los administradores del sistema comunista, hay que decir que no es una crítica simplona, sin fundamento, sino que está asentada en un razonamiento profundo y tejida con inteligencia.
El cero y el infinito cuenta la historia de Nicolás Salmanovitch Rubachof, antiguo agente del Partido que un día es apresado y trasladado a una celda, de la que –estaba convencido– no saldrá con vida.
Recluido en un espacio oscuro, nada acogedor, Rubachof repasa la vida en espera de ser juzgado por el Partido. El narrador, omnisciente, lleva al lector a episodios del pasado reciente que pudieran resultar clave para la captura del hombre y las posteriores acusaciones que pesan en su contra.
A veces mira a través de la ventana que hay en su celda: el patio, la tarde o la mañana y sus cielos teñidos de rojo o lilas. Por momentos, a la sensación de vacío se suma un insoportable dolor de muelas que le impide encontrar un poco de calma.
En cierto momento entabla una conversación con su vecino de celda, a través de golpes en clave que se traducen en palabras. De esta forma, el lector obtiene algo de información que de a poco va entretejiendo la crítica del autor hacia las prácticas de quienes se adueñaron del comunismo.
Rubachof sabe que deberá enfrentarse a interrogatorios, acompañados de métodos de tortura –física y psicológica– que derivarán en la aceptación de todos los cargos de los que son acusados los detenidos y un posterior juicio.
Una vez que inician los interrogatorios, el personaje se asombra de que la persona encargada de cuestionarlo es Ivanof, antiguo camarada y compañero del Partido con quien Rubachof compartió años de juventud e ideología.
La celda se convierte en escenario de diálogos que se prolongan por horas, durante las madrugadas, entre los hombres. Se trata de uno de los recursos magistrales de Koestler que somete al lector a sofocos, a un cansancio tal cual lo experimenta el personaje central.
Así, los encuentros entre Rubachof e Ivanof representan el choque entre la ideología inicial del comunismo y en lo que derivó. Sin embargo, hay en ambos hombres puntos que aún les impiden llegar a odiarse.
Ante ello, la historia da un vuelco: Ivanof desaparece de escena y su lugar es tomado por Gletkin, que representa a la nueva generación que se apropió del comunismo con todas sus prácticas de aniquilación. Es un hombre-máquina incapaz de preguntarse si la ideología sigue su curso inicial o se desvió hacia el precipicio del que no podrá volver.
El cero y el infinito es una obra inteligente, dotada de un profundo humanismo que antepone al individuo antes que a las organizaciones o ideologías que terminan por aplastar al ser humano. Aunado a los magistrales diálogos, hay en la novela un grado de tensión que sumerge al lector en un mundo de tinieblas donde se escuchan los latidos del corazón y cuyo silencio, que zumba los oídos, a veces es interrumpido por un disparo en medio de la noche.
Hacia el final de la historia, Koestler entrega al lector párrafos y párrafos conmovedores que no dejan indiferente, reflexiones de un hombre que se pregunta en qué momento un sistema en apariencia beneficioso para la sociedad puede convertirse en un régimen aniquilador.
En la novela hay personajes que remueven las fibras y que por momentos obligan a cerrar el libro antes de romper en llanto. Es, pues, una obra que se sufre, pero se disfruta y agradece por la valentía del autor a no caer en la fácil propaganda anticomunista.
Un puente sobre el Drina
A partir del momento en que un gobierno experimenta
la necesidad de prometer a sus súbditos, por medio
de anuncios, la paz y la prosperidad, hay que mantenerse
alerta y esperar que suceda todo lo contrario.
Ivo Andrić
Cuando Ivo Andrić (1892-1975) fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, en 1961, el autor de origen bosnio solicitó al comité organizador, en plena ceremonia de premiación, que le permitieran hacer sonar una pieza musical que hoy en día es una especie de segundo himno para los serbios: Mars na Drinu (Marcha en el Drina), compuesta por el músico Stanislav Binicki, a principios de la Primera Guerra Mundial.
La obra musical fue creada en honor a la primera victoria del Ejército serbio liderado por Milivoj Stojanović, en 1913, durante la guerra balcánica que abrió el siglo XX. Desde entonces, las notas de la marcha suenan allí donde los serbios pretenden enaltecer su orgullo e infundir valor y valentía a los suyos.
Que Andrić realizara tan peculiar solicitud se entiende si se toma en cuenta que su obra más reconocida en el mundo tiene que ver precisamente con el tema: Un puente sobre el Drina (1945), una novela fascinante que lleva al lector a recorrer cuatro siglos de historia de una zona donde los conflictos bélicos parecen ser el «destino» y la cotidianidad de los hombres y las mujeres que habitan esa región del planeta, tan castigada desde hace tiempo.
La novela transcurre en la ciudad de Višegrad, cuando la región era dominada por el Imperio otomano. En la segunda década del siglo XVI, por órdenes del Gran Visir Mehmed Paša Sokolović, inicia la construcción de un puente sobre el río Drina, el mismo caudal donde Mehmed niño le fue arrebatado a su madre; luego, de cuna cristiana, fue convertido al islam.
La construcción –de piedra, majestuosa– tardó alrededor de cinco años, tras lo que se convirtió en una fortaleza, en zona frecuente de contingentes de soldados, en punto de encuentros y desencuentros sociales…
El autor relata anécdotas de una multitud de personajes que han pasado por ese sitio durante décadas y décadas, que han dejado parte de su vida sobre el puente.
Es una obra coral que plasma las formas del pensamiento de una u otra religión, mediante costumbres y otros elementos que dejan entrever sesgos de la intolerancia que impide la convivencia entre musulmanes, cristianos ortodoxos, judíos y católicos…
El puente fue el paisaje que el niño Ivo contemplaba; a través de los once arcos de la obra legendaria, observó el ir y venir de los hombres, de las mujeres; aprendió que la vida no se termina con la llegada de la muerte, sino cuando la convivencia se torna en guerra y no hay sitio para la paz.
Todo ello, años más tarde, en plena Segunda Guerra Mundial, lo inspiró para escribir una de las grandes novelas del siglo XX, rica en personajes y descripciones de distintas épocas. Personajes que conmueven y divierten, transportan a los sitios de esa forma en la que sólo la literatura es capaz.
Lo que más impresiona de Un puente sobre el Drina, además de la erudición del autor, es su capacidad para relatar encuentros y desencuentros, diferencias étnicas y religiosas; guerras que parecen absurdas –siempre lo son– sin tomar partido en uno u otro bandos: Andrić, magistralmente, relata los hechos como un testigo al que le duelen todos y cada uno de los conflictos que ocurren en la tierra que ama. (Hay que recordar que el Nobel de 1961 era partidario de la unidad en la antigua República Federal Socialista de Yugoslavia.)
Ivo Andrić supo leer la sociedad de su tiempo, de la que formaba parte. En Un puente sobre el Drina hay una advertencia respecto de que la intolerancia religiosa no solo puede desencadenar guerras en los Balcanes, sino en todo el mundo.
No es una novela para leerse en una tarde. Se trata de una obra que supone reflexión, visitas a los mapas, revisión de citas, etc. Es uno de esos libros que ilustran más que cualquier cantidad de clases de historia en algún aula. Andrić se convierte en un guía y se mantiene fiel a los testimonios de la historia de su tierra, sin caer en el propagandismo ni en la manipulación de los hechos.
El árbol
Hoy en día, los cuentos y relatos breves gozan de una amplia aceptación entre los lectores de ese género. Si bien no se trata de una forma actual, sí es en nuestros días cuando más escritores se han dado a la tarea de cultivar ese estilo.
Antón Chéjov (1860-1904) es considerado el más grande escritor de relatos breves en toda la historia, la principal referencia y un maestro del género. Mi recomendación de esta semana tiene que ver con otro maestro del relato breve, el polaco Sławomir Mrożek (Borzęcin, 29 de junio de 1930-Niza, 15 de agosto de 2013).
Marcado por la Segunda Guerra Mundial y el régimen estalinista en Polonia, Sławomir Mrożek tuvo una vida agitada y sus posturas ideológicas lo obligaron a cambiar de residencia y ocupación en diversas ocasiones.
Estas experiencias le permitieron explorar, a través de la creación literaria, la conducta de las personas que viven bajo sistemas totalitarios. Así, en su obra el lector encuentra lo mismo situaciones cómicas, que grotescas y dramáticas.
El árbol (Acantilado, 2003) es un conjunto de relatos breves en el que desfilan personajes que parten del realismo, pero toman caminos surrealistas y se ven inmersos en situaciones inimaginables, con estancias en lo absurdo.
El libro contiene 42 relatos breves, casi todos, piezas maestras del género. La traducción corrió a cargo de B. Zaboklicka y F. Miravitlles.
En «El árbol», texto que da nombre al libro, el lector se topará con un narrador-personaje que, en apenas página y media, da cuenta de un árbol que crece junto a una curva de carretera. Es un árbol que ha estado allí desde hace muchos años y el hombre recibe un mensaje de la autoridad local en el que le indica que debe ser derribado para evitar accidentes.
Sin embargo, el personaje decide emprender una empresa muy peculiar para evitar que los automovilistas choquen y el árbol sufra daños.
Hay que decir que en los textos de Sławomir Mrożek hay un humor que hará que el lector suelte una carcajada de cuando en cuando. Por ejemplo, en «Eso no se hace» nos enteramos de la historia de un hombre que, cierto día, leyó en un periódico acerca de la existencia de satélites. Se entera de que éstos fotografían todo lo que hay en la Tierra y ello desencadena en él una preocupación: el aspecto que tendrá cuando sea captado por un satélite.
Ante la inquietud, el personaje comienza a afeitarse, a cuidar su imagen; incluso se ve obligado a comprarse una corbata nueva. Cierto día, al solicitar su jubilación, le piden que adjunte una fotografía. Por ello escribe a las Naciones Unidas para que le envíen una foto de las que –está convencido– le han tomado los satélites. No recibe respuesta, por lo que se ve en la necesidad de acudir con un fotógrafo y pagar por dicho servicio. No obstante, al final decide rebelarse contra el cielo y los satélites mediante un acto que resulta bastante divertido.
