LABERINTO
Ella misma no estaba al tanto de su condición de laberinto. Muchos incautos se extraviaron en sus callejas adoquinadas con balcones cargados de flores y colibríes libando néctar por todas partes. Varios Ulises, Perseos, Virgilios, núbiles Romeos, arrogantes donjuanes e incluso unos pocos y angustiados Kafkas, caminaron sus recovecos sin encontrar salidas. Unos no pudieron con el sol que noche y día incendiaba la luz en sus ojos. Otros bebieron en la fuente de su ombligo las pócimas prohibidas. Los más se arrojaron de cabeza en el precipicio del final de la arboleda abajo de su vientre, repleta de humedades salinas en la que confluyen paraísos e infiernos. Benditos aquellos que solo entonaron canciones de amor y recitaron jóvenes versos nerudianos por sus callejas de bombillas recién encendidas, a media tarde y en días de naciente primavera. Qué pena por aquellos que no fueron ni suicidas ni inocentes trovadores, pues locos de atar se les vio rebotando sus cabezas entre una pared y otra de sus senderos alumbrados.
Aun conociéndose, no encontró la salida cuando se hartó de sí misma y sus calles se llenaron de nubes y sus pies resbalaban por los empedrados enlamados. El sol se fue de su mirada y una de las muchas muertes que la habitaban apagó para siempre sus faroles.
LA MARCHA
En la marcha se escuchan muchos gritos: unos nacen de gente bien comida y su fuente es solamente la garganta; otros emergen desde adentro, desde el mismo lugar en que germinan la rabia y el hambre; hay gritos que tienen su incendio en el cansancio de los pies y algunos más son húmedos como lágrimas que no secan. Otros gritos son pancartas, besos, dignidades sonoras, destellos amorosos sobre la carretera. Se enredan unos en otros, en hermandades que parecían imposibles. En el breve tiempo que miden sus pasos, una melodía de tierra nueva se esparce por el aire, una canción augusta que habría de interpretarse con miles de voces, más poderosa que esa que callan los incrédulos apostados a la orilla del camino
Después de la marcha se escucha nuevamente el grito soporífero y destemplado del silencio.
ESTILETE
Cuando la paz es:
preludio de la muerte
digresión de la fe
polución en el aire
calle oscura y asesina
niños tristes en la calle
mujer desaparecida
muchos cuerpos mutilados
aquella madre en duermevela
silencio de balas asesinas
toque de queda al amor
palabra de miedo amordazada
noche perenne sin luna
discursos y discursos y discursos
volcán enmudecido
perla negra sin valor
eterna duda sin alba
ojos que buscan y no encuentran
oraciones sin destino
bruma sin misterio que no cesa
hojas secas sin rocío
tres letras petrificadas
muchas manos desunidas
cientos de besos pendientes
miles de labios resecos
y ganas intensas de gritar…
entonces…
habría que enterrar un estilete
en el falso corazón
de esta armonía.
AMOR DE LUZ
El amor que te profeso, señora mía, me ayuda a soportar todos tus rostros, tus colores, tus devaneos en rojo, en naranja, en blanco intensísimo. El humor de cada día te da tono distinto: denso si un furor caliente te domina; claro, casi transparente si la calma invade todo tu infinito como en las noches de octubre. Yo, ennegrecido, gris, pálido o rojo, estoy siempre para soportarte sin importar el talante con el que cada día presumas tus encantos.
Me gusta deambular contigo en las noches diáfanas, cuando caminas junto a mí, colgada toda de mis ojos conmovidos por tanto relente de luz que me regalas. Me pides una canción, yo te la canto; me pides un poema y doy a luz cuartetos y tercetos, henchido de emoción endecasílaba; me ordenas corretearte en la arena húmeda del mar donde se refleja tu vestido blanco predilecto, y corro tras de ti deshaciéndome de ganas.
¡Cómo me gustaría verte al fin rendida en mis brazos!, sólo en los míos que mueren de celos cuando a otros coqueteas; que me enseñaras a encontrar tu boca, a recorrer tu vientre, tu sexo, tus cráteres completos, tu lado oscuro que siempre me has negado. Cuánto daría por entrar en ti y acompañarte por el firmamento de orgasmos luminosos que cada noche te hacen bella, ya sea creciente, menguante, llena o silenciosamente nueva.
¡Ay!, luna, lunita, alucinante amadísima; si en verdad fueras mujer, tú y el mundo ganarían un hombre, aunque fuese en menoscabo de un poeta diletante.
SINCERIDAD
Si regreso del mundo hasta el sueño que habitas y te miro intensamente durante mares de tiempo, no es testarudez, posesión, delirio, cordón umbilical desde mi ombligo hasta el embrujo de tu pelo. Sólo sucede que perdí en lo abrupto del camino algunas alas de mi autoestima. Al verte, constato tu habitar dentro de mi casa y mis células, confirmo la belleza de tenerte cerca; eso me fortalece ojos, espalda, sangre, quimera, corazón, neurona. Amarte me hace amarme. Como ves, mi devoción por ti es un ejercicio egoísta. Fortalecido, vuelvo al mundo con tus pies, con tu coraje. Perdóname por no amarte sin interés alguno, amor mío.
ATRAPADA EN CUPIDO
Es cierto, es una ilusa y fantasiosa: antes de darle el sí ante la petición de matrimonio, lo llevó a realizarse una ecografía cardiaca. El resultado la hizo llorar: no había ninguna flecha traspasando el corazón.
BÉCQUER
Nunca entendiste, sevillano: Elisa era una golondrina.