Me encanta la comezón (insisto, la del tipo 1) porque, aunque placentera, es irreverente y puede ser comparable con el destino; sucede y punto, e inútil es conferirle explicaciones. Cuando te das cuenta de ella es porque ya te estás rascando. Para qué buscarle el porqué.
Ésta es un buen pretexto para proporcionarnos diminutas y privadas dosis de inofensivo –aunque en ocasiones comprometedor- placer.
Si no, díganme, ¿a quién no le ha dado comezón en aquellas regiones corporales que ante público propio o extraño no se puede uno rascar? Hipócrita le diría al que lo niegue. He ahí el lado incómodo de la inofensiva comezón.
Dicen por ahí que “a cada comezón, su uñita”, y es cierto. Pero verídico también es que hay uñas que abusan al rascar. Ya lo dije; a una comezón natural, una rascadita leve, moderada. Pero hay individuos (todos conoceremos a un espécimen de éstos) que al experimentar el delectable y repentino picor, lo atacan con degenerado gusto hasta que la sangre brota. Esto ya es una inclinación al masoquismo. El que se rasca los granos hasta reventárselos o el que se arranca el escozor de tanto arañarse; y si vieran las caras que hacen estos individuos al lacerarse comprobarían que en efecto se trata de un cuadro patológico.
Hay quienes piden que les rasquen (la espalda, por ejemplo). Están en su derecho, sin embargo, opino que es un placer emasculado. Muchos dirán que lo solicitan “porque no se alcanzan”, pero, por lo general, estamos diseñados para proporcionarnos esas talladitas inesperadas en cualquier parte de la anatomía. Quien pide que le rasquen, equivale para mí, a pedirle a alguien que orine por él. El rascarse debería decretarse intransferible.
Así como tenemos nuestro “talón de Aquiles”, todos tenemos nuestro “punto C”, de comezón. Muchos dicen que ésta les brota en la cabeza (más cuando es un caso de caspa), otros, en la barbilla. Hay quienes mueren de placer si se rascan las palmas o las pantorrillas, y están aquellos que se la viven rascándose las cejas. En lo personal, la comezón natural que disfruto pero me importuna muchísimo es la del empeine del pie derecho. Es una locura. Me da de manera intensa como en un circulito y aunque la talle por encima del zapato no amaina. Forzosamente tengo que quitármelo para aplicar las uñas, y de manera invariable acompaño el rascar con un satisfactorio estertor. Valiéndome quien esté presente.
Cada quien sus comezones.