En «Immanuel» se da el encuentro entre un guionista y un productor de cine. El primero decide adaptar la Crítica de la razón pura de Kant a una versión cinematográfica, pero encuentra resistencia ante el productor, quien le sugiere una serie de cambios que terminan por modificar el guion original y se somete a Kant a situaciones de risa.
Otro ejemplo del humor de Mrożek se encuentra en «Las cuitas del joven Werther»: un individuo se presenta ante el director de una filarmónica y le solicita una suma considerable de dinero por sus servicios. Pero estos dos ni siquiera se conocen. Resulta que el supuesto músico no sabe tocar un solo instrumento; al final, el director le sugiere que aprenda a tocar para poder exigirle lo que en un principio le pedía.
En El árbol hay una pasarela de personajes divertidos, absurdos, grotescos, cuyos ambientes sumergirán al lector en una experiencia única, gracias a la pluma de un narrador espléndido como lo fue Sławomir Mrożek.
La ampliamente recomendada editorial catalana Acantilado ha publicado varias obras de este autor: Juego de azar (2001), La vida difícil (2002), Dos cartas (2003), El árbol (2003), El pequeño verano (2004), La mosca (2005), Huida hacia el sur (2008), El elefante (2010) y La vida para principiantes (2013).
Lord
¡Ah!, el espejo, siempre queda el espejo
que no me deja mentir: tengo la cara de una fiera,
lo que me queda de cabello, desgreñado,
el ceño cargado, un Beethoven iracundo sin sordera ni música.
J.G.N.
Hay en Sudamérica una riqueza literaria de la que se puede sacar un buen puñado de grandes autores que aparecen en una y otra antologías. Pero hay nombres que se repiten una y otra vez y de pronto dan la sensación de preguntarse si es que no hay más escritores.
En este sentido cae uno en la cuenta de que la brasileña es una literatura acaso poco explorada y de la que nos llega información a cuentagotas.
A propósito de este asunto, esta semana me permito recomendar una novela salida del gigante sudamericano: Lord (2004; Adriana Hidalgo editora, 2006), de João Gilberto Noll (1946-2017).
La historia inicia cuando un hombre brasileño es llamado a Inglaterra por un militar británico. Se sabe que es autor de algunos libros, pero no quién es en sí. No hay un hilo que lleve al lector al pasado de esa persona. ¿Para qué ha sido llamado a Inglaterra? Ni el narrador –que es el propio protagonista– lo tiene claro.
De buenas a primeras, el hombre llega a Londres. Para ello, el británico le envía los pasajes y le otorga una casa a la que debe llegar, pues será su hogar en la capital inglesa.
Sin embargo, el motivo del llamado lo desconoce; el protagonista únicamente menciona que es para una especie de misión, pero ignora más detalles.
Una vez instalado en Londres inicia el viaje del cuerpo que es el narrador. La ciudad, fría y no del todo de su agrado, sirve de pretexto para comenzar a «ser varios», luego de comprobar –espejo de por medio– que no ha sido suplantado por otro.
Las horas se extienden. El recién llegado comienza a recorrer lugares, a desplazarse de un punto a otro en busca de un motivo. Así, la novela va cobrando tintes existenciales mediante las reflexiones del personaje.
El hombre se desenvuelve en la urbe. Se desinhibe. De pronto es consciente de que allí es un desconocido, de que se encuentra en un mundo nuevo. Esta autoafirmación lo conduce a adoptar comportamientos que acaso en Brasil no hubieran tenido lugar, tales como cometer robos o meterse en la cama con desconocidos.
En ese zambullirse en las horas llega incluso la pérdida de la consciencia. Alguna noche se pregunta qué fue de él en todo el día, en dónde estuvo. Diríase que al comienzo del nuevo día se suplanta a sí mismo para convertirse en uno más que puede ser.
De alguna forma, en la novela hay una especie de derrota del individuo: resulta acaso imposible situarse en un lugar nuevo sin ningún motivo que lo mueva a justificarse en sí, a llenar las horas. Porque la libertad se torna en una bestia con la que difícilmente puede lidiar el hombre.
El personaje va de una ciudad a otra. Se mueve en tren, observa a los otros, se toma el tiempo de imaginar situaciones con algunos de los desconocidos que se topa.
Lord es un grito de libertad, pero también una manifestación del miedo a la misma. El narrador cae inconsciente, ve mermada su salud; el contacto con los otros es una posibilidad de ser alguien más: se diluye en sí mismo hasta convertirse en un ente en busca de explorar límites que antes ni figuraban en su imaginario.
Libro de Ricardo Anaya ya puede consultarse en Internet
El libro “De Frente al Futuro. Cuatro cambios indispensables para México”, que contiene el programa de gobierno del candidato de la Coalición Por México al Frente a la Presidencia de la República, Ricardo Anaya, se puede descargar a partir de este lunes en su página oficial.
Anaya Cortés propone cuatro cambios indispensables para el país: 1) Honestidad: Pacto social del futuro; 2) Adiós al miedo: México en paz; 3) Crecimiento económico e igualdad: nadie se queda atrás y 4) México en el mundo: Una nueva visión de soberanía.
En 204 páginas, Anaya retrata no sólo el estado actual de nuestra nación en los ámbitos más importantes, sino, sobre todo, cuatro cambios indispensables que México necesita de frente al futuro, se informó en un comunicado.
Asimismo, presenta diagnósticos en los que identifica y jerarquiza los problemas, reúne distintas perspectivas sobre ellos y perfila propuestas para resolverlos.
Amor y obstáculos
Aleksandar Hemon (Sarajevo, 1964) es un escritor bosníaco que escribe en inglés y actualmente es una de las voces más importantes de su país. Su historia es peculiar.
En 1992, cuando inició el asedio en la capital de la hoy independiente Bosnia-Herzegovina, Hemon se encontraba en Chicago. Lejos de su familia, allí lo sorprendió la guerra de los Balcanes y no tuvo otra opción que seguir los detalles a la distancia.
Imposibilitado para escribir en su lengua, el autor decidió hacerlo en inglés. Pronto, sus primeros relatos fueron publicados en The New Yorker, Esquire y The Paris Review con buena crítica.
Esta semana la propuesta de lectura que me permito hacer es Amor y obstáculos (Duomo, 2011), una novela contada a través de ocho relatos por un personaje que vive entre los recuerdos previos a la guerra y las posteriores experiencias. Es considerada una obra con fuerte carga autobiográfica.
En el primer texto, «Escalera al cielo», el narrador es un adolescente que vive en Zaire; entre lecturas de Rimbaud, canciones de Led Zeppelin e invocaciones de Conrad, busca escribir en el diario que le prometió a su mejor amiga, la cual se quedó en Sarajevo. Ya desde ese primer encuentro el lector descubre un tono a veces pesimista, a veces nostálgico, pero siempre con el deseo intacto de compartir sus vivencias.
En «Todo» se cuenta la historia de un chico que viaja solo por primera vez. Debe ir en busca de un frigorífico a Eslovenia. Aborda un tren en el que conoce a un serbio y a un bosníaco. De pronto, el encuentro raya en lo absurdo y el ambiente parece opaco, cenizo, pero dotado de una prosa fluida.
En otro relato el narrador es un escritor confundido con un director de orquesta por Muhamed D., el mayor poeta bosníaco de esa época. El autor describe el momento cuando conoció al poeta, tiempo atrás; sus años de escritor en ciernes entre calles y sitios sarajevitas, no sin un dejo de nostalgia: ahora vive en Estados Unidos.
Cuando el poeta es invitado a ese país norteamericano, el autor echa mano de su experiencia y describe una estancia de Muhamed D. para el olvido en esa nación (a menudo hay una fuerte crítica a la sociedad estadounidense). Él y el poeta terminan con una borrachera monumental.
«Las abejas, primera parte» deja ver el carácter del padre del narrador. Confiesa que nunca le gustaron los libros de ficción, los escritores en general. Sin embargo, el hombre termina por retractarse y él mismo comienza a escribir una novela en la que habla de su infancia en los días de Yugoslavia, de su familia, de los colmenares que fueron el sustento de los suyos, pero todo terminó con la llegada de la Segunda Guerra Mundial.
En «Comando americano» encontramos uno de los textos más conmovedores del libro (en realidad, todos lo son). El narrador es un bosníaco refugiado en Estados Unidos. Cierto día lo contacta una estudiante que trabaja en una especie de documental relacionado con la guerra de los Balcanes como proyecto para titularse.
La chica graba el relato del joven, quien, frente a la cámara, habla de sus recuerdos en la Sarajevo de su infancia. Tenía algunos amigos con los que solía jugar en un viejo edificio, pero que un día les es «arrebatado» por los Obreros, nombre que le dan al grupo de los «enemigos» que los han despojado de su sitio.
Los trabajadores ignoran la existencia de esos chicos; éstos, sin embargo, deciden comenzar una «guerra» en contra de ellos. En un principio dejan escritos con insultos dirigidos a los obreros en los que les mencionan a sus madres y a sus hijas. Luego tratan de hacerlos abandonar las labores con «ataques» de los que ni se enteran los otros. Así comienza un conflicto que se inventan los niños con tal de derrotar a sus enemigos.
El narrador cuenta cómo buscaba intimidar a los demás con frases pronunciadas con un inglés chicloso que considera intimidatorias para todo aquel que se le pusiera enfrente.
El estilo de Aleksandar Hemon es fluido y limpio. Se trata de un escritor que goza al contar historias, aun cuando éstas tienen un trasfondo oscuro.
Diario de un aspirante a santo
Quien comienza hoy este diario es, en opinión de todos,
un hombre ya gastado. ¿Es posible, sin embargo, que un hombre
gastado sea capaz de una resolución como la que acabo de tomar?
