Era un hombre de más de 40 años con un short blanco y ella tendría unos 15 ó 16, en traje de baño negro. Yo creo que se querían. Estaban en la orilla del mar azulísimo y los miraba desde la escalera tallada en el peñasco. Felices, se echaron al agua, él persiguiéndola. Era un mediodía hermoso.
Bajé rápidamente a la playa y contagiado por esa alegría despreocupada y sencilla me metí tras ellos. Nuca supe si andaban o no, si se escondían o si la gente sabía algo. No me importaba y sigue sin importarme, a ellos tampoco les debió interesar el herrumbroso qué dirán. El mar permanecía tibio con su vaivén de mecedora musical. Se quedaban chapoteando y los seguía de cerca. Nos sumergimos.
Empezó el espectáculo. Ya no los vi más. Ahí estaba un grupo de tortugas marinas jugueteando, siguiéndose, desplazando su ágil alegría en el poco profundo y azulísimo entorno. Azul y arena por todos lados; un alegre balanceo causante de inabarcable armonía. Iban, venían, subían y bajaban persiguiendo sólo sus ganas de jugar. Si alguien hubiera preguntado que me gustaría ser contestaría que una tortuga de ellas, o por lo menos un cangrejo. Algo me dijo que eso bien podía ser el paraíso. Por qué no. Nada hacía falta y permanecía lo principal: las profundas ganas de estar sin recurrir a los abstrusos meandros del ser. Simplemente estar y nadar, siempre debajo, sumergido en el oleaje tibio de la vida. En su calidez azul. De pronto me sentí nada más ojos, agua con mirada litoral. Parpadeos dulces.
Imposible olvidar esas tortugas, absurdo querer suprimir ese balance de vida, equilibrio danzante; latidos de agua. Dicen que las tortugas significan, cuando las sueñas, longevidad y protección. Estuve con ellas, no las soñé, yo era el sueño líquido y ahora lo comprendo porque así lo sentí: ellas eran la paz oculta y primigenia. La paz de adentro. Las tortugas que llevamos en el alma.
De los del traje blanco y negro nada sé. No vayan a creer que se transformaron en tortugas. Nada de eso. Simplemente se sumergieron en su dicha y empezaron ellas. Fue una conjunción de alegrías, un momento de contundente vivir, la plenitud de ser agua, de ser alma líquida, memoria, y regocijo. No necesité más.
Esa fue mi etapa marina. Mi comunión con el origen.
Bajo el Volcán
Quelonios
“Estuve con ellas, no las soñé, yo era el sueño líquido y ahora lo comprendo porque así lo sentí: ellas eran la paz oculta y primigenia. La paz de adentro. Las tortugas que llevamos en el alma.”
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