“Convertido hasta los 91 años en patrimonio viviente de nuestro país, por las cualidades personales y de ciudadano ejemplar, que supo armonizar con una extraordinaria producción pictórica que mantuvo activa hasta su partida el Maestro Oviedo se colocó en sitial de honor entre nuestros artistas y supo ganarse la admiración y el respeto de todos los dominicanos.
“Profundamente humanista, solidario y sensible a la realidad social de los pueblos, plasmó en lienzos y murales obras de sobresaliente valor estético y creativo, que habrán de inmortalizar su presencia en museos y colecciones privadas más allá de su despedida de este mundo”.
A manera de homenaje, el crítico de arte Miguel Ángel Muñoz envía el siguiente ensayo sobre el desaparecido creador plástico.
Coordinación de Bajo el volcán.
El artista verdadero es aquel que dice no incluso cuando dice sí.
Octavio Paz
El pintor Ramón Oviedo (Barahona, República Dominicana, 1924- 12 de julio de 2015) es un caso excepcional y figura de culto en el arte contemporáneo del Caribe. A mi juicio, su aparición en la escena plástica señaló un cambio decisivo en la historia del arte de su país.
Con su habitual sinceridad, Oviedo confesó la importancia que para la evolución de su obra –ya en época madura- tuvo el estudio del fotograbado y cartografía en Panamá. De regreso a su país trabajó dibujo publicitario para las más importantes agencias. Esto le forzó a explicarse a sí mismo su obra, a hacerla comprensible y cercana de lo que sería su mundo estético.
El artista se vio obligado, según me dijo en numerosas ocasiones, a reflexionar sobre el viejo oficio de pintor, pero en particular a insistir en el denso vocabulario de la recepción artística contemporánea de una determinada obra de arte, que por el mero hecho de serlo es ya histórica.
Dotado de una sensibilidad poética, que se alumbra en la contemplación de una abstracción luminosa, cada pequeña sensación de Oviedo, ya sea transformada en pintura o en poema, ha abierto un surco de luz donde resplandecen las vibraciones cromáticas más sutiles diluyéndose en atmósferas, que filtran el fugaz brillo hiriente hasta amasar su sustancia, hasta darle cuerpo como claridad coagulada, impregnante, muy sensual.
Un eslabón seguro, además, para entender en su justa medida lo que fue y es el arte caribeño y de parte de América Latina del siglo XX. Artista como Guillermo Trujillo en Panamá; Armando Morales en Nicaragua; Fernando de Szyszlo en Perú, Oswaldo Guayasamín en Ecuador, que le han dado voz a su país, y desde luego, en Ramón Oviedo, Federico Izquierdo, Darío Suro, Marianela Jiménez, Paul Guidicelli y Guillo Pérez, han luchado por darle no sólo una identidad al arte dominicano, sino también, un discurso estético coherente.
La presencia de Oviedo quedaba garantizada en la escena artística del continente.Oviedo se inició en el mundo de la gráfica y emerge como pintor a principios de la década de 1960. En 1964 comenzó a exponer sus trabajos en muestras colectivas. En 1966 realizó su primera exposición individual. En 1965 fue miembro del Frente Cultural y en 1968 del grupo Proyecta.
La experiencia adquirida y la reflexión continuada de las contradicciones de los grandes maestros de la didáctica de la visión moderna, entre los que ostentan un lugar privilegiado Paul Klee como teórico de la perfección de las formas estéticas autónomas, liberadas de las cortapisas historicistas y entendidas de una vez como el descifrado de la intuición formalizadora contemporánea que instaura el programa de la Bauhaus, primero en Weimar y más tarde en su dimensión norteamericana y cosmopolita.
Recuerdo y viene al tema, un texto de Klee que el pintor catalán Albert Ràfols- Casamada recordaba con énfasis inusual en él. El texto data de 1920 y fue publicado en el Tribüne der Kunst und Zeit: “Credo del creador”, Klee decía: “El devenir descansa en el movimiento. Lessing – y se remitía sin duda a Loocoonte- da gran importancia a la diferencia entre el arte del tiempo y el arte del espacio. Pero mirándolo bien, no se trata más bien que de una sabia ilusión: el espacio es asimismo una noción temporal”.
