¿Dónde está Guty? Donde está la canción en blanco y negro, la flor de voz con luz polvosa, los pétalos, que no dejan de ser ecos de sombras, desbordados en la larguísima orilla de la música que de tan vieja, ya no tiene sonido alguno, pero al sentirla, se oye, se vuelve a tejer solita en el aire, en la inmediata lejanía de la memoria. Ahí donde los muertos recuerdan, y sus reminiscencias son los sueños que ya pasaron por debajo de nuestros párpados, que ya nos cribaron el cansancio. Los sueños que no hemos soñado aún, pero tenemos la sensación de que ya nos sucedieron. Y que ya los soñamos.
-¿Dónde estás, Guty?
-Atrás de la canción apagada y de la voz inmóvil que se hizo caricia, y al resquebrajarse, se convirtió en un manojo de luz que no deja de palpitar. Guty esculpió canciones en trozos de voz lejana, en colores correosos que de tanto sentirlos e imaginarlos se volvieron savia ondulante, sedosa, que se puede paladear, y al degustarla, se canta.
Las canciones de Guty las escucho, más bien, como que las oye mi respiración y se me entretejen en el fino ramaje de la nostalgia. Y las canto como quien vuelve a respirar para seguir vivo, una, y otra, y otra, y otra vez. No hay nada áspero en su música sin ángulos; sus imágenes rimadas, fluyen, pues son recuerdos pulidos y evanescentes.
El mayor milagro de la memoria, sin duda alguna, es la voz. El silencio pulido que de tanto pasar por el alma, termina oyéndose; acaba texturizándose en el misterio del beso transformado en poesía, pero no de tinta; de lo que extraña el espejismo reverberante que es la piel. De lo que sabe el cansancio húmedo de tanto y tanto querer. Y desear, de veras, querer.
¿Dónde estarás, Guty? Porque claro está que ya te fuiste, pero en verdad, ya lo entendí, te quedaste haciéndome creer que eres distancia, la que huele a la ausencia tibia del ser que estamos convencidos que es amado, del que no dejamos de pensar porque su sombra, el eco de ella, sigue siendo esa raíz humeante, efluvio mucilaginoso que puede ser un latido, o una canción retoñando.
Guty Cárdenas, no hay nada áspero en tu silencio reverdeciendo siempre, porque la idea del corazón es una metáfora inmarcesible, un agua de miradas que sabe a la suavidad de lo que duele, de ese amor-tinta durmiéndose como una noción, como un presagio que me recuerda a la oquedad del que tiene ganas enormes de lo que no ha dicho frente a la deseada carne de difuso mármol, pero se derrama en la certeza de la presencia pura, y callada, bañada de tersos tarareos. La que en la superficie del fondo se oye. La que se aprende y se canta, porque tiene sabor, gusto a un granito de luz aromático, panorámico de tantos deseos de un abrazo que, al final, acabará quebrándose.
Poesía que terminará baldada. Pero que se puede entonar. Poesía hasta el agotamiento, tamizada. Degustada hasta convertirse en el resquebrajamiento de la ausencia.
Siempre la ausencia del otro.