En Diario de un aspirante a santo
¿Puede alguien despertar un día y decir: «Quiero ser santo»? ¿Cómo se comporta un hombre que decide aspirar a alcanzar la santidad, en un mundo de constantes cambios? He aquí el argumento de la recomendación de este semana: Diario de un aspirante a santo (1927; Ediciones Del Equilibrista, 1993), del francés Georges Duhamel (1884-1966).
Ya desde el título el libro invita a adentrarse en sus páginas. Al principio, el lector se topa con un brevísimo prólogo del cubano Eliseo Diego, quien se encarga de sembrar la curiosidad en quien tiene la novela en sus manos.
Cuenta el cubano que cuando leyó esta obra «me conmovió –y me conmueve aún– su visión compasiva, delicadamente irónica, de las debilidades humanas, y lo coloqué en la misma capilla donde veneraba a don Miguel de Cervantes».
Una vez adentrado en la historia, el lector se encuentra con el personaje-narrador, Luis Salavin, quien no es más que un oficinista gris que ve transcurrir la rutina de sus días en una ciudad de París nada atractiva y, ante ello, un 7 de enero decide que será santo, justo el día de su cumpleaños número cuarenta.
Para conseguir su empresa se pone un plazo de quince años e inicia la escritura de un diario en el que guardará sus experiencias. Sin embargo, ante el temor de que la libreta sea encontrada por su esposa y con ello se descubra su campaña, opta por suplir la palabra santo.
Oficinista de una empresa lechera, Salavin va por la vida con su carácter algo desconfiado. Es un observador que se detiene a contemplar a los otros, el entorno en el que está inmerso y del que anota sus reflexiones en el diario.
A través de esos apuntes descubrimos a otros personajes que forman parte de su cotidianeidad, tales como el director del personal, el señor Mayer, un hombre de aproximadamente cincuenta años, de rasgos finos y cansados, y el empleado Jibé, uno de los personajes más llamativos de la obra.
Por momentos encontramos a un Salavin atormentado por no saber cómo él, ese oficinista, puede alcanzar la santidad. Y más: cómo conseguirlo en una ciudad como en la que vive.
Con el paso de los días el comportamiento del protagonista sufre cambios que poco a poco modifican su vida diaria. Uno de ellos se da cuando decide abandonar su casa y mudarse a un sitio de alquiler, lejos de alcanzar las comodidades que acaso tenía en su hogar.
Aquel espacio le permite una mejor contemplación del exterior y de sí mismo. El diario deja ver sus preocupaciones más hondas; reflexiona acerca de diversos órdenes, desde lo moral y lo ético, hasta el repaso de vidas de santos de los que busca una guía para conseguir su meta.
Luis Salavin es un hombre afligido por las circunstancias, por su tiempo. Como apunta Eliseo Diego, se trata de una lectura profundamente conmovedora, pero no en el sentido de la autocompasión, sino por la visión acaso ingenua que el hombre tiene del mundo.
Aunado a lo anterior, Jibé adereza la historia con su peculiar comportamiento. Además, es un reto del hombre para el hombre con el fin de medir hasta dónde se es capaz de sentir empatía por el otro.
Pero no se crea que sólo encontraremos compasión y dolor en la novela. También hay pasajes divertidos que la convierten en una lectura por demás amena y altamente recomendable para estos días.
El final de la historia queda ahí para ser descubierto por el lector que se anime a buscar esta obra, la cual –sin duda– le dejará un grato sabor.
Memoria de elefante
…me despido y te llamo sabiendo que no vendrás
y deseando que vengas del mismo modo
que, como dice Molero, un ciego espera
los ojos que encargó por correo.
A.L.A.
António Lobo Antunes (Lisboa, 1942) es un autor del que ya no se puede escapar una vez que se ha sumergido en alguna de sus novelas. El eterno candidato al Nobel cuenta con una vasta obra que es aclamada no sólo en Europa, sino en diversas partes del mundo.
Acreedor de varios premios, el portugués ha ganado prestigio y respeto no nada más por los galardones, sino por la calidad de su escritura: es un autor complejo cuya prosa –cargada de poesía– envuelve al lector en una forma de hipnosis de la que se sale como se vuelve del sueño.
En esta ocasión vuelvo a recurrir a Lobo Antunes para la recomendación de esta semana. Antes ya comenté acerca de su novela El orden natural de las cosas, pero ahora me referiré a Memoria de elefante (1979; Mondadori, 2005, con traducción de Mario Merlino).
De entrada hay que mencionar que ésta es la primera novela del lusitano y puede ser la puerta de acceso para acercarse a su obra. El narrador/protagonista es un psiquiatra (al igual que Lobo Antunes) que manifiesta su inquietud por dedicarse a su verdadera pasión: la literatura.
Durante un día y una noche, el narrador cuenta la crisis existencial por la que atraviesa a raíz de la separación de su esposa, a la que aún ama, y todas las circunstancias que conlleva la vida de un hombre como él. Ella también aún lo ama a él: las razones de la ruptura son desconocidas.
No es una novela de amor en sí. En ella, el escritor suelta un monólogo en el que repasa pasajes de su vida: la formación profesional, el trato familiar, la guerra de Angola, etc. Lobo Antunes se cobija con autores clásicos –Queirós, Quevedo, Brontë, Carroll– para echar mano al texto y apelar a su sombra para presentarse ante la Señora Literatura.
En Memoria de elefante hay arranques del futuro Lobo Antunes. Con total honestidad –virtud de los más grandes escritores–, comparte con el lector aspectos íntimos y comprometidos de su vida que lo marcaron para inclinarse a la escritura.
El narrador se habla y escucha a sí mismo con la intención de reconocerse y ver en qué momento se perdió con el fin de reencontrarse. A veces parece ser un monólogo frente al espejo: un poeta/narrador le cuenta a la imagen quién es en ese momento el de carne y hueso.
Hay muchas alusiones literarias, como si con ellas encontrara la forma de estacionarse definitivamente en la literatura, la verdadera vocación del psiquiatra que ensaya y encamina al futuro literato que hallará en las letras el verdadero amor.
El título es «loboantuniano» por excelencia: poseedor de una memoria impecable, el autor ha manifestado que la memoria es uno de los principales recursos de los que echa mano un escritor. Así, en Memoria de elefante abre la puerta al flujo de recuerdos que recorren las páginas de su obra, que –repito– no es de fácil acceso, pero sí es distinta y representa una calidad que colocan al portugués a la altura de los mejores escritores del mundo que hay en la actualidad.
Acerca de esta novela, el propio Lobo Antunes ha dicho que está llena de defectos, pero que si él fuera editor, la publicaría por todo lo que promete en sí.
Si se toman en cuenta las posteriores obras, podría decirse que estamos ante el esbozo de lo que será el futuro creador de novelas como El orden natural de las cosas (1992), Esplendor de Portugal (1997) y Buenas tardes a las cosas de aquí abajo (2003), entre tantas otras que conforman un universo literario rico en imágenes, en recursos y en la calidad de un autor que extrañamente no es tan conocido en el continente americano como se supondría.
Si entre uno de los propósitos del lector está el de leer más o descubrir nuevos autores, Antonio Lobo Antunes es una apuesta segura. Memoria de elefante puede ser el acceso para ingresar al fascinante mundo del portugués que no decepciona a los lectores.
Sara y Serafina
Sarajevo, con su jodido túnel,
está unido al mundo
como un recién nacido
a su madre por el cordón umbilical.
Dževad Karahasan
Entre abril de 1992 y febrero de 1996, la ciudad bosnia de Sarajevo vivió un asedio que provocó un éxodo: más del 30 por ciento de la población abandonó sus hogares en busca de sobrevivir. En otros casos, la muerte les impidió marcharse. Principalmente a los musulmanes.
Poco a poco, la ciudad sitiada se quedó sin suministro de víveres, de agua y de energía eléctrica; entre penumbras, los habitantes se movían ora para salvar sus vidas, ora para que incluso los alcanzara una bala o en busca de agua y alimentos.
Se dice que en el cruce de las calles Tršćanska y Kranjčevićeva hubo muchas muertes provocadas por francotiradores que hacían blanco en los habitantes locales para generar miedo y terror. Pero ese lugar también se convirtió en una forma de cortar con el sufrimiento y el dolor de una sola vez: personas hubo que se paseaban por allí de forma intencional para que los francotiradores les dispararan.
Lo anterior forma parte de un tema recurrente en este espacio: la Guerra de los Balcanes. Los testimonios de ese conflicto son innumerables y en cada uno hay historias desgarradoras que conmueven hasta el llanto. Hay películas que abordan el tema y sobresalen muchos libros.
Esta semana me permito recomendar Sara y Serafina (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2006), una novela del bosnio Dževad Karahasan (Duvno, 1953).
La historia es narrada por el dueño de una cocina económica instalada en Sarajevo al que le toca vivir la guerra en carne propia, desde las calles sarajevitas. Escucha el tableteo de las armas largas, los estallidos de bombas y granadas. Pero también el silencio que sobreviene a las desgracias.
El hombre –del que no sabemos cómo se llama– relata la historia de Sara (nacida Serafina pero que decidió llamarse Sara, a secas), una mujer entrada en años que vive con su hija Antonija.
Sara y su hija tienen la posibilidad de abandonar Sarajevo en busca de salvar sus vidas, a través de un contacto que les facilitará dejar la ciudad, siempre y cuando comprueben que tienen el bautismo. La madre lo tiene, pero su hija no, aunque será fácil comprobar que es cristiana.
Sin embargo, Antonija acepta siempre y cuando vaya consigo Kenan, su novio, un musulmán al que también están dispuestos a sacar del sitio.
Sara se resiste a dejar la ciudad. Se trata de una mujer inteligente, pero que lucha todo el tiempo contra su otro yo, Serafina, desde hace décadas. La necedad la impide dejar su casa para que la pongan a salvo. La necedad y las razones que ella manifiesta mediante monólogos que llegan a conmover al lector.
La trama de la novela ocurre en veinte minutos. Entre el inicio y el final hay apenas veinte minutos de diferencia. Comienza cuando Dervo, un jefe de comisaría, visita al narrador para decirle que su amiga Sara se pasea por el cruce de Tršćanska y Kranjčevićeva.