Ningún cuadro, dibujo, grabado o mural, dice Oviedo, nace acabado. Toda obra de arte se constituye, a lo largo de un proceso de límites, pieza a pieza, y cada una de estas piezas se acompaña de un múltiples asociaciones fortuitas o intencionales.
Pero creo que el arte de Ramón Oviedo es punto y aparte. Su pasión constante por renovar su poética es, sin embargo, muy antigua. Lo es desde el punto de vista de su propia trayectoria, que comienza hace medio siglo, pero también desde el punto de vista del universo formal que explora, que se hunde en la noche del espacio y del tiempo. Siempre reacio al surrealismo y la pintura literaria, Oviedo admiró –aunque tarde- el dinamismo de Picasso
-que deja una fuerte influencia en su obra, no sólo de caballete, sino también sus murales- , y agradeció su estimulante acogida. En años posteriores 70 y 80, conservará todavía el recuerdo de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, María Izquierdo, José Clemente Orozco, Rufino Tamayo, Ricardo Martínez y José Luis Cuevas como concentrados “testigos silenciosos”, que marcan su obra.
Definir a Oviedo como un artista normativo, figurativo o abstracto ha sido, ya desde hace mucho, una simplificación, pero hacerlo, a la vista de lo que hizo durante los últimos veinte años, es sencillamente inútil, porque su obra se ha decantado de raíz y resplandece en su arrogante singularidad. O, como dice el poeta portugués Eugénio de Andrade:
Vienen de un cielo antiguo, un cielo
Acaso de ficción. Los veo llegar,
Los veo partir…
De la misma manera que el poeta cambia el lugar común, Oviedo transforma su pintura en un espacio-tiempo-imagen. En cierta manera, la obra última que va de 1994 a 2014 –que exhibió en el Museo de Arte Moderno de República Dominicana, 2001; en Museo de los Grimaldi en Cagnes Sur Mer, Francia, 2001, y en el Centro Cultural de España, 2004 y en el Museo Bellapart, ambos en República Dominicana -, y los dibujos y óleos recientes, que he descubierto en su estudio de Santo Domingo, reiteran sus motivos, el encuadre compositivo y el grafismo con que Oviedo, apunta, de forma sucinta, las ligeras insinuaciones figurativas que arman el conjunto de su campo visual.
Sin embargo, la fuerte personalidad del artista y sus consistentes afinidades con la tradición cromática de la pintura europea –sin olvidar sus raíces- pronto le distanciaron del dogmatismo un punto forzado del expresionismo abstracto y le obligaron a definir con sus propios medios las aceptaciones de una pintura de acción, mejor ajustada a sus opiniones pictóricas. La gestualidad teatral de la pintura abstracta siempre le desagradó y paulatinamente fue inclinándose hacia la abstracción cromática de Newman y Rothko, y en particular la acción teórica de Hofman, formado también en el arte de los museos, los viajes, la lectura y disciplinado matizador de la tradición figurativa europea.
Oviedo fue siempre reacio a cualquier exceso teórico y reticente a la verbalización estética. No es casual, que viera en la experimentación cromática de Hofman un estímulo para la reflexión sobre el espacio y las funciones de la luz y el color como formas protagonistas de una nueva notación poética de su obra. “Si la pintura regresa –dice Gao Xingjian- a la naturaleza, al ser humano, si vuelve a los sentimientos y a las visiones del hombre, retornará también a lo espiritual”. Esta es una de las grandes preocupaciones de Oviedo: volver a la pintura un arte. Por ello, el conjunto de su obra no es una reacción estética, sino una respuesta a su tiempo.
