“La luz es ahora una cadencia cromática. La geometrización de las formas y las arquitecturas coloreadas con toques rápidos y enérgicos se transforman en los puntos cardinales de una modernidad pictórica que todavía perdura.”
Con la gran exposición que de Henri Matisse se celebra en la Tate Modern de Londres (Henri Matisse: The Cut-Outs, del 17 de abril al 7 de septiembre de este 2014) y que luego viajará a Nueva York, el espectador podrá descubrir varias épocas del artista francés poco exploradas. Una de ellas son sus collages, o como él los llamaba “es pintar con tijeras” y la fuerte influencia árabe en su obra, sobre todo su etapa en Marruecos. Con el collage descubrió un nuevo formato de expresión para dar rienda suelta su creatividad.
¿Qué es hoy el fauvismo? Los veinte años que procedieron a la aparición de los fauves –“la jaula de las fieras”-, en opinión del crítico Vauxcelles, estuvieron marcados por el tenso cambio formal derivado del impresionismo y centrado en el color.
Durante la última década del siglo XIX, sin embargo, las estéticas impresionistas habían situado en su sendero sin fácil retorno el curso del arte, habían liberado la pintura de la angostura temática y enfrentado la naturaleza al desafío formal del artista, obstinado en ordenar equivalentes plásticos sobre un lienzo que ya no era la ventana de ilusionistas reconstrucciones veristas.
Sisley, Pisarro, Cézanne y Degas, aparecen en 1886 agrupados en una tendencia cuyo único nexo cohesivo es la ruptura de los condicionamientos del “motivo”. Matisse había ensayado el divisionismo en Saint-Tropez el verano de 1904, Luxe, calme et volupté, muestra una nueva manera pictórica que va más allá, de la mera adaptación de unos principios compositivos. En Colliure, durante el verano siguiente, en la obra de Matisse el color se emancipa del esquematismo constructivo y su pintura parece dominada por planos amplios de colores fuertes. Sin estridencias, puede afirmarse ahora que ha nacido el fauvismo y Matisse es, con Derain, su mejor representante. La joie de vivre (1906), es un ejemplo de su organización cromática.
Luxe, calme et volupté. (Imagen tomada de Wikipedia).
Años después, y huyendo del fauvismo, Henri Matisse (1869- 1954) decide realizar un viaje a Marruecos que cambiará el rumbo de su pintura, y le permitirá reflexionar sobre su manejo del color. Matisse libera el color y el dibujo de todo naturalismo innecesario. Los sublimes resultados de su experiencia en Marruecos despejan, en efecto, cualquier suposición contradictoria.
El viaje fue breve, apenas seis meses entre 1912 y 1913, divididos en dos momentos que marcan para siempre su arte. Abrumado además de encargos, todo hay que decirlo, de los fieles coleccionistas rusos Morosov y Choukin. Tenía cuarenta y cuatro años cuando desembarcó en Tánger y buscaba inquieto una salida constructiva al efectismo fauve. El sereno invierno africano va a permitirle realizar la sagaz predicción de su maestro, el simbolista Gustave Moreau: simplificar, acompañadas de un impresionante despliegue de dibujos y apuntes sobre el papel que confirman la lección marroquí del pintor: el retorno desdramatizado a las querencias decorativas.
Cuando menos es cierto de que se trata de unos meses fecundos e imaginativos, 23 telas y 65 dibujos, de continuados descubrimientos formales. Las arquitecturas blancas, las sutiles gamas de azules punteados de verde intenso, las gradaciones atemperadas del ocre y el rojo. Una naturaleza fascinante, de cielos deslumbrantes, tentada por el desequilibrio insólito de unas sombras que fantasean volúmenes inesperados, negados por la luz. Un realismo, por cierto, irreal, protagonizado por el color (Le marabout, Paysage sur la fenètre).
El distanciamiento del naturalismo didáctico es efectivo a partir de estas pinturas. Si el color había conseguido desrealizar los viejos iconos rusos, la luz y la minificación cromática del paisaje marroquí refuerzan sus convicciones formales, y le orientan definitivamente hacia una nueva naturaleza simplificada, nutrida sólo de formas.Le déjeuner oriental (1917), condensa para siempre el universo perdurable de estímulos sensibles que Matisse debe a su experiencia africana.
De vuelta a Francia, en febrero de 1913, Le Marroc de mémoire le brinda un éxito sin precedentes en la temporada parisina. Pero lo que es fundamental desde el punto de vista de su evolución creativa, la profundización continuada del despliegue formal africano, se convertirá con el tiempo en una constante original y efectiva de su arte.
En 1915, a vueltas con su serie, Matisse le confiesa a su amigo Camoin: “Tengo la cabeza revuelta tras un mes de lucha con una pintura de Marruecos en la que trabajo: la terraza de un pequeño café de la Kasbah… Espero salir bien, pero ¡qué duro!”. (Le café árabe, dibujo; Café marrocaine, óleo son la mejor respuesta afirmativa). La luz es ahora una cadencia cromática. La geometrización de las formas y las arquitecturas coloreadas con toques rápidos y enérgicos se transforman en los puntos cardinales de una modernidad pictórica que todavía perdura.
Hay que observar y entender el viejo fondo sensual del hombre, decía Matisse. “El acto estético es forma y nada más que forma”, decía Benedetto Croce, quizá, no sólo forma, sino también un azar poético. El ejemplo más claro es ver y estudiar en retrospectiva la obra de Henri Matisse y descubrir su “jardín interior” lleno de poesía.