1991
Da vueltas en su cuna, inquieto. Me hace pensar que no la pasa bien en el sueño. Lo quiero tanto y llego a pensar que el amor en exceso le hace daño. Sé que me critican por darle pecho aún. ¡Pero si apenas tiene trece meses! Además, no volveré a tener hijos, me quedaré con Perlita y con él. Entonces para qué quiero cuidarme tanto los senos si no habrá otra boca que alimenten después. Bueno… queda la de Javier, mi marido, pero a sus treinta años creo que está bastante bien nutrido; su madre hizo su trabajo de maravilla. A mi niña sólo le di nueve meses porque se me acabó la leche; tengo sentimientos de culpa. No quiero que me pase lo mismo con Lalito. El problema es que empieza a morderme, como si se enojara el muy bandido. Dice mi prima psicóloga que lo hace para aferrarme a él, que empieza a querer controlarme. ¡Ay!, alucina demasiado. ¿Cómo se le ocurren esas cosas? Si es un inocente. Lo que pasa es que no lo puede evitar, es varoncito y por eso es más brusco. Javier también me… ¡Ay!, qué pena. Pero bueno… pienso que a todos los hombres, grandes o chiquitos, le gusta darnos mordiditas ahí. Y diré la verdad, a mí me gusta que me muerdan, sobre todo cuando estoy a punto de… Bueno, ése no era el tema, me estoy acalorando demasiado. El otro día tuve un problema con mi marido. Regañó a Lalito como si fuera un niño mayor, todo porque rompió al rey Baltazar en el nacimiento. Le dije que estaba jugando y que no lo puede tratar desde pequeño como si fuera un soldado. Incluso le dio una nalgada. Y todo porque rompió al rey negrito, como si no hubiera muchos en el mercado. Me enfurecí con él, a una criatura no lo puedes tratar así, pierde la confianza en sí mismo y en los demás; en eso creo que tiene razón mi prima. Perlita también tembló de miedo al verlo enojado, y ella tanto que lo quiere. De castigo, toda la semana lo puse en ayuno de… En abstinencia carnal, pues, para ser elegante. Ni te atrevas a tocarme, le dije. Lo amenacé con ponerme “cinturón de castidad” todo un mes si volvía a tratar así a Lalito. Vieran el arreglote de flores que me trajo al otro día y lo bien que la pasamos en el restaurante lujoso al que me llevó a cenar para curar su culpa. Ya por la noche lo premié como se debe. Pensándolo bien, una nalgada a Lalito de vez en cuando no es para tanto alboroto. ¡Ay!, pero no. Pobre de mi pequeño. A veces pienso que soy mala madre. No me tengo confianza y así menos la van a tener mis hijos. ¡Ay!, no sé…
1993
Algo le pasa a Lalito. Desde que Perlita ingresó a preescolar se ha puesto muy chillón e inseguro. No quiere jugar y anda pegado de mis faldas todo el tiempo. Me ha desesperado tanto que el otro día le di su nalgada. Luego me sentí tan vil que lloré y lo abracé durante horas. Mi prima nos recomienda llevarlo a una guardería, porque así tendré tiempo para mí y podré empezar a trabajar; además, dice, Lalito se volverá más autónomo y dejará de aferrarse al trapo con el que anda todo el día. ¿Quién le dijo que quiero trabajar más de lo que lo hago en mi casa? Como ella no tiene hijos ni marido se la pasa en cursos y congresos. No, decidí ser madre y cumplo mi obligación. Tengo mi título de enfermera, pero la verdad es que acabé la carrera por complacer a mis padres. Me siento realizada en mi casa, atendiendo a mis hijos y a mi marido. Lalito me necesita tanto. Tiene mucho miedo y es demasiado sensible, no soy capaz de abandonarlo todavía. Luego me puede pasar como a Rocío, mi otra prima, que se siente tan independiente y liberada que acabó enredándose con otro y largándose con él sin importarle su hijo; lo bueno es