En estos días en el ámbito nacional se ha discutido sobre la autonomía de algunas instituciones. Si bien se ha argumentado que algunas instituciones autónomas obedecen a intereses grupales en lugar de velar por el bienestar social, considero que de ser cierto, el error está en la composición de estas instituciones en lugar de cuestionar su existencia.
Nuevamente llamo la atención sobre el trabajo de Donella Meadows, Thinking in Systems, donde alerta sobre la resistencia política que puede haber en un sistema, cuando diversos actores impulsan al sistema en diferentes direcciones para satisfacer objetivos diferentes. Para contrarrestar esta resistencia, lo que propone es atraer a todos los actores para usar la energía de cada uno de ellos y buscar la satisfacción de todos ellos mediante la definición de objetivos más amplios y más importantes en el largo plazo. De esta manera, cada uno de los actores puede impulsar sus propios objetivos, pero en forma conjunta con los otros actores. Desde mi punto de vista, esta es una clara visión sistémica de la compleja problemática que hoy sufrimos en nuestro país. Si bien el discurso oficial de hoy es de inclusión, en la práctica debe enfatizarse. En particular, es importante promover la consideración de actores diferentes en los objetivos de largo plazo, para implantar políticas que desde el corto plazo estén alineadas con un futuro, donde el bienestar social impere, en lugar de definir trayectorias rígidas.
Con esta visión general, ahora déjenme transitar al problema de la autonomía de las instituciones de educación superior. Primero, considero importante mencionar que las universidades tienen, principalmente, los objetivos de preparar los talentos y generar los conocimientos para alcanzar un bienestar social. Ya este lunes el doctor Juan Ramón de la Fuente expuso con detalle, las motivaciones y bondades que hace casi un siglo se argumentaron para dar la autonomía a las universidades, y que, desde mi perspectiva, siguen siendo vigentes. Además aclaró las características que tiene la autonomía en las universidades y la responsabilidad social que conlleva esta autonomía, así como el compromiso con la rendición de cuentas. Hoy en día en nuestro país tenemos un sistema educativo público en el nivel superior muy diverso. Contamos con el Instituto Tecnológico Nacional de México con decenas de entidades en todo el país, Universidades Politécnicas y Universidades Tecnológicas que presentan la característica de depender de las autoridades políticas de cada región o del nivel federal. Por otro lado, también están las diferentes universidades autónomas que precisamente ofrecen una forma diferente de educación e investigación para propiciar el bienestar social. Con una visión reduccionista, esta diversidad de opciones para la educación superior pudiera parecer caótica; sin embargo, en el tema de la educación superior en una sociedad debe responder de manera diversa para poder construir y contender con la diversidad que se requiere en la actualidad. Además, la forma de organización de las universidades autónomas obedece, generalmente, a estructuras multinivel para la toma de decisiones con el objeto de garantizar la buena administración de los recursos y talentos.
Desde una visión sistémica, podemos recordar lo mencionado por Elinor Ostrom en Understanding Institutional Diversity, donde menciona la importancia de contar con sistemas de gobernanza policéntricos para fomentar la capacidad adaptativa de los sistemas sociales. Ella define que sistema policéntrico se refiere a aquellos sistemas donde las personas son capaces de organizarse no sólo bajo un esquema de una autoridad sino de múltiples autoridades en diferentes escalas. Cada uno de estos niveles ejerce considerable independencia para hacer y seguir reglas dentro del dominio de su autoridad. En las universidades autónomas se tienen consejos internos, asesores, técnicos, académicos o universitarios, o asambleas y todas estas autoridades en sus respectivos ámbitos tienen representación de la comunidad universitaria respectiva. Esta organización, que ya de por sí es policéntrica, es compleja y obedece a características específicas de cada comunidad y entorno. La gama de este tipo de estructuras es amplia y, desde mi punto de vista, perfectible, pero está funcionando en la mayoría de los casos.
Esta diversidad en las universidades garantiza a la sociedad una capacidad de respuesta y adaptación ante diferentes problemáticas que un sistema de educación superior sin diversidad no puede ofertar.
Así, desde la perspectiva de los sistemas complejos, nuestra sociedad requiere tener diversidad en las instituciones que preparan talentos y generan conocimiento y al garantizar la posibilidad de autonomía de estas instituciones en la Constitución, es la única forma efectiva de tener la adaptabilidad requerida por nuestra sociedad para transitar hacia el bienestar social.