Un gran problema en nuestro comportamiento son las reacciones impulsivas. Cuando las personas no tienen la capacidad de “contenerse” hasta pensarlo mejor o hasta dialogarlo con la otra parte para llegar a un acuerdo, pueden reaccionar de maneras inesperadas y drásticas con fatales consecuencias para sus relaciones, para lograr lo que pretendían o consiguiendo enfermar su cuerpo.
En psicoanálisis suele nombrarse a este fenómeno “acting out”. Dentro de esa disciplina se procura que en la relación con el psicoanalista se interprete cuando un paciente actúa movido por el impacto emocional de lo tratado en su consulta o por cambios en la rutina de sus citas, como ausencia por vacaciones o cambios en los horarios que afectan la relación.
Y aunque nosotros tomamos en cuenta estos fenómenos en nuestras consultas, queremos en este artículo profundizar sobre la conducta impulsiva cuando se presenta en la vida cotidiana y cómo precisamente un trabajo psicoterapéutico puede ayudar a las personas a desarrollar esa capacidad de “contención” de diversos modos, dos de los más conocidos son “dialogando” y otra es “pensando”.
En la vida no siempre es fácil reflexionar acerca de lo que sentimos o de lo que nos pasa. Para lograrlo necesitaríamos tener la decisión de enfrentar el dolor que traemos dentro y estar abiertos a aceptar la realidad por más cruda que sea.
Además, requerimos apartarnos para pensar qué nos pasa y qué haremos al respecto. Pero no solemos reservar un “espacio para nosotros” en el que nos demos el tiempo de atendernos emocionalmente. Quizá en ese tiempo que apartemos en solitario podamos desahogarnos emocionalmente y así podríamos realmente enterarnos de lo que nos pasa adentro.
Muchas veces no sabemos toda la profundidad de algo que nos afecta sino hasta que dejamos que fluya, sin juicio ni participación. En el “acting out” o reacción impulsiva sólo reaccionamos como resultado de lo que nos pasa sin saber qué nos pasa y arrojándolo a la otra persona siguiendo la ley de la causalidad. Es decir, que a toda acción hay una reacción. Pero los seres humanos podemos oponernos a ser sólo mecanismos accionados desde afuera como cuando apretamos el botón de un aparato y lo hacemos funcionar. Nadie puede hacernos reaccionar si no lo queremos.
En el “acting out” o reacción impulsiva hacemos las cosas sin pensar lo que realmente nos pasa, si es la mejor manera y sin ver las consecuencias de decírselo a terceras personas o, al tragárnoslo podemos acabar somatizándolo. Lo que no se puede hablar ni pensar se puede volver una enfermedad psicosomática, que es una manera en la que nuestro cuerpo se hace cargo de la reacción emocional reprimida (más no trabajada, ni contenida adecuadamente). Otras formas de lidiar con las consecuencias de no hablar ni pensar las cosas, además de la somatización, son: aguantarnos, reprimirnos, burlarnos interiormente, sacarlo con otras personas como hablando “a sus espaldas”, podemos tomar decisiones precipitadas, etc.
La manera adecuada de reaccionar a veces es “no reaccionar”, sino pensar cómo quiero reaccionar, si quiero hacerlo o hago caso omiso. Quizá puedo optar por alejarme o dialogar con la persona involucrada con el objetivo de llegar a un acuerdo y no de imponer mi punto de vista, o imponerlo. Pero ya va a ser pensado y valorado en sus consecuencias, y no solamente un “volcar las vísceras”, arrojar las emociones intolerables como si se nos hubiera echado encima una papa caliente.
En general nuestras emociones tienden a derramarse cuando llegan a un punto de tensión y puede no darnos tiempo de pensar, dialogar. Pero podemos en muchas ocasiones si darnos la oportunidad de manejarlo “conteniéndolo”, es decir, lo guardo dentro de mí no para negarlo ni para olvidarlo, no mientras lo sigo “masticando” incrementando interiormente el sentimiento hasta que se vuelve algo que “explota”, sino que lo guardo.
Para poder guardarlo las personas requieren tener capacidad para interiorizar las cosas sin que se vuelvan veneno y poder pensarlas “fríamente” y con objetividad hasta decidir, tomando en cuenta todos los pormenores de la situación, qué hacer. No quiere decir que todo lo tenemos que pensar, pues hay una parte que debe ser espontánea. Se trata de tramitar así situaciones que pueden volverse crónicas y contribuir a que ya no haya posibilidad de un arreglo. Además que nos permite ser libres para actuar como queremos y no como nuestras entrañas “de momento” nos llevarían actuar, quizá destruyendo todo y no tolerando que los demás no son perfectos.
Aprender a dominar nuestras reacciones y a ser más proactivos que reactivos es parte de un proceso psicoterapéutico. Te invitamos a probar la ciberterapia.
*Mtra. Ruth Holtz, Terapeuta psicocorporal, Analista bioenergética, Psicoterapeuta psicoanalítica. Orientadora cristiana. Informes y citas para videollamada a Colima al tel. 01 312 3 30 72 54
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