“Como en un cortometraje, imagino al sádico Toño, entre gruñidos, correteando, correteando con un descomunal basto (igual al de la baraja) al espantadísimo cuchi para propinarle muerte de piñata.”
Voy manejando. Delante de mí, en una pick up blanca llevan atrás, bien amarrado del pescuezo a un marrano enorme. Mira al pobre puerco, le digo a mi mujer. Es la camioneta de Toño, me dice. ¿Cuál Toño?, pregunto. El carnicero. Dice definitiva.
Ahora sé que al pobre puerco no lo llevan como semental. Lo van a seccionar para la carnicería y para los tacos de carnitas. La camioneta se desvía a la izquierda y entra en la calle que pasa por debajo de la autopista, precisamente donde vive Toño. Lazado, el puerco va en un inmóvil y permanente jalón. Es la última imagen vívida que conservo de él. ¿Tú crees que sienta que lo van a matar? Pregunta mi mujer. Pues no se ve muy tranquilo, respondo.
Durante la tarde, por intervalos, pienso en el puerco. Una vez en la televisión vi un documental de que en una isla selvática los de la tribu corretean a los cerdos (salvajones, gruñones) en un como corral y los matan a palos. Con enormes garrotes les dan en la mera cabeza, y los infelices animales al recibir el certero golpe, nada más dan un brinquito y se caen tiesos, engarrotados, temblorosos; algunos enseñando los colmillos en una póstuma y horrible mueca.
De pronto, como en un cortometraje, imagino al sádico Toño, entre gruñidos, correteando, correteando con un descomunal basto (igual al de la baraja) al espantadísimo cuchi para propinarle muerte de piñata. CORTE. El basto cayendo inexorable varias veces en la tatema del puerco. CORTE. Rictus sardónico de Toño el carnicero. CORTE. Tiesas y todavía temblorosas, las patitas del puerco ya abatido. CORTE. Un enorme y reluciente cazo con agua en ebullición. CORTE. Las patitas tiesas del marrano, ya sin temblar. DISOLVENCIA a la carnicería de Toño. CORTE. Con sonrisa amable y albo mandil, Toño saludando a la primera clienta del día. CORTE. Las patitas cercenadas del puerco, frescas y limpiecitas, sobre una húmeda cama de alfalfa encima del refrigerador donde despacha. CORTE. La cabeza del marrano con mirada sumida, colgada en un gancho de alambrón. CORTE. En el tianguis, bajo un toldo, varios sujetos con expresiones voraces atacan sendos tacos de carnitas que la esposa de Toño les despacha. CORTE. La carnicería de Toño abarrotada por la clientela. CORTE. En el tianguis, la esposa de Toño, frenética, despacha tacos de carnitas a cada vez más clientes. CORTE. En la carnicería, ansiosos, los clientes levantan la mano y se empujan para que Toño los despache. CORTE. Junto a la clientela amontonada, la cabeza del marrano colgada del garfio parece mirar con expresión abollada por la inmovilidad. DISOLVENCIA. Extasiados, Toño y su mujer avientan y avientan billetes para arriba. CORTE. La camioneta de Toño llevando, lazado, a otro marrano.
Imagínate, le digo a mi vieja, ese canijo mata a los marranos a garrotazos.
¿De qué hablas?Dice ella.
Pues, del Toño. Les da en su mera guaja.
Estás bien loco, me dice, ¡cómo vas a creer que los mata a leñazos! Los mata “con acero”.
Me quedo pensando.
Chillando aterrorizado, un marrano corre en el patio de la casa de Toño. CORTE. Tras él, con pasos cautelosos, sable en mano y vestido de samurai, Toño se aproxima a su víctima.