A partir de ese momento, el narrador rememora cómo conoció a Sara, las historias que de ella sabe, cómo creció el cariño hacia la mujer… Todo ello con un tono pausado, cadencioso, en retrospectiva.
Una de las virtudes de Karahasan es la paciencia. Porque ante una historia de este talante no es difícil desbocarse y reventar el texto a principios de la novela. Más cuando se trata de una historia de veinte minutos.
En el libro, el autor destaca el valor de la amistad; pero, sobre todo, la importancia de la solidaridad y tender una mano hacia aquellos que la necesitan, aun cuando se trate de desconocidos. También alude a los dilemas morales, a la culpa y al permanente miedo que sufren los habitantes de una ciudad sitiada.
Ignoro si la obra está basada en una historia real. No obstante, el realismo que retrata es crudo, demoledor, aunque también regala imágenes como remansos donde el lector reposa, casi con una sonrisa tibia en el rostro.
Lejos del horizonte perfumado
En 1967 se produjeron los acontecimientos
que cambiaron el rumbo de mi vida.
Aquel año, en junio, el Estado de Israel
ocupó militarmente mi espacio vital…
Salah Jamal
A raíz de la ocupación-invasión israelí, iniciada en 1947, cientos de miles de palestinos han sido asesinados, despojados de sus tierras y obligados a desplazarse bajo el amparo y la complicidad de numerosos países de Occidente, encabezados por Estados Unidos. El pasado lunes 14 de mayo, fuerzas israelíes asesinaron a unos sesenta palestinos e hirieron a alrededor de dos mil quinientos en una nueva sangría por parte del ente sionista, durante una manifestación por la apertura –ilegal– de la embajada de EE.UU. en Jerusalén.
Esta semana la recomendación llega de aquellas tierras. Salah Jamal (Nablús, Palestina, 1951) se vio en la necesidad de exiliarse en Barcelona ante el terror impuesto por Israel entre sus coterráneos y la impunidad de la que hoy en día goza ese régimen genocida.
Derivado del abandono de su patria, Jamal escribió una novela titulada Lejos del horizonte perfumado (RBA, 2004). Escribir desde la distancia ofrece a los lectores la posibilidad de conocer las experiencias –siempre dolorosas– de cómo enfrentar el exilio, la soledad y los mundos nuevos, no por iniciativa propia sino orillado a hacerlo por cuestiones políticas.
En Lejos del horizonte perfumado, el también médico, historiador y profesor cuenta la historia de un joven beduino llamado Mohammed Pirjawi Unnab Jalilidin Osrama Lumary, a quien las circunstancias de la vida convierten en Mohammed Pujol, dada la complejidad de pronunciar su nombre completo de corrido.
Ante el despojo israelí, el joven palestino abandona su tierra y el destino lo coloca en Ciudad Condal, Barcelona, donde su familia cuenta con una amiga dedicada a la prostitución.
En un mundo completamente nuevo para sus ojos, el muchacho aprenderá a manejarse en los bajos fondos, entre prostitutas, ladrones y un sinfín de personajes que le permitirán acceder a un universo completamente ajeno al suyo.
En sus andanzas por Barcelona, Mohammed conoce a una mujer de la alta sociedad que le abrirá las puertas de la sensualidad, del misterio de los cuerpos: accede a la educación sentimental.
Las estadías del joven en la casa de esa mujer permiten a Jamal ofrecer una muestra de la cocina árabe con recetas, rituales, aromas… De tal forma que el lector disfruta, entre párrafo y párrafo, sabores y aromas que envuelven a la lectura en un ambiente ameno, perfumado; cada platillo se enreda en la nariz y ello convierte a esas páginas de la novela en un platillo extra.
La obra en cuestión también aborda la pérdida, la soledad, la nostalgia, el amor y el deseo. Y Salah Jamal lo hace mediante formas sutiles y directas, con altas dosis de ternura y un amplio conocimiento cultural de las sociedades enfrentadas. Porque el texto ofrece la posibilidad de conocer y desvelar ambos mundos: el árabe, con sus creencias, sus rituales, y el occidental de los años setenta y principios de los ochenta, particularmente el catalán, con el avistamiento de los cambios radicales que suponían los supuestos avances de la humanidad en materias diversas.
Pero no todo es nostalgia en la historia. Desde los primeros párrafos, el autor ofrece múltiples episodios divertidísimos que dan cuenta de que no se trata de una novela cubierta con el manto de la tristeza y la nostalgia. No. En la historia nos enfrentamos a anécdotas de desencuentros con la justicia («hice más visitas a las dependencias policiales que a la universidad»), el descubrimiento de un mundo que le permite descubrir una ciudad de la que, también tiempo después, sentirá nostalgia.
El humor de Jamal provoca carcajadas en el lector. La aparente ingenuidad de Mohammed se comienza a desmoronar desde las primeras lecciones de aprendizaje que conllevan su nueva vida; retrata asimismo ambas sociedades con los viajes del muchacho a su tierra natal y los retornos a Barcelona.
Entre las páginas desfilan diversos personajes divertidos, como el propio padre del protagonista, o El Gallina, un tipo al que conoce en Barcelona y que es líder de Los Pollitos, delincuentes de poca monta que se meten en líos que los colocan en situaciones sumamente divertidas.
Es decir, la novela abarca temas que lo mismo transitan por la denuncia –la ocupación y el despojo de Israel contra los habitantes de Palestina–, el aprendizaje –los encuentros de Mohammed con la mujer que lo acoge en sus brazos–, el humor –hay innumerables pasajes muy divertidos.
En fin, Lejos del horizonte perfumado es una lectura recomendada para quienes buscan conocer de primera mano otra cultura, para paladear entre las palabras, divertirse con anécdotas y episodios, degustar una obra que dejará más un grato sabor al llegar su última página.
Vernon Dios Little
Dios sabe que he hecho lo que he podido
para aprender las costumbres mundanas,
incluso tuve el presentimiento de que
podíamos alcanzar la gloria, pero después de
todo lo que ha pasado, no es fácil presentir nada.
En Vernon Dios Little
Estados Unidos suele presentarse ante el mundo como «ejemplo a seguir» en democracia y defensa de derechos humanos. Incluso se atribuye las funciones de fiscal de este planeta Tierra. Sin embargo, su poder está cimentado sobre decenas de miles de cadáveres y transita por cloacas de corrupción. Es el único país que se concede la libertad de invadir, intervenir, deponer y colocar gobiernos que se ajusten a sus intereses, eternamente manchados de sangre y con peste belicosa.
La sociedad de nuestro vecino del norte –como la nuestra– está idiotizada por la televisión. Ese medio electrónico es capaz de formar –manipular– la opinión entre los ciudadanos, siempre dispuestos a linchar y enjuiciar a quien la pantalla indique.
Éste es uno de los temas que aborda la recomendación de esta semana: Vernon Dios Little (Destino, 2004; traducción de Javier Calvo), de DBC Pierre (Dirty but Clean –sucio pero limpio–), pseudónimo de Peter Finley (1961).
Este autor nació en Old Reynella, Australia, pero se crió en la Ciudad de México, en donde estuvo hasta los veinte años. Su juventud se vio envuelta en escándalos de drogas y estafas (él mismo calculaba que sus deudas eran de aproximadamente doscientos mil euros), lo que llevó a Peter a tener desencuentros y la pérdida de algunos de sus amigos. Tras una terapia de reconstrucción, DBC Pierre escribió su primera novela, Vernon Dios Little, en Londres.
Esta obra –inspirada en una masacre ocurrida en 1999, en una escuela de Estados Unidos– le valió el prestigioso Premio Booker británico de 2003; de inmediato saltó a la fama y despertó críticas de todo tipo respecto de la novela.
Durante una entrevista, el autor manifestó que su obra, en un principio, tenía un tono autobiográfico, pero prefirió liberar al personaje para que la historia tomara el cauce que debía seguir.
Dios Vernon Little cuenta la historia de Vernon Gregory Little, un adolescente de quince años que vive en un pueblo ficticio llamado Martirio, ubicado en el estado de Texas.
Es un muchacho inseguro y frustrado que desconfía prácticamente de todo lo que lo rodea. Poco o nada sabe de su padre, quien desapareció un día, sin más. Pero se quedó con su madre, Doris Eleanor Little, una mujer que se encarga de fastidiarlo –acaso inconscientemente– y hacer de los días de Vernon algo inhabitable.
La vida del chico da un giro radical cuando su único amigo, Jesús Navarro, se suicida tras realizar una matanza en la escuela donde ambos cursaban. Inmediatamente después, Vernon es convertido por los medios en el chivo expiatorio de esa masacre.
El adolescente se ve obligado a inventarse historias ante los señalamientos que pesan en su contra, aun sin haber iniciado las investigaciones del caso. Vomita frases internas –es el narrador de la historia–; escupe, sin falsos prejuicios, todo lo que piensa de la gente de su pueblo.
Muy pronto, este caso cobra relevancia más allá de Texas. Agobiado por la presión mediática y los juicios de sus vecinos, Vernon decide huir de Estados Unidos para refugiarse en una playa mexicana. Sin embargo, no llega a tierra azteca sin antes verse envuelto en cómicas aventuras.
Pero el gusto dura poco, ya que se ve traicionado por la chica de la que está enamorado. Por ello vuelve a Estados Unidos, donde un farsante que se hace pasar como periodista de la CNN ya ha conseguido montar un jugoso negocio con ese caso, a tal grado que el proceso del juicio se convierte en un reality show.
Una vez que Vernon es condenado a la pena capital (decorosa forma de llamar a un asesinato al estilo gringo), el falso periodista consigue la atención y el patrocinio de diversos medios y marcas para transmitir los hechos que ocurren en el corredor de la muerte. Incluso, el público decide quién debe ser ejecutado, a través de llamadas telefónicas.
