Ésa, es una de las razones por la que la caracterización y el trabajo actoral que Claudia Lobo lleva a cabo en la puesta en escena El Radio de Marie Curie, es además de plausible y sorprendente, realmente motivador.
Esa pieza se presentó, con una espléndida cosecha de aplausos, el domingo 17 de agosto, en la Sala Manuel M. Ponce del Jardín Borda de Cuernavaca.
Lo que los espectadores presenciaron fue una magnífica conjunción que sensibiliza, de ciencia, tecnología, arte y humanismo, profundo humanismo, en cuanto a la valoración de un ser humano que logró la excepcionalidad al luchar por lo que realmente quería ser y hacer en su vida.
El trabajo creado por Mauro Spinelli y Claudia Lobo es un singular homenaje a la figura y a las aportaciones de madame Curie, al conseguir presentar una historia de vida extraordinaria contada de manera fascinante.
Logran, por ejemplo, dar un contexto exacto del tiempo que le tocó vivir a Marja Sklodowska –nombre de soltera de la mujer dos veces ganadora del Premio Nobel-, cuando la protagonista lo cuenta a quienes la escuchan.
“Olvidan que nací en las tinieblas, porque eso era Polonia el 7 de noviembre de 1867, un gélido infierno sin luz ni palabras.
“Los polacos no existíamos, hacía mucho tiempo habíamos perdido nuestra independencia, pero al zar eso no le bastaba, éramos súbditos rusos y debíamos comportarnos como tales.
“No podíamos estudiar nuestra historia, tampoco podíamos hablar nuestro idioma, después del levantamiento de 1863 más de cien mil polacos fueron enviados al exilio o ejecutados”, narró.
*RETORNO DE UN LARGO VIAJE
El comienzo de El Radio de Marie Curie se apoya en un video para hacer volver del más allá a la dama dedicada a la ciencia, quien al contar las etapas más significativas de su vida, develará la mentalidad poderosa que la animaba.
En el video se presentan imágenes del homenaje póstumo a Pierre y Marie Curie que, en el año de 1995, llevó a cabo el gobierno de Francia –durante la administración de Françoise Mitterrand- y al que asistieron el entonces presidente de Polonia, Lech Walesa, y la hija del célebre matrimonio, Eve Curie.
El bullicio que provoca la ceremonia y el hecho de que sus restos son trasladados al panteón de los personajes ilustres, justifica que Madame Curie despierte de su “sueño eterno” y avance por el escenario con su maleta, vestida como si viniera de un largo viaje y empiece a hablar, mientras coloca su sombrero y abrigo en un perchero.
En una parte de la obra, definirá a la popularidad como “una ola devastadora, eufórica” y recordará que su marido Pierre, se refería al Premio Nobel “como nuestra peor desgracia”.
El acento que logra Claudia Lobo en la voz es por demás creíble, sobre todo si se toma en cuenta que Marie Curie era políglota: hablaba polaco, ruso, alemán, francés e inglés, pero no español.
*EL ARTE DE RECREAR LOS ESCENARIOS
La actuación de Lobo luce aún más, por los escenarios que van cambiando de manera constante, gracias al estupendo trabajo que realiza la mano artística de Arturo López: cada etapa significativa de la protagonista tiene un marco propio, con ayuda del cineamano.
Ese recurso funciona con apoyo de un proyector de luz que despliega una pantalla. Con el empleo de distintos materiales, como tintas, arena y agua, y los dedos del artista, se van realizando los paisajes que recrean el ambiente de lo que cuenta Madame Curie.
Así, por ejemplo, cuando ella habla de su niñez, se recrea la silueta de la madre sentada en una mecedora, mientras la actriz muestra sus ansias por ir a su lado.
“Marja, la más tímida. Y la única de todos que soñaba la cosa más simple, pero también la más irrealizable. Yo quería, simplemente, abrazar a mi mamá. Ella siempre me detenía a un metro de mi deseo. Yo le extendía los brazos para acurrucarme en su pecho y escuchar el latido de la persona que más amaba y que más me amaba en el mundo”.
La razón de ese aparente rechazo lo descubre después y por eso define a su madre así, como la persona “que más me amaba en el mundo”.
Cuando Marie Curie rememora, también durante la niñez, sus días de escuela y habla de lo que una maestra le preguntaba durante la clase de historia, la proyección en la pantalla es la de un dedo gigantesco que apunta hacia ella, hasta empequeñecerla, aún más abajo de la altura de una niña.
Otro momento plástico extraordinario de la obra, es cuando a los 24 años de edad decide viajar para estudiar en París y el tren que se proyecta en la pantalla, poco a poco, se va transformando en un paisaje de la “Ciudad Luz”, con Torre Eiffel incluida.
Ya en la universidad –“era un aire bueno, con olor a libertad”-, cuenta por qué las palabras de un profesor explotaron en sus oídos un día, cuando atendió a lo que llevaba años esperando escuchar y que la había impulsado a llegar hasta la capital francesa: “Con el estudio de la física ustedes, señores, podrán atrapar el sol y lanzarlo más allá de los límites establecidos por los dioses y por los hombres”.
“Atrapar el sol, ese debía ser mi destino”, fue la enseñanza más significativa que le quedó a la estudiante.
*SORPRESAS PARA LOS ESPECTADORES
Otro de los recursos empleados en el desarrollo escénico que funciona de manera admirable, es que cuando se narra la etapa del desarrollo científico de Marie Curie, la actriz Claudia Lobo realiza experimentos en vivo que sorprenden a sus espectadores.
También hay momentos divertidos, como aquellos en donde comenta sobre su encuentro con Pierre Curie, “hablaba de ciencia con el entusiasmo de un niño”, de su mejor regalo de bodas y al sincerarse que aprender a cocinar, es el experimento químico más complejo, al evitar que lo que se cocina se queme.
Y lo que más conmueve: la manera como bajan las lágrimas por el rostro de la actriz, cuando informa lo que sucedió el 19 de abril de 1906, “no es un día hermoso, llueve” y la proyección que se despliega en la pantalla, que al final es anegada.
Antes de eso, Madame Curie habla sobre dos descubrimientos trascendentales, con el aislamiento de dos nuevos elementos químicos: el polonio y el radio, pero también de las burlas que antes de esos logros llegó a sufrir por parte de la comunidad científica.
“Yo era polaca, sabía resistir las ofensas, las humillaciones, lo aprendí desde niña”, sentenció en el escenario.
Marie Curie no sólo atendió a heridos en Francia durante la Primera Guerra Mundial, además, sus contribuciones a la radiología ayudaron a un millón de pacientes.
Al final de la representación, lo que se proyecta en la pantalla son imágenes de la científica, por ejemplo, en su viaje a Estados Unidos, cundo mujeres de ese país, le regalaron un gramo de radio, a fin de que pudiera continuar con sus investigaciones.
Elemento al que, dice, “amaba como un hijo”, por lo cual siempre consideró que nunca la dañaría. Sin embargo, ese “rayo de sol que había robado” y que “era el tesoro que había soñado desde pequeña” tenía un alto precio. Los dioses no la perdonaron. No lo vio a tiempo, al fin y al cabo era una “¡Polaca testaruda!”