Al paso del tiempo su obra mereció numerosos premios en concursos y bienales nacionales. En 1974 obtuvo el primer Gran Premio de Honor en la Bienal Nacional. Durante la década de 1970 una de sus obras formó parte de la colección del Museo de Arte Contemporáneo de Washington. Realizó numerosas muestras individuales en el país y en el extranjero. En 1988 conmemoró sus 25 años de trayectoria artística con una muestra retrospectiva celebrada en la Galería de Arte Moderno, hoy Museo de Arte Moderno de Santo Domingo. En las décadas de 1980 y 1990 su obra retomó el geometrismo y los temas taínos que iniciara Paul Giudicelli en década de 1950. En 1998 expuso en la XX Bienal Internacional de Sao Paolo, Brasil, en 1999 en la Maisón de Amerique Latine de París Artspace/Virginia Miller Galleries de Miami, Florida, EE.UU., en 2000 en el festival de Cagnes Sur Mer, Francia. En 1997 fue nombrado por el Congreso Nacional Maestro Ilustre de la Pintura Dominicana. En ese mismo año el Gobierno Dominicano le otorgó la Orden al Mérito de Duarte, Sánchez y Mella. En 2002 el Gobierno de Francia le concedió la condecoración como Chevalier de l’ordre des Arts et des Lettres (Caballero de la Orden de Artes y Letras).
Su obra muralista es no sólo importante, sino fundamental en su desarrollo creativo. Un proceso que inicia otra época en cuanto a obra pública adosada a un muro, eso fue y es lo que sobrevendrá en futuros trabajos al muro. Una producción experta, poética y delicada. Oviedo reverencia en su obra mural y pinta sobre todo a la materia. Como sucede tal vez con las sobrecogedoras formalizaciones de Blake, cuando fija en imágenes las huidizas verdades figurativas de los símbolos, tan elocuentes siempre desde el punto de vista pictórico, de la Divina Comedia de Dante. En República Dominica, se pueden apreciar sus muralescomo Evolución, que alumbra el principal salón del Banco Central; a Historia del hombre, que se inauguró en 1987, en el Museo de Historia Natural; a Sinfonía Tropical, adquirido por el Banco Hipotecario Dominicano en 1987; a Eterna lucha, comprado por Isaac Lif en 1968; a Tierra adentro, ordenado por una institución privada dominicana, en 1988; a Paisaje parietal, inaugurado en 1995 en el aeropuerto internacional de Puerto Plata; a Turbulencia milenaria, ordenado en 1998 por el gobierno; a Nacimiento de la Patria, ordenado por la Secretaría de las FAAA para su salón de actos. Súmmum, que se encuentra en Fundación Global. Cada uno de sus murales es el lugar de reunión de múltiples formas de la imaginación.” Como el poema –dice Octavio Paz- la pintura está hecha de enemistades y reconciliaciones, rimas, correspondencias y ecos”.La pintura de Oviedo es un encuentro constante de comunión.
En el extranjero, ha dejado huellas en la sede principal de la UNESCO en París, cuya pintura mural Cultura petrificada (1991), es un relato épico, que contiene escenas imborrables a la mirada hispana. La iconografía y el gesto de Oviedo son simbólicos “surrealistas” y pertenecen al fondo de la tradición: imágenes precolombinas de diversos motivos, donde recrea con verdadero talento la doble lección de los frescos del Quatrocento y de Paul Gauguin. ¿Cómo interpretar estas imágenes? Las obras de Oviedo son las emociones fuertes. En Cultura Petrificada matizada de fantasmas, momias inmovilizados en posturas irreales en un fondo de color rojo anaranjado, son un ejercicio de libertad creativa total.Las referencias al arte Taino -el nombre del pueblo de la gran Indias Occidentales desde el noveno hasta el final del siglo XV- son evidentes a través de la composición de los rasgos faciales, sino también por el ambiente general de la zona que el equilibrio entre la mística y la surrealista se acerca. Cada objeto estáinterpretado dramáticamente. Sin duda, un adorador de la materia como substancia cósmica. Y en ese vacío sentimos la fascinación por el arte. Sin olvidar su Mamamérica, que reposa desde 1982 en el museo de la OEA, en Washington.