Se trata de una comedia negra dotada de humor, pero detrás hay una crítica a la sociedad teledirigida estadounidense, cargada de prejuicios y gustosa de ser fiscal mediante lo que le ordena la televisión.
De forma inteligente, DBC Pierre ridiculiza al sistema judicial, a los medios, a las familias y a todo aquello que conforma el núcleo social norteamericano. Es asimismo una sátira a la cultura occidental.
La novela atrapa desde el primer párrafo y su lectura es ágil. De pronto, el lector se topa con episodios que parecen ridículos e inverosímiles, pero que no son sino un fiel retrato del país autoproclamado «salvador del mundo» y ejemplo de las «causas justas».
Es una obra altamente recomendable que sacará más de una carcajada al lector que se atreva a sumergirse en sus 307 páginas con un estilo fluido.
Pieza única
El aire, desde siempre, ha estado lleno de sueños.
En realidad, los sueños están por todas partes a nuestro alrededor.
Milorad Pavić
Hay quienes opinan que los temas en literatura están agotados, que ya se ha dicho todo lo que se tenía que decir. Sin embargo, el arte de los escritores de hoy en día consiste en el tratamiento de las cosas, en cómo se cuenta una historia. Ahí es donde radica la originalidad, si es que aún hay cabida para ésta.
Uno de esos autores originales es el serbio Milorad Pavić (Belgrado, 1929-Ibídem, 2009). Tan es así, que es conocido como el «primer novelista del siglo XXI» por su Diccionario jázaro (1984), calificada por él como novela-léxico por la cual se hizo acreedor al premio NIN, el máximo galardón a las letras serbias. De esta novela existe una versión femenina y una masculina… Pero en esta ocasión me referiré a otra obra.
Una destacada editorial independiente que existe en México es Sexto Piso. Esta agrupación cuenta con cientos de títulos de autores consagrados (Dostoyevski, Melville y Kafka, por ejemplo), algunos que ya gozan de reconocimiento y otros, jóvenes pujantes que buscan hacerse camino en el siempre complicado mundo de las letras.
Entre las publicaciones de esta editorial destacan, precisamente, tres obras de Milorad Pavić: las novelas Pieza única (2007, con tres ediciones) y Segundo cuerpo (2011), así como el volumen de cuentos Siete pecados capitales (2007). Los tres libros han sido traducidos por Dubravka Sužnjević.
La obra que me ocupa en esta ocasión es Pieza única. Calificada por el propio Pavić como novela-delta, de entrada sorprende que sea un estuche que contiene dos libros que se complementan.
La novela versa sobre una serie de asesinatos misteriosos que deben ser resueltos por el inspector Eugen Stross. La historia se destaca por la originalidad de Pavić, un autor dotado de cualquier cantidad de recursos para hacer que con sus libros el lector se transporte de la realidad al mundo propuesto por el serbio, como una especie de hipnosis.
En el inicio de la novela se encuentra a Aleksandar Klozevits, un andrógino conocido como Aleksa y como Sandra. Aparece en un restorán, vestido de hombre. Luego entran dos individuos y Aleksa se mete al baño para salir convertida en Sandra. Persiguen a esta persona, la alcanzan. A partir de ahí comienzan la historia y el suspenso.
Unos asesinatos, mencioné líneas arriba. Aleksandar Klozevits es un «vendedor de sueños»: tiene la capacidad de hacer que las personas sueñen algunos segundos de sus ensoñaciones del futuro. Sin embargo, el precio que deben pagar para ello es muy alto.
Un mundo astrológico (sin caer en la desfachatez), onírico… Pavić es un escritor que va de los detalles más simples de lo cotidiano a temas que lo colocan como un autor erudito.
En Pieza única también aparecen Distelli, un cantante de ópera que sueña con la muerte de Pushkin; la señorita Marquesina Lempitksa, una «bomba sexual» que se sueña como un niño y regresa siglos (los sueños están en el espacio durante la eternidad, explica Klozevits); un amante, mujeres…
El destino de estas personas cae en la voluntad de Aleksandar Klozevits, que se dice comerciante. Sus habilidades comerciales y la astucia lo llevan a tomar en sus manos el futuro de quienes se acercan a él/ella.
En este primer libro la historia es contada por un narrador omnisciente, con un estilo ágil y ameno. Hay humor, trazos poéticos, fantasía: se trata de una novela para releer y disfrutar una a una sus páginas.
Luego está otro libro que forma parte de la novela-delta: Cuaderno azul. Inspector superior Eugen Stross. En éste se encuentran los apuntes y detalles de las investigaciones del encargado de resolver los asesinatos. Aquí el narrador es en primera persona.
Aunque ya conocemos la historia a través del primer libro, en el cuaderno del inspector hay anotaciones que nos siembran dudas; llega el momento en el que el lector se confunde y hay sospechas respecto de que lo leído anteriormente no ocurrió o no se interpretó de la forma adecuada (es un recurso propio de Milorad Pavić, sin duda).
La historia avanza, fluye: Pavić tiene magia en su pluma. Es uno de esos autores que marcan la vida de un lector por sus historias, la forma en la que las cuenta, la originalidad de su pluma.
Otras novelas del serbio son La cara interna del viento. La novela de Leandro y Hero (Espasa-Calpe, 1993), El último amor en Constantinopla (Akal Literaria, 2000), novela-tarot; Paisaje pintado con té (Anagrama, 2000).
Encontrarse un libro de este escritor es un acto fortuito y, estoy cierto, leerlo es uno de los placeres que se desea repetir. Pavić es, pues, de esos escritores que han hecho de la literatura uno de los sitios más habitables de las bellas artes.
El último lector
…porque escribir no es vivir,
porque leer tampoco lo es.
En El último lector
Siempre resulta grato encontrar voces frescas en la literatura. Hasta hace poco más de un año, el que esto escribe desconocía la obra de David Toscana (Monterrey, 1961), un autor asociado al grupo de narradores del desierto y que se ha convertido en uno de los novelistas más importantes de la actualidad en nuestro país.
Ya en otras ocasiones, en este espacio he recomendado obras suyas (la novela El ejército iluminado y el volumen de cuentos Brindis por un fracaso).En esta ocasión propongo su novela El último lector (Mondadori, 2004), un ejercicio de metaliteratura que atrapa apenas iniciar la historia.
La trama ocurre en Icamole, un pueblo miserable en medio del desierto. Hace tiempo que no llueve y el aparente destino de ese lugar es el olvido y la muerte.
Un anciano, Melquisedec, es el encargado de llevar agua en tambos, en una carreta que es tirada por dos mulas. Los pozos del pueblo están secos, salvo el de Remigio. Cierto día, éste acude con la intención de extraer agua, pero algo anda mal. En seguida descubre el cadáver de una niña en el fondo del pozo. Una niña de la que no se sabe nada ni cómo murió.
Ante el hallazgo, el hombre decide contarle a su padre, Lucio, un bibliotecario viudo que vive en y para el mundo de los libros que acoge la biblioteca que está instalada en su casa y que se ha quedado sin lectores.
A raíz de la lectura de una novela, Lucio le dice que entierre el cuerpo en la raíz de un árbol de aguacates que hay en el predio del hijo.
A partir de su aparición en la historia, Lucio se apodera de la narración. La biblioteca ya no recibe subvención gubernamental, pero él continúa al frente de ese espacio: se encarga de elegir qué obras deben formar parte del acervo y qué otras serán censuradas.
De esta forma, Toscana propone una relación escritor-editor-lector: Lucio es todo a la vez. Atrapado entre cientos de ejemplares, interpreta el mundo a través de las novelas que lee. Así, desvela a los policías que investigan el caso de la niña una solución e incluso al culpable mediante una historia que ha leído.
El humor está muy presente en la obra del regiomontano. En El último lector no es la excepción, con una voz poderosa que entreteje historias sobre historias desde la mirada y la visión del quijotesco Lucio, empeñado en no cerrar las puertas de la biblioteca que ya nadie visita.
La trama es aparentemente sencilla. Lo más destacado es la forma de contar los hechos, de llegar a ese mundo en el que Toscana ofrece una y otra posibilidades de descubrir la utilidad de la literatura en la vida diaria.
Lucio conmueve. En él se puede ver al hombre acabado que vivió para aquello que lo apasionaba y que era único motivo para ver la caída de los días. Resulta absurdo –a veces– mantenerse entre ese montón de libros que nadie sino él habrá de leer.
Hay muchas novelas dentro de la novela, surgidas todas de la mano del autor para disfrute del que recorra las páginas de El último lector.
La calma
Quédate ciego, dije para mis adentros
cuando apenas tenía diez años,
y me puse a andar a tientas por la casa,
con los ojos abiertos como quien no ve.
A. B., en La calma
Un buen libro siempre queda ahí, en el imaginario del lector. Así pasen semanas, meses e incluso años, la historia rondará por la cabeza y taladrará la memoria, hasta brotar como un recuerdo que es parido en lomás íntimo de los pensamientos. Así me ocurre con la recomendación que haré esta semana.
La calma (2001; Acantilado, 2003, con traducción de Adan Kovacsics) es una novela del autor Attila Bartis (1968), un húngaro que nació en territorio rumano. Desde 1984 reside en Budapest.
El título evoca quietud, tranquilidad… Sin embargo, al sumergirse en las páginas, encontramos situaciones y vidas que alejan al lector de la calma y lo llevan por derroteros diametralmente opuestos.
El protagonista –anónimo– es también el narrador de la historia: un escritor que vive inmerso en un mundo controlado por su madre, otrora una actriz famosa pero venida a menos, atrapada en la locura y en la soledad.
La vida del escritor es manipulada por la mujer. Viven entre el recuerdo de Judit, la hermana ausente del protagonista cuyas cartas mantienen de alguna forma la esperanza de la madre. Pero ésta ignora que la última carta real de su hija fue escrita años atrás: ahora, las epístolas que recibe son escritas por su hijo, quien las redacta con la mano izquierda para que la caligrafía se parezca a la de Judit.
