Desde el principio había señales de que ese recital no si iba a parecer a ningún otro que lo hubiera antecedido en ese espacio cultural –ni en ningún otro- del estado de Morelos, al mediodía del pasado domingo 24 de agosto.
Por insólito que parezca, en el conjunto se apreciaba a dos jóvenes ante sus instrumentos, un trompetista y una chelista, con gafas oscuras de color rojo. El primero las llevaba puestas y la segunda las tuvo sobre el cabello.
Además, otra intérprete del chelo, con grueso chongo, lució descalza durante todo el programa, con sus pies en contacto con el escenario.
Otra peculiaridad es que los artistas no dieron descanso a los asistentes: los condujeron, sin intermedio, a un recorrido musical por Francia, con autores como George Bizet (“La jolie fille de Perth”) y Edouard Lalò (“Sinfonía española” –‘es como un match de lucha libre entre un violín y la orquesta’, dijeron); Italia y México, representado por “Tríptico mexicano”, de Manuel Enríquez, que incluye los temas “Adiós Mariquita linda”, “Rayando el sol” y “El Carretero”.
Bueno, en un momento dado, una pareja se puso de pie para bailar y hasta cantaron.
Después de esos temas todo fue en vigoroso ascenso: iban a terminar su presentación con un viraje de ruta y de género: hacia América del Sur, con “Colombia tierra querida”.
Y cuando el joven director Éloi Tembremande clamó: ¡Cumbia!, se quitó el saco oscuro e hizo la finta de que también haría lo mismo con la camisa, pero sólo se liberó del primer botón. En dos temas previos había aventado al piso del escenario las partituras encuadernadas.
El público del primer nivel y los despistados de los otros dos niveles del edifico, fueron sorprendidos cuando en una parte del tema prevalecieron los sonidos del clarinete y del violín, tocados por dos de los artistas que se subieron ¡a los balcones!, donde dieron muestra de sus virtuosismo, mientras eran celebrados por un público, a estas alturas, completamente fascinado.
Al finalizar el tema, desde los tres niveles del Ocampo, aplaudieron de pie a la orquesta sinfónica juvenil francesa. Y vaya que se lo habían ganado a pulso.
Atrás habían quedado algunos errores, como un pequeño accidente con los platillos y uno de los timbales, que de no haber sido atajados hubieran provocado un desastre sonoro.
En otro momento, y también del fondo de escenario, uno de los músicos más jóvenes produjo cierto ruido con los platillos, al dejarlos caer casi al ras del piso.
Bueno, ellos también perdonaron actitudes indeseables de algunos de los integrantes del auditorio, los que nunca faltan y con aplausos interrumpen cada uno de los movimientos, o toman fotos con flash, ya que los músicos empezaron a tocar, o bien, en el colmo de la distracción, no apagan el timbre de sus celulares.
En el “encore” obligado, un tema tradicional francés, como dijo el director. Y después, con
La Tarantelle, música de un baile tradicional del sur de Italia, el ensamble se puso de pie para tocar y lo siguieron haciendo después de los aplausos, lo que desató el asombro del público, porque aunque al inicio se levantaban sobre las puntas de sus pies, al terminar, de plano se pusieron a brincar, encabezados por el Éloi Tembremande.
Y en un hecho sin precedentes –visto sólo en el teatro musical pero no en conciertos sinfónicos-, decidieron bajarse del escenario, casi, casi para ir a tocar y convivir, al mismo tiempo, con los asistentes. Los que no lo hicieron fue por obvia razón: el tamaño de sus instrumentos. Imposible bajar con un violonchelo.
La fiesta llegaba a su punto climático y, junto con los aplausos, arreciaron las muestras de gratitud por tanta alegría desbordada. Después, los músicos volvieron a subir al escenario para que la gente expresara, por última vez, todo el entusiasmo liberado.
*RESULTADO DEL ENTUSIASMO Y LAS GANAS DE COMPARTIR
Al inicio del acto, la cantante Estela Barona afirmó que ese concierto era “el resultado del entusiasmo, la fe y las ganas de compartir”.
Recordó que 40 jóvenes de la Orquesta Tepoztlán, en el 2011, lograron cruzar el mar y llegar a Francia “y conocieron a los compañeros de Josem”, con quienes establecieron vínculos de amistad y trabajo. Tres años después logran este concierto, destaco.
Puntualizó que aunque el conjunto morelense cambió su nombre por el de Orquesta Sinfónica del Fuego Nuevo (OSFUN), no olvidó sus lazos de amistad.
Junto con Omar Martínez, integrante de la OSFUN, agradecieron el apoyo de Capufe, (Caminos y Puentes Federales), la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), la Escuela Nacional de Música, el Centro Morelense de las Artes, la Embajada Francesa, el Ayuntamiento de Tepoztlán y la Secretaría de Cultura de Morelos, por los apoyos para que se hubiera dado esa reunión de jóvenes mexicanos y franceses.
En su intervención, intercalada con términos en francés y español, el director Éloi Tembremande expuso que la agrupación provenía Burdeos, región del sudoeste de Francia y que todos los integrantes se encontraban “muy felices de tocar en Cuernavaca”.
En una parte del programa, agradeció el tema que compuso especialmente para la Josem, uno de los músicos que tocó el corno –que junto con otros mexicanos, se mezclaron en la agrupación a lo largo del concierto- y para darse a entender con claridad, con ayuda de gestos y mímica, dijo que en una parte era “la historia de la montaña mágica de Tepoztlán con guerreros”.
Guerreros como ellos, pero de la paz, que lograron transformar el concierto sinfónico en un arrebato musical que terminó en una verdadera fiesta, realmente inolvidable, intensa pero sin resacas.