En la primera parte de este artículo mencionamos cómo la psicoterapia se vuelve ese espacio privado e íntimo en el que puedes dialogar con un escucha profesional que sabrá darle forma a lo que te pasa. Y que a partir de ese diálogo y otras técnicas para profundizar en el inconsciente, te ayudará a asimilar situaciones dolorosas que venías cargando, comprenderlas, digerirlas, superarlas y tomar las decisiones necesarias para cambiar tu vida.
Todos los tratamientos empiezan por la etapa de desahogarte. Entonces es cuando hablas sobre lo que te atormenta, te angustia o te duele, dándole a conocer al psicoterapeuta tu motivo de consulta. En esta etapa generalmente culpas a tus circunstancias, a otras personas, a la sociedad de lo que te sucede.
En un tratamiento psicoterapéutico vienes a “desenmascararte”, a “desarmar tu armadura”-decíamos en la primera parte. Y ahora vamos a aclarar más a fondo lo que esto significa. Es fundamental saber que si vas a una psicoterapia y no entras en la verdad dentro de ti y empiezas a entrarle a concientizar tu participación y a cambiar tu situación, tu modo de ser, tu dolor o el motivo por el cual consultaste, entonces estás perdiendo el tiempo. Hablar sobre lo que te pasa quizá lo hayas hecho muchas veces, cambiar es otra cosa.
Los seres humanos tendemos a quejarnos de nuestra situación, a autoconmiserarnos, a buscar a quien culpar de lo que vivimos supuestamente buscando desahogo, consuelo, ayuda para cambiar. Pero en realidad cuando nos enfrascamos en esa actitud lo que menos hacemos es cambiar.
Más bien reafirmamos nuestra situación y la llenamos de emociones desagradables que más la graban en nuestro interior. Además de que así podemos acceder a las llamadas ganancias secundarias: “Tengo de qué hablar, concentro la atención en mí, recibo consideraciones especiales y mimos y me deshago de la responsabilidad de mis decisiones y de mis acciones”. Es una catarsis, un desahogo sin fin que se retroalimenta. Podemos recordar a esas personas, o lo hemos sido, que todas las veces que las vemos se están quejando de lo mismo, sufren, nos piden ayuda y consuelo, nos buscan para desahogarse. Pero es cuento de nunca acabar, siguen igual, no aplican nuestros consejos, no toman realmente nuestra ayuda con el fin de tomar decisiones que den por terminados sus problemas. Más bien, “viven de sus problemas”. Y algunos malos psicoterapeutas también. Por eso es fundamental saber que lo que una psicoterapia tiene que hacer por ti es llevarte a un callejón sin salida donde lo único que te queda es cambiar. Porque no importa el problema, para superarlo, para que nuestra vida sea diferente se deben tomar decisiones, cambiar de actitudes, de forma de pensar y modificar nuestras falsas creencias y fortalecer nuestros valores y nuestra relación con Dios. No sólo hablar y hablar acerca de lo mala que ha sido la vida o ciertas personas con nosotros, sino de “qué vamos a hacer al respecto”.
La armadura es esa parte de nuestro carácter que nos evita cambiar. Es una protección para que no nos duela lo que nos duele, es una manera de defendernos de lo que nos viene de los demás bueno o malo, amoroso o lastimoso. Es el conjunto de mecanismos de defensa encarnados en nuestro cuerpo como tensiones musculares y cierto funcionamiento del sistema nervioso vegetativo, de nuestras hormonas, etc. que determinan nuestra forma de ser y la afianzan físicamente. Por eso no se pueden cambiar sólo hablando. Hay que cambiar de hábitos, de actitudes, aflojar esas tensiones y dejar fluir las emociones reprimidas, aprenderlas a manejar y eso implica un esfuerzo, una responsabilidad y un continuo examen de uno mismo. En el trasfondo está el inconsciente, esa parte que hace lo anterior automáticamente, pero está pre-programado por nuestros padres, nuestra cultura y nuestra situación de vida y que parece atraparnos en seguir así. Pero podemos reprogramarnos, lo cual no es fácil e implica trabajo y un gran deseo de cambiar y crecer.
La armadura incluye los patrones que adoptamos de nuestros padres, de cómo fueron a lo largo de nuestro desarrollo y de cómo se llevaban entre ellos y con nosotros. Buscamos reproducir los mismos conflictos de nuestra familia de origen en nuestra vida posterior adulta. Y eso es parte de lo que la psicoterapia hace por ti: reconocerlos, comprenderlos y resolver el dolor encerrado para poder salirse hasta un cierto punto del patrón de buscar lo mismo en nuestras relaciones. Pero como la armadura no es mental, sino también física, energética y espiritual es necesario trabajar en una psicoterapia que incluya al cuerpo, su expresión y el bloqueo de su energía para liberar las emociones reprimidas y sanar las heridas emocionales de fondo y no sólo racionalizarlas con pláticas y análisis.
La psicoterapia no es un espacio para consejos y guías para saber qué hacer. Es un espacio para explorarnos a nosotros mismos, conocer nuestro mundo interno, nuestro inconsciente, nuestra armadura y modificarlos para vivir sin sufrimiento. Es un espacio para definir nuestra individualidad y buscar nuestra libertad y autenticidad, sanando las heridas emocionales que nos habían impedido ser nosotros mismos en armonía con los demás.
*Mtra. Ruth Holtz, Terapeuta psicocorporal, Analista bioenergética, Psicoterapeuta psicoanalítica. Orientadora cristiana. Informes y citas para videollamada a Colima al tel. 01 312 3 30 72 54
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