De esa edición y, a manera de homenaje al desaparecido artista, publicamos en Bajo el Volcán, fragmentos de la conversación y del ensayo, así como el poema Una lápida.
Coordinación de Bajo el Volcán
*Yves Bonnefoy: Las mareas del tiempo (fragmento)
Yves Bonnefoy (Tours, Francia, 1923) es una de las voces más grandes de la poesía francesa contemporánea. Como Mallarmé, como Eliot y como Valéry, Bonnefoy es un poeta doctus, al que la estructura sintagmática del discurso le atrae e interesa tanto como las distintas fases y momentos de su propio proceso intelectual. Para él no basta con decir, porque, para decir, antes hay que saber y ese saber exige un pensamiento previo de las cosas: un conocimiento que sólo se produce en y desde y a partir del rigor.
Medio siglo de creación poética desde su primer libro Del movimiento y de la inmovilidad de Douve (1954) hasta nuestros días, en que el poeta ha dejado hitos fundamentales como Hier régnant desert (1958), Récits en réve (1987), L’ Arrière-Pays (1972), Début et fin de la neige (1991), y Les planches courbes (2001).
Sus libros de ensayos, traducciones (Shakespeare y Yeats sobre todo), lecciones magistrales en el Collège de Francia, sus escritos extraordinarios de arte, sobre Morandi, Mantegna, Cartier-Bresson, Georges de Chirico o Giacometti, se han vuelto fundamentales para las nuevas generaciones de escritores y críticos de arte. Su escritura debe tanto a los surcos del campo como a los estantes de las bibliotecas.
Tras salir de su estudio parisiense, caminando juntos por Montmartre, me dice: “El único heredero posible del labrador es el artista”, y continúa: “La esperanza que deposito en el lenguaje es la que hace que parezca que no me intereso por los problemas contemporáneos. Mi reflexión, mi trabajo, consiste en dar prioridad a todo lo que puede ayudar de manera más radical y directa a mejorar la situación del mundo: no ataco los conflictos o debates del momento, uno a uno, sino que he optado por ir a buscar la raíz del mal: el desastroso empleo que nuestra modernidad hace del lenguaje”.
*Conversación con Yves Bonnefoy (fragmento)
–¿Crees que la originalidad es el gran mito de la originalidad en la creación?
–Siempre me he interesado por el mito. Como sabes hace unos años coordiné el trabajo de historiadores y analistas franceses de los mitos en un Diccionario de las mitologías concebido como una encuesta sobre la naturaleza de los mitos y su razón de ser. Pero no por ello creo que el futuro de la sociedad sea, como creía André Breton, la creación de un nuevo mito en el seno del cual las necesidades humanas puedan establecer una dialéctica y armonizarse. Tal y como demuestran los estudios de las más opuestas sociedades, los mitos son siempre el resultado de múltiples componentes, muchos de ellos impensados, es decir, fruto de confusiones y errores en la apreciación de las situaciones de la vida. Lo que vale es la razón, el trabajo de la razón, el análisis de esas estructuras complejas o de los deseos y las ambiciones de poder de grupos particulares que se ocultan tras seudoverdades. Pero, también pintar, traducir, escribir, etc., son artes de la una gran reflexión, y por qué no decirlo: muchos de sus artífices han sido producto de un mito.
–¿Crees más en la creación de la poesía o en la poesía de la razón?
–Es en nombre de la poesía como hay que luchar contra esos fantasmas que empañan el pensamiento, contra esa confusión de la mente ocupada por motivaciones egoístas e inconscientes. La razón, que sabe que un gato es un gato y que dos y dos suman cuatro, nos permite ver de manera más directa cuáles son las necesidades humanas en este mundo. Para mí, la poesía es lo que libera la acción de hipótesis falsas, de representaciones que también lo son y en las que se pierde la palabra. La poesía hace que pasemos del espíritu de posesión, impulsor de equívocos y guerra, al deseo de participación simple y directa en el mundo.
–Un concepto que te molesta mucho, o mejor dicho, que está muy alejado de tu obra, es la “realidad del momento”. ¿Consideras que hay relación entre la poesía, el arte y la realidad?
