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¡Ah!, el espejo, siempre queda el espejo

que no me deja mentir: tengo la cara de una fiera,

lo que me queda de cabello, desgreñado,

el ceño cargado, un Beethoven iracundo sin sordera ni música.


J.G.N.


Hay en Sudamérica una riqueza literaria de la que se puede sacar un buen puñado de grandes autores que aparecen en una y otra antologías. Pero hay nombres que se repiten una y otra vez y de pronto dan la sensación de preguntarse si es que no hay más escritores.

En este sentido cae uno en la cuenta de que la brasileña es una literatura acaso poco explorada y de la que nos llega información a cuentagotas.

A propósito de este asunto, esta semana me permito recomendar una novela salida del gigante sudamericano: Lord (2004; Adriana Hidalgo editora, 2006), de João Gilberto Noll (1946-2017).

La historia inicia cuando un hombre brasileño es llamado a Inglaterra por un militar británico. Se sabe que es autor de algunos libros, pero no quién es en sí. No hay un hilo que lleve al lector al pasado de esa persona. ¿Para qué ha sido llamado a Inglaterra? Ni el narrador –que es el propio protagonista– lo tiene claro.

De buenas a primeras, el hombre llega a Londres. Para ello, el británico le envía los pasajes y le otorga una casa a la que debe llegar, pues será su hogar en la capital inglesa.

Sin embargo, el motivo del llamado lo desconoce; el protagonista únicamente menciona que es para una especie de misión, pero ignora más detalles.

Una vez instalado en Londres inicia el viaje del cuerpo que es el narrador. La ciudad, fría y no del todo de su agrado, sirve de pretexto para comenzar a «ser varios», luego de comprobar –espejo de por medio– que no ha sido suplantado por otro.

Las horas se extienden. El recién llegado comienza a recorrer lugares, a desplazarse de un punto a otro en busca de un motivo. Así, la novela va cobrando tintes existenciales mediante las reflexiones del personaje.

El hombre se desenvuelve en la urbe. Se desinhibe. De pronto es consciente de que allí es un desconocido, de que se encuentra en un mundo nuevo. Esta autoafirmación lo conduce a adoptar comportamientos que acaso en Brasil no hubieran tenido lugar, tales como cometer robos o meterse en la cama con desconocidos.

En ese zambullirse en las horas llega incluso la pérdida de la consciencia. Alguna noche se pregunta qué fue de él en todo el día, en dónde estuvo. Diríase que al comienzo del nuevo día se suplanta a sí mismo para convertirse en uno más que puede ser.

De alguna forma, en la novela hay una especie de derrota del individuo: resulta acaso imposible situarse en un lugar nuevo sin ningún motivo que lo mueva a justificarse en sí, a llenar las horas. Porque la libertad se torna en una bestia con la que difícilmente puede lidiar el hombre.

El personaje va de una ciudad a otra. Se mueve en tren, observa a los otros, se toma el tiempo de imaginar situaciones con algunos de los desconocidos que se topa.

Lord es un grito de libertad, pero también una manifestación del miedo a la misma. El narrador cae inconsciente, ve mermada su salud; el contacto con los otros es una posibilidad de ser alguien más: se diluye en sí mismo hasta convertirse en un ente en busca de explorar límites que antes ni figuraban en su imaginario.

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