En cambio, cuando el conglomerado danzaba bajo las jacarandas, la situación era contraria: todo era romanticismo, bailes suaves, sin prisa, movimientos rítmicos donde la música hacía nacer la pasión y el encanto.
Aquellas diferencias de sentimiento bastaron para dividir el clan; se crearon, con el tiempo, dos fiestas: la del tabachin y la de la jacaranda, eventos con los que comenzaron a surgir las desigualdades sociales que en todo grupo humano nacen de repente, quizá sin una razón legítima.
Pero ahí no quedó la cosa; aquello fue el detonante para que cada tropa creara toda una ceremonia, toda una parafernalia en derredor de cada ocasión: la fiesta de los tabachineros tenía algo de magia, se desarrollaba por el día, y se adoraba al dios amarillo naranja quien representaba al propio sol.
En cambio, los jacaranderos, llevaban a cabo sus fiestas de noche y adoraban, por su color albiceleste, a la luna.
El espacio que fuera común para aquel conglomerado antes de aquellos desajustes, comenzó a sufrir cambios drásticos. Los tabachineros tomaron una parte del territorio para ubicar sus viviendas y se separaron prácticamente de los jacaranderos, los que, como respuesta a aquella acción, de forma tajante, construyeron una palizada en el lugar que pensaron sus fronteras.
Esos pequeños desarreglos iniciales llevaron a las dos comunidades a enfrentarse entre sí, primero con pueriles afrentas, más tarde con ataques feroces que desembocaron en la primera muerte por sus desavenencias.
Lo demás, está por demás contarlo. Del lado de los tabachineros se talaron todas las jacarandas existentes en su territorio, mientras que en el lado de los jacaranderos se extirparon, hasta la raíz, los tabachines que dentro de sus linderos crecían.
Cuenta la historia que muchos años después nació Amapica, niño jacarandero que, por transmisión oral de su abuela, supo de las desavenencias entre su tribu y sus vecinos, y los orígenes de éstas. El pequeño se hizo hombre con la idea de reunir nuevamente a aquellos dos pueblos que nacieron de una misma rama.
Persona pensante y bien intencionada, Amapica se ganó el respeto y el cariño de su gente, la cual le dio su confianza y lo llevó a la dirección política de sus vidas.
Ya como primer mandatario de Jacarandalia, Amapica trajo la primera planta de algarrobo a su nación, árbol que además de sus propiedades alimenticias y medicinales, se podía utilizar en la manutención del ganado.
Esta información fue propagada a todo el país, proponiendo además Amapica, como primera instancia, que en el lugar que ocupaban las jacarandas viejas y a punto de morir, se sembraran algarrobos, que además de dar belleza al lugar, serían una fuente de alimento y de salud para su pueblo. La propuesta fue aceptada. Los primeros algarrobos se plantaron creando, entre la gente, optimismo por los fantásticos resultados económicos que dispensaban, por lo que, poco a poco, las jacarandas (aun las jóvenes) fueron substituidas por la nueva especie, lo que hizo que Jacarandalia se volviera, en pocos años, una nación pujante y con un buen ingreso per capita.
El primer punto del plan de Amapica, había resultado. Él mismo comenzó a difundir, a través de todos los medios a su alcance, los avances de su pueblo, puntualizando siempre que el éxito había sido la plantación de los algarrobos. El mensaje, que fue dirigido con toda intensión a su vecino país, hizo su efecto.
Tabachilandia, contraria a Jacarandalia tenía poco crecimiento económico y, además, por ende, muchas pugnas por la dirección de sus destinos. No obstante los pobladores de Tabachilandia no esperaron. En el lugar de los antiguos tabachines (y de los nuevos) se llevó a cabo el sembrado del algarrobo, y la diferencia comenzó a ser substancial.
Como segundo punto del plan, Amapica propuso una reunión bilateral en la que se hablara del algarrobo y se pusieran las reglas para no permitir su proliferación y sí su comercialización a otros clanes y tribus, pero al no estar bien encabezada políticamente Tabachilandia, se iniciaron las luchas intestinas, las cuales provocaron el derramamiento de sangre de una cantidad incalculable de tabachineros.
Amapica, triste por los acontecimientos, instó a Tabachilandia a suscribir, entre sus líderes, un pacto de no agresión y los convocó, en una zona neutral, a una reunión donde el propio Amapica planteó su idea de la reunificación de los dos estados, basado en que las antiguas luchas habían quedado zanjadas al irse substituyendo las antiguas especies vegetales, por el algarrobo. Iniciativa que, después de ser deliberada por las partes, fue aceptada de forma plausible.
Es así que hoy, Algarrobilandia, se ufana de su bandera amarillo naranja albiceleste, coronada por la silueta de un algarrobo en color blanco, e inicia sus fiestas nacionales con un gran baile.