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Quédate ciego, dije para mis adentros

cuando apenas tenía diez años,

y me puse a andar a tientas por la casa,

con los ojos abiertos como quien no ve.

 

A. B., en La calma

 

Un buen libro siempre queda ahí, en el imaginario del lector. Así pasen semanas, meses e incluso años, la historia rondará por la cabeza y taladrará la memoria, hasta brotar como un recuerdo que es parido en lomás íntimo de los pensamientos. Así me ocurre con la recomendación que haré esta semana.

La calma (2001; Acantilado, 2003, con traducción de Adan Kovacsics) es una novela del autor Attila Bartis (1968), un húngaro que nació en territorio rumano. Desde 1984 reside en Budapest.

El título evoca quietud, tranquilidad… Sin embargo, al sumergirse en las páginas, encontramos situaciones y vidas que alejan al lector de la calma y lo llevan por derroteros diametralmente opuestos.

El protagonista –anónimo– es también el narrador de la historia: un escritor que vive inmerso en un mundo controlado por su madre, otrora una actriz famosa pero venida a menos, atrapada en la locura y en la soledad.

La vida del escritor es manipulada por la mujer. Viven entre el recuerdo de Judit, la hermana ausente del protagonista cuyas cartas mantienen de alguna forma la esperanza de la madre. Pero ésta ignora que la última carta real de su hija fue escrita años atrás: ahora, las epístolas que recibe son escritas por su hijo, quien las redacta con la mano izquierda para que la caligrafía se parezca a la de Judit.

La convivencia entre madre e hijo resulta insoportable, llena de reprimendas e insultos. Así existe uno junto al otro, en una Budapest que vive la última etapa del comunismo, donde todo parece gris, cenizo, de gritos contenidos, pero hay movimiento.

El protagonista sostiene una relación amorosa con Eszter, una chica con la que suele pelear con frecuencia. De esta forma, tal parece que en La calma ésta no existe; por el contrario, «la violencia parece ser un camino de purificación, se nos muestra como una confesión de seres solitarios y perversos, a medio camino entre la locura más desenfrenada y la tendencia a la normalidad», reza en la contracubierta del libro.

En la historia aparecen pocos personajes, pero todos son presa de una soledad brutal que los recluye en un ensimismamiento que estalla con lapsos de violencia. No parece existir paz en el interior de nadie y si aún cohabitan es porque parece ser que no se han dado cuenta de que están vivos. Sí. La vida es una monotonía destructiva, cargada de una presión autoimpuesta.

No obstante el profundo pesimismo que destila en las páginas de esta novela, Attila Bartis –al igual que Camus– deja abierta la posibilidad de hallar en el lodazal que es la vida, un hueco por el que brote la esperanza.

La obra está narrada con maestría, compuesta de parrafadas que dan respiro al lector con espacios en blanco. El estilo es directo y fluido, de una prosa intensa. Se trata de una muestra de la nueva literatura de esa Europa acaso desconocida, lejos de los libros que se ofertan en librerías y que no parecen tener más vida que la que les otorga la mesa de novedades, durante dos o tres meses.

El autor de La calma se muestra como una voz potente de las letras europeas contemporáneas, lejos de los reflectores, pero cerca del arte de hacer literatura.

Es una obra que algo dejará en el lector que se anime a enfrentarse a sus páginas.

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