La convivencia entre madre e hijo resulta insoportable, llena de reprimendas e insultos. Así existe uno junto al otro, en una Budapest que vive la última etapa del comunismo, donde todo parece gris, cenizo, de gritos contenidos, pero hay movimiento.
El protagonista sostiene una relación amorosa con Eszter, una chica con la que suele pelear con frecuencia. De esta forma, tal parece que en La calma ésta no existe; por el contrario, «la violencia parece ser un camino de purificación, se nos muestra como una confesión de seres solitarios y perversos, a medio camino entre la locura más desenfrenada y la tendencia a la normalidad», reza en la contracubierta del libro.
En la historia aparecen pocos personajes, pero todos son presa de una soledad brutal que los recluye en un ensimismamiento que estalla con lapsos de violencia. No parece existir paz en el interior de nadie y si aún cohabitan es porque parece ser que no se han dado cuenta de que están vivos. Sí. La vida es una monotonía destructiva, cargada de una presión autoimpuesta.
No obstante el profundo pesimismo que destila en las páginas de esta novela, Attila Bartis –al igual que Camus– deja abierta la posibilidad de hallar en el lodazal que es la vida, un hueco por el que brote la esperanza.
La obra está narrada con maestría, compuesta de parrafadas que dan respiro al lector con espacios en blanco. El estilo es directo y fluido, de una prosa intensa. Se trata de una muestra de la nueva literatura de esa Europa acaso desconocida, lejos de los libros que se ofertan en librerías y que no parecen tener más vida que la que les otorga la mesa de novedades, durante dos o tres meses.
El autor de La calma se muestra como una voz potente de las letras europeas contemporáneas, lejos de los reflectores, pero cerca del arte de hacer literatura.
Es una obra que algo dejará en el lector que se anime a enfrentarse a sus páginas.
La Era del Pez
El pensar les inspira odio.
Desprecian a los seres humanos.
Quieren ser máquinas […]
o mejor aún municiones:
bombas, granadas, esquirlas.
Ödö von Horváth
La construcción de sistemas políticos no puede ser sin la participación de la sociedad. Ya sea para bien o para mal, la complicidad –o pasividad– de la gente permite que los poderosos lleguen a serlo.
La ascensión del nazismo no se logró sola: hubo que convencer a la ciudadanía e inocularle las nuevas ideas que derivarían en lo que ya todos conocemos.
Entre la Primera y la Segunda guerras mundiales hubo un lapso en el que se gestó el horror. La generación de entreguerras creció con el primer conflicto a sus espaldas, pero con el segundo frente a sí. Acaso sin darse cuenta, o sin poner mucha atención, el monstruo creció y fue demasiado tarde cuando la realidad la alcanzó.
A este periodo –el de entreguerras– corresponde la novela que me permito recomendar esta semana: La Era del Pez (1937; Pomaire, 1979; traducción de Eduardo Goligorsky), del austrohúngaro Ödö von Horváth (Rijeka, Croacia, 1901-París, Francia, 1938).
La Era del Pez es protagonizada por un profesor de 34 años encargado de las clases de geografía e historia en un instituto para adolescentes.
La vida del personaje –del que se desconoce su nombre– parece transcurrir en calma, pero de fondo está el ascenso del nacionalsocialismo que ya permea en las sociedades más cercanas a Alemania.
El odio es transmitido a las familias a través de la radio y de altoparlantes. De esa forma, las cúpulas del poder consiguen que el grueso de la sociedad adquiera y aprenda las nuevas ideas y las acepte sin reparar mucho en ellas.
Así, el profesor se topa con jóvenes que se han adherido a los «ideales» del gobierno en turno. Lo comprueba cuando les encarga una tarea en la que respondan por qué son necesarias las colonias.
Odio, racismo, discriminación: he ahí una triada para colocarse en lo más alto del supuesto nuevo ideal. Los alumnos –casi todos– desprecian a los que no son como ellos; consideran a los negros como una subespecie al servicio de los blancos.
Pero estas ideas no sólo están presentes en los muchachos. Cuando el docente cuestiona a uno de ellos acerca de sus ideas y opiniones, al día siguiente aparece su padre para recriminarle el «atrevimiento» de considerar que los negros son personas: «¿usted enunció o no esa aborrecible idea suya sobre el problema de los negros…?» (p.16).
A raíz de ese desencuentro crece la tensión entre los alumnos y el maestro, a tal grado que firman una carta en la que le comunican que no desean recibir más clases de parte suya.
Días después, la historia da un vuelco. Como parte de la preparación de las nuevas generaciones en materia militar, deben hacer un campamento para realizar actividades ante la llegada de un «enemigo imaginario».
No todos los alumnos tienen buena relación. Hay pleitos entre algunos. De pronto, un suceso cubre la novela de suspenso, misterio y un tono detectivesco.
A partir de entonces, Ödö von Horváth desarrolla una serie de ideas en torno a Dios. Hay un Raskólnikov en el profesor que se plantea los dilemas morales y se sume en reflexiones que lo acechan a cada momento.
Todo ello permite al autor lanzar una crítica a la denominada clase media ante su pasividad que permitió el ascenso del mal. En este sentido, el título La Era del Pez alude a una etapa astrológica que es tocada por otro personaje, mediante la que se advierte que la llegada de una nueva era está próxima. Una era oscura.
La novela es breve con un estilo limpio y fluido. Se cuenta de Ödö von Horváth que era una de las grandes promesas de la literatura centroeuropea, pero su carrera se vio truncada a los 37 años, cuando un rayo cayó sobre un castaño del que una rama aplastó al escritor mientras caminaba por los Campos Elíseos, bajo una tormenta eléctrica, después de haber acudido a un cine. (Von Horváth tenía una premonición: decía que moriría fulminado por un rayo.)
A propósito de esta obra, Stefan Zweig refirió: «La Era del Pez es quizás el cuadro más realista que se ha escrito sobre aquella generación que creció en esos desesperados años entre ambas guerras mundiales. Nunca se ha expresado tan vivamente el apasionado deseo de aquella juventud de escapar de una atmósfera envenenada por los odios políticos y las pasiones sociales».
El Ruletista
Pero hay un lugar en el mundo donde lo imposible
es posible, se trata de la ficción, es decir, la literatura.
En El Ruletista
No confío mucho en las campañas que las grandes editoriales lanzan para hacer publicidad a tal o cual autor y su más reciente obra. No es un secreto que cada nuevo libro sea presentado como «una obra diferente que rompe con los géneros establecidos» o que el autor en turno sea «dueño de una voz que no se parece a la de nadie más». Por eso considero que a veces es preferible pasar de largo en la mesa de novedades de las grandes librerías.
En estas últimas semanas he visto que el sello español Impedimenta ha emprendido una campaña a favor de uno de sus escritores estrella: el rumano Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956), a propósito de Solenoide, su más reciente obra.
La crítica coincide que Cărtărescu es un autor de muy altos vuelos y que con la aparición de un libro nuevo el lector es el más beneficiado. Además es mencionado como un fuerte candidato a recibir el Nobel.
El problema para acceder a estos autores muchas veces tiene que ver con lo económico, pues no se trata de libros al alcance de todos. Sin embargo, hay oportunidades para hacerse de alguna obra, ya sea en ferias u otros eventos de promoción de la lectura.
Esta semana me sumo a las voces que admiran al escritor rumano. La recomendación es un relato que estuvo prohibido en la Rumanía de Ceaușescu y que no vio la luz sino años después: El Ruletista (Impedimenta, 2010; traducción de Marian Ochoa de Eribe).
El narrador es un escritor de ochenta años que, postrado en un sillón, acaso espera la muerte mientras unos versos de Eliot lo acompañan: «Concede el consuelo de Israel/ A uno que tiene ochenta años y no tiene mañana».
Durante sesenta años ha escrito. Ahora se dispone a contar la historia del Ruletista, ese mendigo que, a fuerza de retar a la muerte, amasó una fortuna.
En viejos sótanos de una ciudad, en medio de ambientes decadentes –cucarachas, cerveza de mala calidad, jarras viejas, hombres que ven en la muerte el mayor de los espectáculos–, se realizan eventos que reúnen a unos cuantos seres en torno a la figura de algún ruletista: el hombre que se juega la vida en la ruleta rusa.
El narrador confiesa que «he asistido a cientos de ruletas y he visto en muchas ocasiones una imagen indescriptible: el cerebro humano, la única sustancia verdaderamente divina, el oro químico donde se encuentra todo, esparcido por las paredes y por el suelo, mezclado con esquirlas de hueso» (p. 32).
Conoció a «El Ruletista», el hombre que se ganó la atención de todos los aficionados a esa práctica y que de plano terminó con el negocio de otros que, como él, se jugaban la vida.
Pero un revólver con un cartucho ya no era tan atractivo. ¿Qué tal con dos? Reducir la posibilidad de sobrevivir al jalar el gatillo. Si no es suficiente, tres cartuchos al tambor, incluso cuatro… Odiado y amado, el hombre se ganó la admiración incluso de damas finas. La presencia de éstas convirtió a la vieja práctica en una actividad con cierto prestigio: de los sótanos decadentes, «El Ruletista» brincó a salones más bien lujosos. Siempre con la risita previa a jalar el gatillo y el desplome que le seguía.
El narrador reitera que conocía al héroe desde la niñez. Escritor de prestigio, recuerda que incluso lloraba porque perdía dinero al apostar a favor de la muerte, entre la admiración, la envidia y el asombro de un hombre que retó de más al azar.
Las probabilidades de sobrevivir en la literatura son ciento por ciento efectivas, plantea el autor-narrador. «Porque los personajes no mueren jamás, viven siempre que su mundo es “leído”.» Así pues, el narrador se asume un personaje de la propia historia que cuenta; desde su ancianidad, aspira a algo: «Quizá no viva dentro de una historia importante, quizá sea tan solo un personaje secundario pero, para un hombre que afronta el final de su vida, cualquier perspectiva es preferible a la de desaparecer para siempre».
