Ese universo escultórico elaborado con materiales naturales –ramas, troncos y raíces de árboles, jamás talados por el autor-, tiene un sustento poético, que más bien nos habla de una honda y clarividente relación con la naturaleza.
Don Feliciano, aun y cuando fue mensajero de las tropas zapatistas -labor en la que en repetidas ocasiones puso en riesgo su vida-, vivió de la venta de sus piezas de madera, desde los 60 hasta los 105 años de edad. (Fotografía: José Antonio Gaspar).
“El bosque debe ser conservado intacto, ya que es el imán verde que nos trae las nubes con las lluvias”, es casi una declaración de principios, dicha por Don Feliciano y que el artista Manuel Peñafiel preservó en su libro Emiliano Zapata. Un valiente que escribió historia con su propia sangre.
Al mediodía del pasado sábado 16 de agosto, fue inaugurada la exposición Feliciano Mejía. Fuego en el corazón, en el Museo Morelense de Arte Popular (MMAPO); exhibición que constituye la mayor muestra reunida de la obra de ese veterano de la Revolución.
Además de cualquier consideración artística o estética -el valor de las piezas es inobjetable en ese sentido-, las figuras también son testimonio del olvido al que se condenó, desde los diferentes gobiernos, a quienes combatieron de verdad en la última lucha armada que buscó un cambio social para beneficio colectivo.
Don Feliciano, aun y cuando fue mensajero de las tropas zapatistas -labor en la que en repetidas ocasiones puso en riesgo su vida-, vivió de la venta de sus piezas de madera, desde los 60 hasta los 105 años de edad.
*TIRITANDO DE LOS NERVIOS, CABALGABA HASTA QUE AMANECÍA
La muestra tiene resonancias atávicas, de respeto al entorno que emana y preserva la vida, así como de un mundo poblado por seres fantásticos como los nahuales, los chaneques y los demonios. (Fotografías: José Antonio Gaspar).
Incluso esos trabajos fueron quienes disiparon un poco la sombra de la soledad en la vejez.
A Manuel Peñafiel, esto le reveló, de manera cruda: “Mi mujer ya no vive conmigo, ahora mi sola compañía por las noches son mis figuras de madera y las ratas que a veces rondan por encima de mí cuando estoy dormido”.
Ese hombre no disfrutó de las mieles de la Revolución institucionalizada: al igual que otros compañeros suyos, vivió el sufrimiento de la guerra desde muy temprana edad, como bien se aprecia cuando le narra a Peñafiel los sinsabores de su oficio de correo, durante su niñez.
“De noche me montaban en un caballo, me metían recados en mis huaraches para que yo los entregara a las tropas zapatistas; así, tiritando de los nervios, cabalgaba hasta que amanecía. Cuando me copaban los carrancistas y me preguntaban qué era lo que andaba haciendo, les mentía diciéndoles que me había perdido.
“Otras veces me bajaban a jalones de la yegua y me ponían mis buenas zarandeadas, con la amenaza de que si no les decía qué andaba ‘veriguando’ me colgarían de los pies. A mí me daba harto miedo, pues ya había visto lo que les pasaba a los colgados de cabeza; toda su cara se les hinchaba y empezaban a sofocarse con la congestión.
“Yo nomás me quedaba mirando pa’l suelo sin decir palabra, entonces me daban una azotaina y de puro coraje se quedaban con mi montura. Fueron muchos los mensajes que yo llevé a las tropas zapatistas que andaban desperdigadas por lomas y rancherías.
“Ese fue mi trabajo durante la Revolución, fue una faena que daba temor hacerla, pues andaba cabalgando así nomás, solito, sin otra compañía que los aullidos del coyote.
“La luz de la luna hacía que la enramada se me afigurara una banda de aparecidos. Fue entonces que comencé a rezar, pues al ver tanta sombra, me daba ofuscación de que algún nagual me llevara pa’l infierno. Por donde vivo aún rondan los chaneques”, le declaró Mejía a Manuel Peñafiel en el citado texto.
*PUEDE SER QUE HAYA SIDO EL DE UN AHORCADO
Respecto a su labor en la talla de madera, le refirió más adelante: “Yo he encontrado la manera de ganarme la vida haciendo esculturas de madera. Jamás derribo un árbol, pues puede ser que haya sido el de un ahorcado; además no es correcto cortarlos para nuestro egoísta provecho. El bosque debe ser conservado intacto, ya que es el imán verde que nos trae las nubes con las lluvias.
“Solamente cuando encuentro tirado en el suelo un buen pedazo de madera, me lo llevo pa’ mi casa y así, después de observarlo bien, le encuentro la forma de algún animalito o de un hombre o mujer, entonces me dedico a pulirlo para acabarle de dar forma”.
En tanto, en el libro Morelos hecho a mano, el investigador Guillermo Helbling revela cuál fue la tierra de origen del mensajero zapatista: “Don Feliciano Mejía, aun cuando nació en Puebla, ha vivido casi siempre en Yautepec, donde comenzó a los 60 años a expresarse como artista, con la producción de esculturas a partir de troncos y ramas de árboles”.
*DE MANOS SABIAS Y CORAZÓN FÉRTIL
“Sus instrumentos hacían que los personajes salieran a la superficie de cada rama sin que ésta ocultara su naturaleza ni renunciara a su aspecto de rama”, dice la cédula de la exhibición. (Fotografías: José Antonio Gaspar).
Por otra parte, en el texto de presentación de la exposición, Feliciano Mejía. Fuego en el corazón, firmado por la Secretaría de Cultura, se lee como párrafo introductorio: “La labor de un artista que conoce realmente su materia de trabajo no consiste en disfrazarla de lo que no es. Por el contrario, se trata de reconocer los secretos que esta materia encierra y de seducirla para que los revele”.
“Este es el caso del veterano zapatista Feliciano Mejía (1899-2008), artesano de manos sabias y corazón fértil, quien en vez de convertir las ramas en caballos o en mujeres, descubría a la mujer o al caballo que desde siempre vivieron ocultos en la madera”, añade.
“Sus instrumentos hacían que los personajes salieran a la superficie de cada rama sin que ésta ocultara su naturaleza ni renunciara a su aspecto de rama. Más bien, cada pieza se nos revela simultáneamente como lo uno y lo otro: como caballo y rama, como mujer y rama, como flauta y rama”.
Agrega que “saber escuchar las historias del mundo en la madera exige del artista un conocimiento íntimo del cuerpo nudoso de los árboles morelenses, una profunda relación orgánica entre la mente y el árbol”.
Así, concluye el texto, “dado que pocas obras de arte constituyen de tal manera un homenaje a la tierra misma y al paisaje humano y social del que se nutren, hemos elegido el trabajo de Feliciano Mejía para celebrar el primer aniversario del MMAPO, espacio dedicado al arte popular, pero también a la gente y la tierra de Morelos”.