que sólo tuvo uno. Y vieran qué lindo es. Acaba de cumplir tres años, tiene dos meses más que Lalito, pero es un verdadero remolino. Le gusta cantar, jugar futbol y hasta lo metió su papá a clases de nado. ¡Tan chiquito! En una de esas se ahoga y luego vienen los arrepentimientos por andar queriendo meter a sus hijos en todo. Yo pensé en llevar a Lalito, pero no creo que sea tiempo todavía. No sé, a veces pienso que debo ser más valiente. Últimamente me he sentido muy ignorada por Javier. Casi no me ayuda con los niños, llega muy tarde del trabajo y dice mi pariente psicóloga que a esta edad mi hijo lo necesita mucho. Yo entiendo a Javier, pobrecito, trabaja tanto que a veces se queda a dormir en la oficina. Aunque en ocasiones sospecho… Mejor no pienso nada, sólo me hago bolas y ofendo a mi marido, tengo plena confianza en él. Mi mayor preocupación es mi niño. No lo saco de la tele y llora si no encuentra su trapito. ¿Y si lo llevo a natación como me recomiendan?... ¿Mi marido andará con alguien?... Quisiera ser más segura… La verdad es que… ¡Ay!, no sé…
1995
Dudo que hayamos elegido bien el kínder para Lalito. Ayer llegó muy triste y dice que ya no quiere ir. La verdad es que hay muchos niños majaderos. Le he dicho a Javier que debemos cambiarlo de escuela, pero no me baja de loca y consentidora, como si no supiera que nuestro hijo es tan sensible. Me indignó bastante la actitud de su miss cuando a Lalito le dieron un balonazo en la cabeza por jugar de portero. A mí me choca el futbol y a mi hijo tampoco le gusta. Pero su padre insiste en que debe practicar esos deportes de contacto para que se haga fuerte. Pues ahí tienen, que lo dejaron casi privado cuando no pudo atajar con sus manos el balón y le dio en el entrecejo. La bruta de su maestra diciéndoles a sus compañeritos que no le hicieran caso, que él se levantaría solo. Y sí, Lalito se levantó tiempo después, ante las burlas de varios niños estúpidos y la indiferencia de su maestra, que sólo atinó a decirle que en la vida uno se cae muchas veces y hay que saber levantarse. ¡Bruta! Si hubiera estado yo ahí, la moqueteo y la tiro al suelo para que también aprendiera a levantarse sola. Con esas nalgas de yegua no creo que hubiera podido. Desde esa vez veo muy retraído a mi hijo, ni siquiera lo vi feliz ahora que le festejamos su quinto cumpleaños, sólo se emocionó cuando el payaso que contratamos se puso a hacer trucos de magia y luego declamó un poema sobre la alegría. Vi que su mirada se perdía en los movimientos del payaso, tratando de descubrir el secreto de los trucos y después escuchó el poema con la boca abierta, como si fuera música lo que estaba oyendo. Una de dos: Lalito será poeta o mago, o algo por el estilo. Su papá quiere que sea ingeniero civil como él, pero no le veo la pinta para eso. Últimamente no muestra ninguna iniciativa y se queda mirando por la ventana como si escapara por ella con la imaginación. De repente hace unos berrinches tremendos y termina llorando, y rompe lo que tiene a la mano. Me dicen que debo ignorarlo; mi prima, ya saben. Pero yo lo abrazo al pobre hasta que se calma. Ahora que entre a la primaria lo llevaremos a otra escuela donde no haya tantos pelafustanes. ¡Ay!, yo me siento bien apenada con mi niño. El otro día entró a mi recámara por la noche, porque lo despertó una pesadilla, y nos encontró haciendo el amor. Entró justo cuando yo pegaba de gritos. Porque soy así, escandalosa, no puedo evitarlo. Pobrecito, se impresionó tanto que me siento una madre pervertida por hacerle eso. A veces creo que lo debo llevar a terapia… o que soy yo la que debe ir. Ya me lo había sugerido mi prima, pero… ¡Ay!, no sé…