Los fantasmas y las atmósferas llenan de misterio y sombras sus murales más acabados. Hay que recordar lo que significaron las máscaras negras para el cubismo, el arte egipcio para Paul Klee, el arte sumerio para Picasso y los muralistas mexicanos para Oviedo. Sobre todo el expresionismo de José Clemente Orozco y los colores de Rufino Tamayo. Un arte mural de Oviedo quizá de exasperación, tremendamente ideologizado en sus inicios, -quizá dos ejemplos claros sean por un lado su mural 24 de Abril, el cual no sólo es un homenaje a la más grande proeza bélica del país desde las guerras restauradoras, un diagnóstico del mundo contemporáneo simbolizado en trama dominicano;y por otro, su obra mural Raíces de 1996, que se encuentra en Facultad de Ingeniería y Arquitectura, de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, cuya temática es el encuentro entre la cultura indígena, europea y africana en la isla de Santo Domingo y el resto del Continente Americano. Esta obra es fundamental en su interpretación de la naturaleza y el hombre; donde comienza alejarse definitivamente de los temas políticos, que avanza pronto hacia la consideración trágica de la vida en un proceso de figuración–abstracción brillante que recuerda a Goya y su decepción ilustrada, y nos ofrece una visión negra del “animal humano”. La obra mural de Oviedo se consolida a lo largo de las décadas de los 80 y 90 del siglo XX y elabora una figuración directa y comprometida, en momentos inspirada en la mitología antigua de sus raíces. Se palpan influencias diversas sí, pero Oviedo supo entender que la pintura es pintura, sin duda, para crear imágenes y mundos que nos siguen sorprendiendo hoy día.
Quizá la dimensión intemporal de los murales de Oviedo resida en el discurso histórico y poético de sus símbolos pintados. Se trata de composiciones inmensas pintadas no al estilo europeo, sino surgidas del mestizaje indígena y la secuencia de modificaciones potenciadas por la colonización exterior y forjadas a lo largo de siglos. Oviedo cubre con su obra un periodo de transformación en el arte y la sociedad no sólo de República Dominica, sino del Caribe e interpreta como pocos artistas la cultura de su pueblo. Y parece una constante en su obra la huella del expresionismo, la abstracción y el informalismo europeo que previeron vivamente en la imaginación del artista. Pero se trata de una mirada de arte, embebida en la pintura de Giotto, Miguel Ángel, El Greco, Miró y Picasso que entrevé en el expresionismo artístico y literario de entreguerras su culminación contemporánea. Un arte, además, que aspira a transformar la sensibilidad del espectador obligándolo a sacudirse la indolencia e indagar en las obras de arte a la búsqueda de unos significados trascendentes. Un juego doble entre una construcción rigurosa y, por otra parte, ese sentido estético casi impenetrable. Es un juego irresoluto que funciona a muchos niveles, como por ejemplo, la relación entre perspectiva y materia, entre geometría y materia. No es una pintura abstracta o figurativa: es una consecuencia de ambas movimientos. Un eco propio, único e irrepetible en el arte dominicano. Una fantasía literaria y estética.
Oviedo, aprende como decía Esteban Vicente sobre como componer el espacio de un cuadro: “Ir con calma y volver a mirar antes de dejar que la mano se vaya compulsivamente. Lleva mucho trabajo mover los objetos, organizarlos, hasta que llegas a sentir algo sobre ellos. Cuando trabajas durante un largo período de tiempo en un cuadro, a veces no puedes hacer nada drástico…”. Ya desde los años setenta, Oviedo comienza a dar luces de un manejo del color, que ya afínales de los noventa y hasta el día de hoy, lo han convertido en un soberbio colorista, aunque reafirmando su progresivo atrevimiento que, desde hace algunos años, le ha hecho ampliar su gama caribeña de sienas, verdes, negros a tonalidades insólitas, de verdes, naranjas, amarillos, cuya acidez no ha trabajado, sin embargo, ese toque de cálida sensualidad visual y poética que siempre transmite su pintura. Cuadros como: Luz verde desde el limbo azul, 1998; Guardián de la selva, 1998; Forma antitiempo, 1999; Viajeros por Europa, 2000; Habitaciones del silencio, 2000; Tocando fondo, 2001, entre muchos otros, que lo dejan ver, ya como un maestro, no sólo del color, sino de la composición y construcción de la tela. Luz y aire. Espacio y tiempo. Estas cualidades son parte fundamentales de su arte.
