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No es fácil vivir bajo un bombardeo y actuar

como si no ocurriera nada, como si no fuera contigo.

Creer que las bombas no te van a caer a ti

ni a ninguno de tus conocidos.

 

Dušan Veličković

 

El terrorismo es una palabra que hoy en día reproducen los medios de comunicación hasta la saciedad. Pero es curioso que dicha práctica deleznable –el terrorismo– está asociada a grupos radicales de Oriente Medio; es decir, en esta segunda década del siglo XXI, la imagen del terrorista está ligada a una persona con turbante.

En los últimos años, el autodenominado «Estado Islámico» ha perpetrado ataques brutales en diversas partes del mundo. Sin embargo, poco se habla de cómo ese grupo alcanzó el poder. En resumidas cuentas, se trata de una organización terrorista cuyo origen está ligado a Estados Unidos, que la ha abastecido de armamento, primero, y después a través de financiamiento.

Para Estados Unidos la paz no es redituable, pues es un país que vive y se enriquece a través de la guerra. Cada año, la fabricación y venta de armas deja ganancias multimillonarias a esa nación, tan dada a la violencia. Se trata del país terrorista y genocida por antonomasia después la Segunda Guerra Mundial: entre 1945 y 2001 estuvo involucrado en 201 de 248 conflictos bélicos en 153 zonas del mundo (el 80 por ciento del total), según reveló el portal Washington’s Blog, que a su vez tomó parte de un estudio de la revista American Journal of Public Health.

El informe también reveló que Estados Unidos es responsable del 41 por ciento del gasto militar de todo el mundo, que mantiene entre 700 y mil bases militares en diversos puntos del planeta. Además, el 90 por ciento de las cientos de miles de víctimas son civiles, sin que a la fecha haya castigo.

Ya sea por petróleo u otros recursos naturales o por mera posición geopolítica, nuestro vecino del norte invade, mata y lleva el terror allí donde sus intereses lo indiquen, con la consabida seguridad de que buena parte del mundo hará oídos sordos y volverá la vista hacia otra parte.

Un ejemplo de todo lo anterior tiene que ver con la recomendación de esta semana: Amor Mundi (Ediciones del Bronce, 2003), una obra del escritor y periodista serbio Dušan Veličković (1947).

En la advertencia el autor refiriere que amor mundi alude a una idea de la filósofa alemana Hannah Arendt (1906-1975) expresada en su obra La condición humana, en la que se refiere al amor del mundo y el amor por el mundo como una de las condiciones de la existencia humana. En concordancia con esta idea, Estados Unidos no siente amor por el mundo.

Este viernes se cumplirán 19 años de un hecho que marcó el fin del siglo XX. El 24 de marzo de 1999 –por órdenes de Bill Clinton– la OTAN inició una brutal y criminal serie de bombardeos en Belgrado, la capital de Serbia, que entonces era la República Federal de Yugoslavia (junto con Montenegro), que se prolongó hasta el 11 de junio del mismo año.

Dichos bombardeos –llamados «humanitarios» por Occidente– se cobraron la vida de dos mil civiles (entre ellos, 88 niños) e hirieron a seis mil personas; dañaron o destruyeron 40 mil casas, 300 escuelas y 20 hospitales (incluido uno de maternidad). Todo sigue impune.

A través de Amor Mundi, Veličković intenta dar a conocer el día a día de la población que se vio bajo el fuego indiscriminado de la OTAN: alrededor de las ocho de la noche sonaba la alerta que anunciaba el inicio de la jornada de ataques.

Ante ello se recomendaba abrir las ventanas para que las ondas expansivas no rompieran los cristales. Nadie sabía en dónde caerían las bombas o los misiles –“inteligentes”, lanzados por gente estúpida, dice el autor– ni cuántos muertos provocarían.

El ambiente de desolación se mezclaba con la tensión del rechazo que ciertos sectores de la sociedad tenían para con el entonces presidente de Yugoslavia, Slobodan Milošević (1941-2006), tildado por Occidente de «dictador», pero defendido por buena parte de los serbios y cuya renuncia y entrega del país era el principal objetivo de la OTAN, detrás del discurso en el que se indicaba que la defensa de Kosovo (la parte de Serbia habitada por miles de albaneses que buscaban la «independencia» y la expulsión de los serbios de dicho territorio) era la finalidad.

Aquellos bombardeos destruyeron cualquier cantidad de edificios de Belgrado, incluido el de la televisión estatal, en el que fallecieron 16 comunicadores acusados de ser fieles a Milošević. También fue atacado un tren civil en un puente en las inmediaciones de la ciudad de Niš, donde murieron varios civiles.

El terror se expandió por todas las regiones de Belgrado y otras ciudades yugoslavas. El propio Dušan Veličković relata que era un asedio del que no se sabía quién sería la próxima víctima. El ambiente era de desesperanza, pero también de rabia ante el mutismo del mundo.

Uno de los acontecimientos que más llamó la atención ocurrió el 7 de mayo de ese 1999, cuando la OTAN bombardeó la embajada de China en Belgrado, que provocó el deceso de tres personas. En ese entonces, ni China ni Rusia (incondicional aliado de Serbia) poseían la fuerza que hoy en día tienen, por ello el ataque no tuvo las repercusiones que tendrían en la actualidad.

Los puentes también eran blanco preferido de los genocidas que pilotaban los aviones de la OTAN, esa máquina de matar que opera en decenas de países con plena impunidad. Por ello, cientos de belgradenses se organizaron para colocarse en los puentes, con playeras que tenían un blanco en el frente.

Durante esos meses se vivió un drama del que poco se cuenta. En Amor Mundi, Veličković se enfoca en las experiencias personales, en cómo debió lidiar con el asedio de la OTAN y del propio Milošević. Es una obra que exige reflexión, de la que el genial Milorad Pavić dijo: «Me doy cuenta de que se trata de un libro magnífico y veraz sobre el bombardeo apenas pasadas las primeras páginas, y también de que no podré leerlo hasta el final precisamente por eso, pues ¿qué insensato pasaría por todo aquel horror de nuevo si ya se vio obligado a vivirlo una vez?»

Una de las historias más peculiares tiene que ver con una inspección que la policía debía llevar a cabo en la casa de un joven del que se sospechaba era «traidor». Ese día, los agentes se presentaron en la vivienda; el muchacho no estaba, pero los atendió su madre. Cuando los policías le comunicaron el porqué de su visita, la mujer no mostró rechazo, aunque sí puso una condición: entrarían, sí, pero sin calzado porque había limpiado la casa el día anterior y no estaba dispuesta a volver a hacerlo. Así, los agentes entraron, descalzos y con la misión de registrar cada rincón.

El libro está conformado por textos breves que buscan exponer la situación a partir de la experiencia personal del autor y de sus conocidos, sin restarle importancia al resto de la población. Por el contrario, defiende a ultranza los derechos humanos de las víctimas –de la OTAN y de Milošević– con voz y mirada sobrias que desvelan la calidad del escritor.

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