«El Ruletista» es apenas una probada de la, sí, muy poderosa voz de Mircea Cărtărescu, que está convertido en uno de los autores europeos con más reconocimiento de la actualidad y que, a juzgar por este relato, tiene bien merecida la fama de escritor de culto que en cada palabra coloca la cantidad necesaria de pólvora para que, llegado el momento, explote el texto en las manos del lector.
El ajuste de cuentas
Usted, jovenzuelo, ha caminado por senderos seguros.
Tibor Déry, «El ajuste de cuentas»
En medio del surrealismo político de este país y su democracia simulada, apartarse para no sucumbir en ese torbellino conviene para la salud mental y prevenir males en el hígado.
La lectura y sus múltiples beneficios no gozan de amplia popularidad en México, ora porque los libros son costosos, ora porque simple y llanamente no hay interés. Pero hay que tener en cuenta no todos los buenos libros son caros, ni todos los libros caros son buenos.
Hoy recomiendo a otro autor húngaro en la lista de escritores de ese país que ya he abordado en este espacio. Me refiero a Tibor Déry (Budapest, 1894-Ibíd., 1977), un hombre comprometido con las causas sociales que fue condenado a nueve años de prisión, en 1957, pero que en 1960 pudo salir gracias a una amnistía.
Ya en otra ocasión he elogiado la labor del Sergio Pitol traductor y su encomiable esfuerzo para ofrecer a los lectores en lengua hispana obras maestras de autores cuyas lenguas nos resultan completamente incomprensibles.
Pues bien, El ajuste de cuentas, de Tibor Déry, forma parte de la colección «Sergio Pitol Traductor» de la Dirección General de Publicaciones del otrora Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en coedición con la Universidad Veracruzana. La primera edición, en 2007, corrió a cargo de esa institución educativa, en tanto que la segunda, de 2011, fue en conjunto. Sin embargo, Era lanzó la primera edición en español, en 1968, con traducción del propio Pitol.
Se trata de un libro que contiene tres relatos –piezas maestras del género– ambientados en la convulsa década de los cincuenta de Hungría, que en 1956 desembocó en una revuelta.
En este sentido, debo mencionar que Tibor Déry nació en una familia burguesa, pero se afilió al Partido Comunista desde muy joven. Esa militancia lo obligó a exiliarse por varios años y su labor literaria comenzó en una revista llamada Hoy, en 1920.
El primer relato del libro es el que precisamente da título a la obra: «El ajuste de cuentas» (1961). Cuenta que cierta noche, antes del toque de queda, el estudiante Feri Kovács llega al apartamento de un profesor de medicina. Pero lleva una ametralladora. El anciano maestro sabe que si los descubren, ambos serán hombres muertos. Sin embargo, le quita el arma y obliga al estudiante a marcharse de ahí.
El viejo coloca el arma en un rincón y se convierte en una especie de fantasma que ronda sus pensamientos. Ante esta crisis decide abandonar su apartamento y huir hacia la frontera para dejar el país. No obstante, bajo una tormenta invernal, inicia una marcha cruda y agónica de la que probablemente no tendrá regreso. En ese andar se cuentan historias de los que lo acompañan. Es una marcha dramática, desgarradora, de desplazados que buscan abandonar un país convulso, bajo la tormenta de nieve.
El segundo relato, «Amor» (1956), es un canto a la libertad. El protagonista, B., recupera su libertad después de pasar varios años en prisión. No se sabe por qué fue encarcelado ni tampoco por qué lo liberaron. Así de confuso es el ambiente político de esos años en aquel país.
- abandona la cárcel con la ropa arrugadísima que le es devuelta, las mismas prendas con las que llegó. Aborda un taxi y pide al chofer que lo lleve a Budapest. En el camino descubre que todo ha cambiado: hay nuevos edificios, se enamora de la belleza de las mujeres y experimenta cierta felicidad.
Al llegar a su casa, la encuentra sola. Se desespera de estar ahí, solo, y decide salir a la calle. Entonces descubre a la mujer, a su hijo –al cual no reconoce– y a cuatro niños que le son desconocidos. El reencuentro es la recuperación plena de la libertad.
El último relato, «Filemón y Baucis», es conmovedor de principio a fin. Es un matrimonio de ancianos. Él ha ahorrado cierta cantidad de dinero para comprar a su esposa una corneta que le permita escuchar y un ramo de rosas. Ambos están por celebrar el cumpleaños de la mujer, que casi ha perdido el oído y por ello el viejo debe repetirle las cosas de forma constante.
Una noche que se disponían a cenar, de pronto, de la calle proviene el tableteo de las armas, los combates crecen. La vieja no se entera de los disparos. Sin embargo, sospecha de su marido, quien comienza a cerrar las puertas y ventanas y se desplaza en la estancia con movimientos torpes. Ella ni se imagina.
En eso llaman a la puerta. Varias veces. El hombre no quiere abrir, pero ante la insistencia, decide ver de qué se trata. Resulta que es un joven que acaba de ser herido y busca ayuda. La mujer recuerda a sus tres hijos muertos en la guerra y le pide al hombre que mejor lo lleve con sus vecinos para que ellos se hagan cargo.
Cuando Filemón regresa a casa, sufre una hemorragia nasal incontenible. Baucis decide ayudar a su marido; recupera el oído por amor y sale en busca de ayuda. Piensa llegar a casa del médico y entonces escucha el sonido de las balas. Antes de llegar con el doctor, es alcanzada por un proyectil. El esposo, un tanto recuperado, aguarda el quizá imposible retorno de su esposa, mientras asiste el parto de su perra, que está escondida en una alacena.
Los tres son relatos dignos de antologías. El libro puede conseguirse fácil. Y lo mejor: no es caro, pero sí muy valioso.
Amor Mundi
No es fácil vivir bajo un bombardeo y actuar
como si no ocurriera nada, como si no fuera contigo.
Creer que las bombas no te van a caer a ti
ni a ninguno de tus conocidos.
Dušan Veličković
El terrorismo es una palabra que hoy en día reproducen los medios de comunicación hasta la saciedad. Pero es curioso que dicha práctica deleznable –el terrorismo– está asociada a grupos radicales de Oriente Medio; es decir, en esta segunda década del siglo XXI, la imagen del terrorista está ligada a una persona con turbante.
En los últimos años, el autodenominado «Estado Islámico» ha perpetrado ataques brutales en diversas partes del mundo. Sin embargo, poco se habla de cómo ese grupo alcanzó el poder. En resumidas cuentas, se trata de una organización terrorista cuyo origen está ligado a Estados Unidos, que la ha abastecido de armamento, primero, y después a través de financiamiento.
Para Estados Unidos la paz no es redituable, pues es un país que vive y se enriquece a través de la guerra. Cada año, la fabricación y venta de armas deja ganancias multimillonarias a esa nación, tan dada a la violencia. Se trata del país terrorista y genocida por antonomasia después la Segunda Guerra Mundial: entre 1945 y 2001 estuvo involucrado en 201 de 248 conflictos bélicos en 153 zonas del mundo (el 80 por ciento del total), según reveló el portal Washington’s Blog, que a su vez tomó parte de un estudio de la revista American Journal of Public Health.
El informe también reveló que Estados Unidos es responsable del 41 por ciento del gasto militar de todo el mundo, que mantiene entre 700 y mil bases militares en diversos puntos del planeta. Además, el 90 por ciento de las cientos de miles de víctimas son civiles, sin que a la fecha haya castigo.
Ya sea por petróleo u otros recursos naturales o por mera posición geopolítica, nuestro vecino del norte invade, mata y lleva el terror allí donde sus intereses lo indiquen, con la consabida seguridad de que buena parte del mundo hará oídos sordos y volverá la vista hacia otra parte.
Un ejemplo de todo lo anterior tiene que ver con la recomendación de esta semana: Amor Mundi (Ediciones del Bronce, 2003), una obra del escritor y periodista serbio Dušan Veličković (1947).
En la advertencia el autor refiriere que amor mundi alude a una idea de la filósofa alemana Hannah Arendt (1906-1975) expresada en su obra La condición humana, en la que se refiere al amor del mundo y el amor por el mundo como una de las condiciones de la existencia humana. En concordancia con esta idea, Estados Unidos no siente amor por el mundo.
Este viernes se cumplirán 19 años de un hecho que marcó el fin del siglo XX. El 24 de marzo de 1999 –por órdenes de Bill Clinton– la OTAN inició una brutal y criminal serie de bombardeos en Belgrado, la capital de Serbia, que entonces era la República Federal de Yugoslavia (junto con Montenegro), que se prolongó hasta el 11 de junio del mismo año.
Dichos bombardeos –llamados «humanitarios» por Occidente– se cobraron la vida de dos mil civiles (entre ellos, 88 niños) e hirieron a seis mil personas; dañaron o destruyeron 40 mil casas, 300 escuelas y 20 hospitales (incluido uno de maternidad). Todo sigue impune.
A través de Amor Mundi, Veličković intenta dar a conocer el día a día de la población que se vio bajo el fuego indiscriminado de la OTAN: alrededor de las ocho de la noche sonaba la alerta que anunciaba el inicio de la jornada de ataques.
Ante ello se recomendaba abrir las ventanas para que las ondas expansivas no rompieran los cristales. Nadie sabía en dónde caerían las bombas o los misiles –“inteligentes”, lanzados por gente estúpida, dice el autor– ni cuántos muertos provocarían.
El ambiente de desolación se mezclaba con la tensión del rechazo que ciertos sectores de la sociedad tenían para con el entonces presidente de Yugoslavia, Slobodan Milošević (1941-2006), tildado por Occidente de «dictador», pero defendido por buena parte de los serbios y cuya renuncia y entrega del país era el principal objetivo de la OTAN, detrás del discurso en el que se indicaba que la defensa de Kosovo (la parte de Serbia habitada por miles de albaneses que buscaban la «independencia» y la expulsión de los serbios de dicho territorio) era la finalidad.
Aquellos bombardeos destruyeron cualquier cantidad de edificios de Belgrado, incluido el de la televisión estatal, en el que fallecieron 16 comunicadores acusados de ser fieles a Milošević. También fue atacado un tren civil en un puente en las inmediaciones de la ciudad de Niš, donde murieron varios civiles.