2000
No debería, pero estoy preocupada por Lalito. Le dolió mucho que su padre no estuviera en su décimo cumpleaños. Desde que me separé de Javier han bajado sus calificaciones en la escuela y le ha sido difícil llevarse bien con Pedro. Perlita, al contrario, se lleva excelente con él, le ayuda mucho su carácter más ligero. Pero Lalito no entiende que separarme de su papá fue lo mejor; ya no era vida la nuestra. Gritos, malas caras, fastidio todo el tiempo. Lo peor: me fue infiel y yo también a él. No había nada que hacer. Ahora con Pedro me siento otra vez viva. Tal vez a Lalo le pareció muy precipitado de parte mía que a los cinco meses yo tuviera otro hombre, pero no pude evitarlo, no nací para estar sola. Además, lo de Javier y yo ya tenía tiempo que estaba muerto. Pero, ¡ay!, no sé qué hacer con mi niño. Apenas va en quinto de primaria y me salió con que ya no le gusta la escuela. De plano tuve que llevarlo con un terapeuta recomendado por mi prima, ahora sí le hice caso en medio de mi desesperación. Sé que ella no lo aprobaría, pero cuando veo a mi hijo triste y con mucho miedo, me acuesto un rato con él en su cama, como ahorita. Lo acaricio hasta que se queda dormido. No me gusta cuando se queda con Javier en su departamento, dos días a la semana; regresa enojado y hosco conmigo. No sé qué tantas cosas le dirá de mí esa bestia peluda. Lo que menos me agrada es que lo obligue a tomar esas estúpidas clases de Tae Kwon Do. Regresa furioso porque siempre lo golpean y me pide que hable con su padre para que no lo lleve más. Con todo, ayer mi hijo me dio una alegría que, para mí, es al mismo tiempo una pena. Le gusta una niña de su escuela y dice que se siente enamorado. Es tan pequeño que me causa ternura; también un poco de celos. ¡Mi chiquito de diez años fijándose ya en sus compañeritas! Pero eso le va ayudar a no extrañarme ahora que me vaya con Pedro al mar por una semana y lo encargue a él y a su hermana con su tía. Sé que me critican mis familiares por estas liviandades, como les llaman ellos, pero es que necesito mi espacio. De cualquier modo, dice el terapeuta que Lalito está resolviendo mejor sus conflictos, que poco a poco aprenderá a competir y a tolerar mejor la frustración. Necesito el mar, cada vez que voy a él me renuevo. Con Pedro quiero repetir algo que no hago desde hace mucho, cuando estaba con Javier: hacerlo a la orilla del mar, en una playa que conozco y detrás de unas rocas a las que llega poca gente. Ahí desarrollé la potencia orgásmica de mis pulmones y no hay nada en el mundo que me alivie más que sentirme poseída en ese lugar. Sé que parezco un poco loca, pero ésa soy yo. Ya se durmió Lalo. ¡Qué lindo se ve!, se está volviendo hombrecito. De pronto no quiero que crezca, siento que le da miedo el mundo. ¿Será que el miedo lo tengo yo?... ¡Ay!, no sé…
2008
Desde hace unas semanas que su madre se fue a vivir a un pueblito de la costa de Oaxaca, San Agustinillo, creo, Lalo se ha puesto en mal plan conmigo. Tenemos seis meses de andar de novios y no había reaccionado así. Al principio me gustó por tierno y callado, tan diferente de los demás chicos de la prepa. No le conocía sus arranques de enojo. La verdad es que me ha herido, pues lo quiero mucho. Todo comenzó porque me atreví a opinar sobre la partida de su mamá hacia ese lugar en el mar, con su nuevo galán medio hippie. No pensé que se enfureciera cuando le dije que no estaba bien que lo dejara viviendo con su abuela, que todavía la necesitaban él y su hermana; aunque Perlita