Como, contra lo que se suele decir al respecto, la obra última es la que mejor explica la primera, la actual de Oviedo nos adentra en el misterio por él siempre buscado: el de emplazarse en el centro formador de la forma, el de la energía y su vasta sedimentación espacial. Oviedo no dibuja o representa la trama ordenada de la realidad, cual si fuera efectivamente un abstracto idealista, sino que ausculta el proceso de la materialización de la energía y nos revela su musicalidad. Una musicalidad, por cierto, que no es necesariamente armónica y afirmativa, sino también desconstructora y anonadante. De hecho, en la obra de los años 2010 al 2014, Oviedo se nos ha demostrado inquietante y en perpetúo crecimiento. Fantasía visual que recrea el acento propio del artista. Una pintura de volúmenes tal vez, aligerada por la luz que concentra la mirada del espectador. Juan Gris, por el contrario, elimina el volumen y atenúa el iluminismo táctil para convertir el espacio en un plano sobre el que ordenar la composición.
De esta manera, en una primera visión de conjunto, uno cree encontrarse ante un paisaje familiar, lleno de memoria, que se ensancha sin producir sobresaltos; pero, paulatinamente, se avistan las sutiles costuras con que Oviedo teje lo que ha mirado con mayor hondura, porque ya no se conforma con captar la atmósfera. Ver y escuchar su pintura, después de un tiempo, es comprobar la capacidad de persistencia de un creador, el don que tienen los mejores artistas para captar toda la atención y contención creadora. En definitiva, el arte de Oviedo se debate una vez más, y la situación se repite una y otra vez, en diversos períodos conflictivos de su evolución, entre composición estricta de las formas y el dinamismo de la materia-color, particularmente logrado mediante la introducción de nuevos materiales plásticos.
Es de esta manera cuando se me ocurrió que algunos de sus cuadros tienen algo del Roberto Matta más poético, del Rufino Tamayo más colorista, del Wilfredo Lam más mágico, del Antoni Tàpies, Manolo Millares, Alberto Burri, Rafael Canogar, Afro, Josep Guinovart y Ràfols-Casamada, más matérico, del Esteban Vicente y Philip Guston más abstracto. Creo que en ellos Oviedo ha encontrado mucha luz y mucha poesía para esclarecer su espacio pictórico. En un poema de Derek Walcott –que coincide con los juegos estéticos de Oviedo- , nos habla de las cimas del espacio, de cerrar y abrir los cerrojos de la imaginación. Dice el poeta:
Dejemos pues que la luz se disuelva en la memoria de
Marta y terciopelo del cuello de una nube,
Oscureciendo los baldosines cuadrados de una mesa de cocina…
En realidad, toda la obra de Oviedo gira sobre el cosmos, lo cósmico. El rito y el mito. Vieja imagen de metamorfosis. Algunos de sus cuadros recientes, fechados en 2013 y 2014, que son algunos de los mejores que ha hecho a lo largo del tiempo, resultan muy desasosegantes, “con esa aerodinámica agudeza que transforma la aceleración en un filo cortante”, diría el crítico español Francisco Calvo Serraller. Pero lo importante es decir, que Ramón Oviedo estuvo poseído por la fuerza de la pintura y de la poesía. Sus óleos parecen una mezcla simple de figuración y abstracción. Turbador y fantástico. Bien decía mi admirado Francisco Umbral: “Los años dan nobleza, sin duda. Todo joven es un parvenu de la fisiología. Esto no es una manera de consolarse… Los años estilizan, aristocratizan, dignifican un poco o llegan incluso a individualizarnos”.Ahí están las luces de un fulgor constante y cambiante en la larga trayectoria de Ramón Oviedo.