–La verdad no me interesa mucho el concepto de “realidad del momento”. Me lo han dicho otras veces, pero no es así como percibo mi relación con el presente de la sociedad y del mundo. De hecho, nada me preocupa más que la situación en que se ha colocado la humanidad y que se me antoja desastrosa. Somos responsables de peligros inmensos que apenas percibimos. ¿Hace falta que los enumere?:
El rápido deterioro de las condiciones climáticas, la transformación –que ahora parece fatal– de lo que hubiera podido ser un paraíso en un desierto azotado por vientos irrespirables y que se baña en mares hoy estériles, es uno de ellos. Como lo es la miseria que destruye una humanidad también amenazada por ideologías perniciosas, ninguna de las cuales tiene ni siquiera en cuenta el futuro inmediato del planeta. Añadamos al panorama el deambular de esa multitud ignorante y salvaje de turistas que oculta con su presencia los más bellos vestigios del pasado… En fin, prefiero no seguir para no dar la sensación de ser un pesimista, cuando no lo soy o no quiero serlo.
En efecto, por amenazadores que sean los nubarrones que se acumulan en nuestro horizonte común, una evidencia subsiste: la permanencia de la palabra. El simple animal que somos –y que en tantos aspectos seguimos siendo– ha introducido en la tierra, en el espacio ciego, inconsciente, del propio ser, de la materia, el lenguaje, y ésa es la vía que, aunque también sirve de cauce a lo peor, nos ofrece una oportunidad de salvación. Tenemos que confiar en el lenguaje.
–El lenguaje es el centro de tus ensayos de arte, de tu poesía y desde luego, de tus traducciones. ¿Es uno mismo para ti en cada campo de la creación?
–Para mí la esperanza que deposito en el lenguaje es la que hace que parezca que no me intereso por los problemas del mundo de hoy. Mi reflexión, mi trabajo, consiste en dar prioridad a todo lo que puede ayudar de manera más radical y directa a mejorar la situación: no ataco los conflictos o debates del momento, uno a uno, sino que he optado por ir a buscar la raíz del mal: el desastroso empleo que nuestra modernidad hace del lenguaje. Creo que en muchos momentos sólo pensamos y hablamos de manera conceptual, es decir, sirviéndonos de nociones y representaciones generales, que nada saben del tiempo, que nos hacen olvidar nuestra condición de mortales, que nos impiden comprender el valor fundamental del instante vivido, que nos alejan de los demás seres, unos seres que sustituimos por la idea abstracta que nos hacemos de la humanidad y de cada uno en particular.
–Un eje fundamental de tu trabajo lo desarrollas en el campo de la traducción, ¿cuál es para ti la diferencia entre traducción e interpretación?
–Lo primero que hay que entender es que la traducción y la interpretación son dos actos diferentes. La interpretación es abierta, libre, ya que puede y debe referirse a planos cuyo número es indefinido, y su naturaleza diversa, incluso contradictoria. La traducción es cerrada, puesto que no elabora sentido sino cuando la frase se vuelve escrita, definitiva, donde las significaciones no van a abundar sino replegadas por la forma bajo la superficie de algunas palabras. Y puede sugerirnos que la interpretación lo dice todo sobre un texto, pero hay que tener cuidado, pues la asunción por parte del traductor de una formulación definida, no es ni la pérdida, evidentemente lamentable, ni la intrusión acaso inútil o incómoda de una personalidad nueva, es la repetición de ese acto de dar forma, de crear, lo que ha sido la causa de la obra, lo que forma parte de lo mejor, de lo más misterioso e su sentido, y que ninguna interpretación puede restituir ni tal vez comprender. Traducir acrecienta entonces, desde ese punto de vista, toda interpretación posible.
–¿Existe lo inmediato en la poesía, en el arte?
–No. Creo que para el escritor o el artista plástico nunca existe lo inmediato, incluso cuando está atento de manera apasionada a cuanto aún no tiene nombre, ni figura aún definible. Sabe, por intuición, el valor de verdad distinta que le propone una rama en flor o una piedra que rueda, de repecho en repecho, cayendo por un barranco. Pero, en cuanto a pretender crear en las palabras su densidad infinita, o su puro vacío, sólo puede ser un deseo, insensato desde que aparece, que la poesía que vive gracias a él tiene que ir apartando según va pasando las páginas o va creando un cuadro o una escultura. Pintar, tal como pintan algunos, incluso hoy, apoyándose en el color que, en cuanto lo aplicamos sobre el lienzo, se alza por encima del sentido y disipa nuestros recuerdos, tan sólo es manifestarse a sí mismo, dirán: se puede incluso pensar que es algo inmediato, y que el velo ha sido rasgado. Eso es creación inmediata, quizá, pero tiene una gran meditación atrás de cada obra de arte.