es otro rollo, bien independiente ella y bien lanzada. Lo que más le pudo es que me reí del modo de vestir de su mamá, pues desde que encontró a su reciente amor usa puras faldas hindús, blusas de manta, collares y huaraches, así como bien retro. Como que no le queda, le dije. Yo la conocí trabajando en oficina, con traje sastre y todo, y pues se me hizo muy raro el cambio, neta. Eso fue todo. Se encabronó tanto que terminó llorando, no sé si sólo de enojo o porque le toqué algo muy adentro. Yo lo quiero, pero en el fondo no lo conozco mucho. Me he dado cuenta de que hablándole bonito se le baja lo berrinchudo. Cuando lo hicimos por primera vez, y así, literal, por primera vez, pues los dos éramos vírgenes, me sacó de onda cuando al final me pidió que le dijera Lalito, mientras se quedaba adormilado encima de mis pechos. Yo lo tomé como un juego bien padre, pero cada vez que hemos estado juntos me solicita lo mismo. ¡Y pues ya!, ¿no? Le dije que me explicara por qué siempre me pedía eso; se le pusieron los ojos llorosos y terminé consolándolo. Lo que de plano no tolero es que sean mis pechos lo que más le guste de mí cuerpo; siempre me lo dice. ¡Ay!, eso me fastidia, porque si algo me tiene traumada son esos dos globos que me cuelgan y donde se pegan los ojos de todos los idiotas que me encuentro por la calle. ¿Y mi cerebro, qué? Y mis ojos, mis piernas, mis sentimientos, mis ideas, ¿qué onda con ellos? Lo perdono porque lo quiero. Me preocupa verlo tan confundido. Cada vez quiere saber menos de su padre, no sabe qué área vocacional escoger y ya nos quedan pocos días para decidir. Le pregunto qué se ve haciendo dentro de diez años. Se lo toma a cotorreo y me dice que se mira cogiendo conmigo en un maratón de sexo interminable. Ya pronto saldremos de vacaciones, quiere que lo acompañe a visitar a su madre, pasar allá su cumpleaños dieciocho y echarnos unos churritos mirando el mar. Tengo mis dudas. No sé a dónde voy a llegar con Eduardo. Quiero mucho a mi chiquito, pero… neta que… ¡Ay!, no sé…
2022
Ayer me sorprendió mucho con su aparente decisión de abandonar su trabajo. Desde hace varias semanas lo he visto inseguro y deprimido, refugiado siempre en sus libros y quejándose de los políticos, la violencia, la economía y el consumismo. Justo ahora que estoy embarazada y necesito certeza. Me cuesta lidiar con esos bajones emocionales de Eduardo, quiere abandonarlo todo, no le ve sentido a lo que hace. Es extraño, cuando comenzó a dar clases se veía encantado. Decía que el aula es un espacio revolucionario por excelencia, que ahí está el futuro del país, en la educación. Si algo me encantó cuando lo conocí en el último año de la universidad fue su idealismo y espíritu crítico, su fe en el arte y la poesía. Nunca pensé que un estudiante de letras hispánicas tuviera más espíritu revolucionario que mis compañeros de la facultad de leyes. Por eso no entiendo su fastidio, dice que ya no soporta a esos adolescentes descerebrados que no creen en nada, se guían por las redes sociales y son incapaces de una mínima solidaridad hacia los demás, perdidos siempre en ese mundo de pantallas digitales e imágenes que los manipulan como a unos títeres. Más me duele no verlo emocionado con mi embarazo y que me diga que no se siente apto para ser padre. ¿Por qué ahora me lo dice, carajo? Pudo haberlo dicho antes de embarcarnos en esto. Pero de pronto vuelve a ser el mismo hombre tierno que conocí y me confunde. Llega, me abraza, nos pide perdón al bebé y a mí, y se adormila en medio de mis pechos. ¿Quién es tu chiquito?, me pregunta. La respuesta mágica