El terror se expandió por todas las regiones de Belgrado y otras ciudades yugoslavas. El propio Dušan Veličković relata que era un asedio del que no se sabía quién sería la próxima víctima. El ambiente era de desesperanza, pero también de rabia ante el mutismo del mundo.
Uno de los acontecimientos que más llamó la atención ocurrió el 7 de mayo de ese 1999, cuando la OTAN bombardeó la embajada de China en Belgrado, que provocó el deceso de tres personas. En ese entonces, ni China ni Rusia (incondicional aliado de Serbia) poseían la fuerza que hoy en día tienen, por ello el ataque no tuvo las repercusiones que tendrían en la actualidad.
Los puentes también eran blanco preferido de los genocidas que pilotaban los aviones de la OTAN, esa máquina de matar que opera en decenas de países con plena impunidad. Por ello, cientos de belgradenses se organizaron para colocarse en los puentes, con playeras que tenían un blanco en el frente.
Durante esos meses se vivió un drama del que poco se cuenta. En Amor Mundi, Veličković se enfoca en las experiencias personales, en cómo debió lidiar con el asedio de la OTAN y del propio Milošević. Es una obra que exige reflexión, de la que el genial Milorad Pavić dijo: «Me doy cuenta de que se trata de un libro magnífico y veraz sobre el bombardeo apenas pasadas las primeras páginas, y también de que no podré leerlo hasta el final precisamente por eso, pues ¿qué insensato pasaría por todo aquel horror de nuevo si ya se vio obligado a vivirlo una vez?»
Una de las historias más peculiares tiene que ver con una inspección que la policía debía llevar a cabo en la casa de un joven del que se sospechaba era «traidor». Ese día, los agentes se presentaron en la vivienda; el muchacho no estaba, pero los atendió su madre. Cuando los policías le comunicaron el porqué de su visita, la mujer no mostró rechazo, aunque sí puso una condición: entrarían, sí, pero sin calzado porque había limpiado la casa el día anterior y no estaba dispuesta a volver a hacerlo. Así, los agentes entraron, descalzos y con la misión de registrar cada rincón.
El libro está conformado por textos breves que buscan exponer la situación a partir de la experiencia personal del autor y de sus conocidos, sin restarle importancia al resto de la población. Por el contrario, defiende a ultranza los derechos humanos de las víctimas –de la OTAN y de Milošević– con voz y mirada sobrias que desvelan la calidad del escritor.
El mundo detrás de Dukla
Siempre quise escribir un libro sobre la luz.
No soy capaz de encontrar nada
que recuerde más a la eternidad.
Andrzej Stasiuk
Los grandes escritores se destacan por la capacidad inventiva de su imaginación, la riqueza de sus historias o el arte de su tratamiento. Una historia bien contada siempre resulta atractiva para todo tipo de lector.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando no hay historia, cuando ésta es casi invisible o cuando la trama apenas si se percibe en un cuento o una novela? De entrada, se corre el riesgo de ingresar a un libro del que se saldrá acaso muy pronto.
En 1999, Andrzej Stasiuk (Varsovia, 1960) obtuvo el premio al mejor prosista polaco por su novela El mundo detrás de Dukla (1997). En 2003, Acantilado lanzó la primera edición de dicha obra en español, con traducción de Elzbieta Bortkiewicz y de Juan Carlos Vidal.
Ésta es una novela cuya historia no se centra en la trama. Es más, en las primeras líneas, el narrador advierte que «…no debe existir trama alguna en este relato, porque ninguna cosa debe ocultar otras cosas cuando nos encaminamos hacia la nada…».
El mundo detrás de Dukla comienza con el retorno del narrador a Dukla, ese lugar que lo vio crecer y donde tuvo las primeras impresiones de la vida. En su regreso cuenta el estatismo de los domingos por la tarde, la luz que cubre las horas y todo parece inmóvil, encerrado en una especie de tristeza que acecha ese día a las personas.
El personaje narra cada espacio; no deja resquicio sin ser descrito y cada paso se convierte en un poema en movimiento. El hombre vuelve al sitio después de varios años y encuentra apenas ligeros cambios, pero los espacios permanecen, cuentan lo que años antes no pudo percibir.
Sin duda, la mayor virtud del autor en esta novela es el lenguaje: un lirismo que atrapa al lector y lo lleva a Dukla, un pueblo situado al sur de Polonia, para conocer los rincones que el autor describe con una sensibilidad destacable.
La prosa de Andrzej Stasiuk encanta, convierte al libro en un remanso donde los ruidos del exterior no se escuchan y, en cambio, la inmovilidad de Dukla se planta ante los ojos del que lee y se sabe habitante de ese pueblo.
Hay pasajes de los primeros años del narrador. Destaca a sus abuelos, la vida de entonces, las costumbres, la capacidad de existir con la mera presencia. O la aparición de Wasyl Padwa, un peculiar habitante del pueblo que guarda dinero, pero no con buenos resultados.
El protagonista es Dukla, sus espacios, su gente. Stasiuk hace del pueblo un mundo, pero en cada rincón, cada resquicio, describe un microcosmos con una maestría y una sutileza únicas que nos colocan frente a frases escritas con seda.
El mundo detrás de Dukla es una novela de 191 páginas para beberse a sorbos, degustarla frase a frase y deleitarse con el destacado lirismo de Stasiuk. Es asimismo como si la luz se posara sobre los cuerpos, sobre los espacios, se infiltrara entre los resquicios: todo está cubierto a través de las descripciones. Es un libro, pues, para disfrutar con todos los sentidos.
Las uvas de la ira
Robar un banco es un delito,
pero más delito es fundarlo
Bertolt Brecht
Hace un tiempo era muy común escuchar o leer acerca de los desahucios. En los últimos años, en España, miles de familias (no existe una cifra exacta) han sido despojadas de su vivienda o echados del sitio en el que vivían por la imposibilidad de pagar el alquiler o las hipotecas. Los métodos de los desalojos han causado indignación entre diversos sectores de ese país y a nivel internacional, pues casos ha habido en los que la gente que se queda sin techo es anciana, sin posibilidades de trabajar ya sea por enfermedad o por la edad misma.
A estas alturas, aún hay quienes se empeñan en vender la imagen de España como ejemplo, particularmente para México. Los desahucios son la punta del iceberg de un país cuyos índices de desempleo y desigualdades son de los más elevados de las naciones que conforman la Unión Europea. No obstante, los desalojos no son nuevos ni exclusivos de dicha nación.
La semana pasada, en este espacio recomendé la lectura de Manhattan Transfer (1925), una novela de John Dos Passos (Chicago, 1896-Baltimore, 1970) en la que aborda la deshumanización de la sociedad empujada hacia el llamado «progreso».
Mi recomendación de esta semana es una novela que tiene que ver justamente con desahucios, despojos, desigualdades e injusticias: Las uvas de la ira (Promexa/Diana, 1979), de John Steinbeck (California, 1902-Nueva York, 1968), quien en 1962 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura y que, como Dos Passos, perteneció a ese grupo de autores que conformaban la «Generación perdida».
Publicada en 1939, Las uvas de la ira despertó polémica entre el sector tradicionalista –e hipócrita– de la sociedad estadounidense. Hacia 1929, la Gran Depresión sumió a los Estados Unidos en una crisis que, como toda crisis, afectó, primero y en mayor medida, a la clase trabajadora. Esta crisis provocó que cientos de familias de estados del sur se desplazaran en busca de paliar la marginación a la que los campesinos fueron sometidos.
La novela de Steinbeck está ambientada en la década de los treinta y narra la historia de los Joad, una familia que se ve obligada a abandonar sus tierras por la eternamente insaciable voracidad de los bancos. Sin tierra y sin trabajo, embestidos por la miseria, los integrantes deciden viajar hacia California, pues se ha rumorado que allí las cosas pintan bien y hay trabajo y comida para todos.
Tom Joad, el protagonista, vuelve a su tierra luego de haber estado preso. Pero se encuentra con la nada, con la ausencia de su familia. Luego se entera del viaje y se une a la aventura, acompañado por el predicador de la comunidad.
Las carreteras están llenas de camiones cargados de familias y lo poco que pudieron rescatar; todos van en busca de un sueño californiano. Sin embargo, también los hay quienes vuelven de la búsqueda y advierten del exceso de trabajadores y la pírrica paga. Sin embargo, eso no desanima a los Joad y deciden seguir, comprobar por ellos mismos el desencanto. La novela relata todas las desavenencias que esa familia debe librar en busca de sobrevivir.
La obra en sí es una denuncia y cuestiona las prácticas del capitalismo. El autor la escribió basado en artículos periodísticos que él mismo escribió en los que daba cuenta de la situación de los trabajadores del sur de los Estados Unidos, principalmente en los campos de cultivo.
Steinbeck retrata la realidad de un país donde la miseria y los abusos son una realidad; las situaciones que se narran podrían rayar en lo extremo, pero no son sino un reflejo de la vida en el llamado «país más desarrollado del mundo».
Hoy en día, en pleno siglo XXI, esta obra es censurada entre las familias más conservadoras del país vecino del norte, enquistadas en una sociedad consumista e individualista, imposibilitada para echar una mirada al otro. Se trata de una novela extensa (511 páginas en la citada edición), pero con un tono fluido que permite una lectura rápida.
Las uvas de la ira es un texto que se publicó por primera vez en 1939, pero cuyos problemas abordados por Steinbeck continúan vigentes y parecen ensancharse conforme aumentan las ambiciones de las elites.
En 1940, John Ford dirigió una película basada en esa novela, con Henry Fonda como protagonista. La cinta obtuvo seis nominaciones al Oscar y se hizo acreedora a dos: Mejor Director y Mejor Actriz de Reparto (Jan Darwell).
Otras obras destacadas de John Steinbeck son De ratones y hombres (1937), La perla (1947), Al este del Edén (1952), Dulce jueves (1954), entre otras.