es: tú, mi amor; eso parece tranquilizarlo y darle fuerza. En ocasiones tengo la sensación de que estoy a punto de parir dos niños, uno de 32 años. No estoy segura de seguir queriéndolo igual, muchas cosas se han perdido entre los dos. Antes me encantaba su poesía, esa hermosa desazón que había en sus palabras, su dulce fastidio del mundo; ahora ya no me sirve esa melancolía impresa en papel. Creí que evolucionaría hacia algo más constructivo, con mayor reflexión y propuesta. Nada, se quedó en la descripción de la pestilencia del pantano y lo que quiero es salir de él, ver firme hacia adelante. ¡Dios!, se me ha ocurrido dejarlo y enfrentar sola el nacimiento de mi hijo. Yo gano más dinero que él y no me da miedo ser madre soltera. Sin embargo, me atormenta pensar en lo que sería de Lalo. Lo veo tan aislado, tan insatisfecho. Se me oprime el corazón, pobrecito. Además, la enfermedad de su madre lo ha afectado mucho, aunque no creo que la señora se merezca sus atenciones y los de Perla, mi cuñada, pues dejó de estar en los momentos importantes de sus hijos. Tal vez Lalo tenga razón, otro trabajo le ayudaría a salir del bache en que se encuentra. ¡Ay! A veces dejo de ser comprensiva con él. Mi madre dice que los hombres a esta edad tienen muchas crisis y que yo… ¡Ay!, no sé…
2041
Su edad es buena para morir, me lo dice muy convencido después de hacer el amor. Es un hombre raro y yo reconozco mi propensión hacia los hombres raros. Llevamos más de dos años como amantes y me siento bien así. Tengo bien claro que no soportaría despertar todos los días junto a un tipo que por las noches escribe panegíricos a los suicidas, a la eutanasia y al sexo con androides, que todo lo compra y paga por Cosmonet: la marihuana, los alimentos, los libros electrónicos, la pantalla enrollable OLED y la cuota por vigilancia satelital de seguridad. Fue curioso haberlo conocido hace ocho años en el funeral de su madre, al que acudí para darle el pésame a su hijo Rogelio por la muerte de su abuela; Roge era mi alumno en la escuela secundaria. Eduardo me pareció un tipo encantadoramente desfachatado, con esa barba y su melena larga, y unos ojos infantilmente tiernos. Cuando mucho tiempo después nos hicimos amantes no pensé que llegaría a quererlo tanto. De hecho, provoca un conflicto interesante en mí, pues aunque me lleva ocho años, lo siento como un niño desamparado; estancado, dice él, por no haber podido hacerse de un patrimonio que un hombre de su edad debería tener. Mueve mi emoción a querer cuidarlo, cobijarlo. Será que nunca fui madre y de alguna manera él llena ese hueco inconsciente mío. También está Roge, que, aunque sabe que su papá y yo tenemos una relación especial y no exclusiva, cuando eventualmente convivo con él me ve como una segunda madre; le gusto, me dice en broma. Es extraño mi Lalo. En algún momento pensé que podríamos tener una relación normal, pero definitivamente no es posible. Me entristece cuando afirma que no rebasará los sesenta años y pedirá la eutanasia; no soporta la idea de llegar a viejo. No quiero vivir con alguien que hace apología de la muerte en lo que escribe. No pude terminar de leer su última novela, sus personajes son una especie de espíritus que hacen la guerra para ganarse el derecho a no nacer en esta dimensión tridimensional, luchan por la no vida. El tema me asusta demasiado, soy aún un tanto conservadora y amo estar viva, tener sexo no virtual y consumir comida de verdad, no hamburguesas de carne de ternera fabricada en un tubo de ensayo a partir de células madre de vaca, que hoy están tan de moda. Eduardo dice amarme, tanto, que accedió a cumplir una fantasía mía muy común de realizar por muchas mujeres modernas, pero que a mí me ha costado trabajo; qué quieren, aún nací en el siglo pasado. Se trató de tener sexo con dos hombres a la vez. Fue una experiencia plena de amor, divina, me procuraron un placer exquisito que antes no experimenté. Eduardo me pide que probemos un trío con un androide mujer que él suele alquilar eventualmente. Pero hasta esos extremos no llego, ya no es natural. De mi parte, lo último que hice por darle gusto fue colocarme unas prótesis mamarias autólogas para aumentar el tamaño de mis senos. Me resistía, pues a mi edad sigo practicando natación y me serían muy incómodos; pero quise satisfacerlo. Además, son operaciones tan habituales que prácticamente el 80 por ciento de las mujeres lo hace. ¡Ay!, mi Lalo, debo pensar bien si quererte es suficiente para seguir de amantes, pues ese afán tuyo de pedir la eutanasia antes de los 60 me perturba. Tal vez deba voltear hacia alguien menos complicado. Pero… ¡Ay!, no sé…
2060
Eduardo, no sabes cuánto te agradezco que haya sido yo a quien elegiste para estar contigo este día. Sé que todo está listo. Sin embargo, aún quiero hacer un último intento para disuadirte. Disculpa que lo haga, pero soy tu hermana y siento mucha tristeza. Me resisto a tomar las píldoras no sadness, prefiero sufrirte en este momento como sufrí la pérdida de mi esposo. Se me hace digno un poco de dolor. Lalo, el informe de tu genoma predice tu muerte natural hasta los 83 años. ¿Por qué insistes en irte antes? Sé que pensabas hacerlo a los sesenta y que lo pospusiste gracias a tu interés por las letras. De no haber sido así, no hubieras escrito Jardines en Marte, ni dado esa alegría esperanzadora a tanta gente en el mundo. Piensa que aún puedes ofrecer mucho más con tu talento, aunque creas que ya lo has dicho todo. ¡Ay!, hermanito… Veo que estás decidido, ¿verdad? ¿Por qué al menos no aceptas mi propuesta de criopreservar tu cuerpo? Yo asumiría el costo correspondiente a los próximos 50 años. Me he comunicado a Alcor Life Extension Foundation y… Está bien, no insistiré. Una pregunta más, Lalo. ¿Después de la resomación de tu cuerpo deseas que guardemos tus cenizas un tiempo, antes de llevarlas al mar, o que procedamos de inmediato?... Gracias por dejarme tenerlas conmigo un tiempo. Aún soy mujer de fe y quiero hacer algunos rezos durante unos días para que tengas buen viaje; Roge y su esposa están de acuerdo. Ahora debo entregarte esto que he tenido conmigo desde que me lo dio a guardar nuestra madre: tu trapito. Se ha conservado en un cofre todo el tiempo, de modo que está igual que cuando eras niño. Llévalo contigo. Me da gusto que te cause esa sonrisa. Creo que… antes de que me eche a llorar, ahora sí tomaré las píldoras para evitar la tristeza. Quiero despedirme feliz, igual que te veo a ti… ¡Listo! ¿Sabes que no me tardaré mucho en seguirte? El informe de mi genoma dicta que moriré a los 78; ya sólo me faltan seis. Veré cuánto puedo alargar mi tiempo; o cuánto lo acorto. No importa, estoy satisfecha con lo que he vivido y mis hijos también lo están; no tengo nada que lamentar. Lalo… te quiero mucho, ¡mucho! Es hora de retirarme. ¿Quieres decir o pedir algo más?... ¡Claro que te cantaré nuestra canción! ¿Recuerdas cuando nos la enseñó mamá? Amaba a Queen, la vieja banda: “You make me live, whatever this world can give me, It’s you, you’re all a see…” Adiós, hermanito. Te abrazo fuerte. Debiera llorar por ti, pero ya no puedo. Estoy feliz al verte marchar feliz. Quisiera que… ¡Ay!, no sé.