Nicté Luna Medina
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Dicen que ha donde fueres haz lo que vieres, eso fue lo que hice el día que visité Buenos Aires, Argentina. Elegí un camastro, me recosté en él, dejé mi bolso a un lado y me dispuse a tomar una siesta mientras el sol calentaba aquella mañana de invierno. Quería sentir aquella sensación de estar en un espacio público concurrido, rodeada de personas desconocidas y sin sentir el miedo que genera la inseguridad, sin tener que aferrarme al bolso para que no fuera arrebatado, sentir paz y completa tranquilidad, tomar una siesta a pierna suelta. Y así sucedió, fueron cerca de 20 minutos los que disfruté sin que el miedo me quitara el sueño.
En México he vivido experiencias similares cuando voy a la playa, pero Buenos Aires me ofreció una experiencia completamente diferente, porque este espacio público no estaba precisamente a la orilla del mar, ni se escuchaba el vaivén de las olas, era ni más ni menos que la terraza del Centro Cultural Recoleta. Llegué ahí luego de recorrer este espacio destinado a promover la cultura, y que, a pesar de no ser una infraestructura grande, está muy bien organizado porque es un lugar en donde las personas tienen la oportunidad de encontrarse con distintas expresiones culturales y artísticas, ya sean exposiciones de fotografía, pinturas, talleres de ciencia y artes plásticas, música, salas de lectura y un patio en el que puedes quedarte a tomar el sol o una siesta; en fin, como el Centro Cultural se promueve, es una verdadera fábrica cultural en donde la personas pueden descubrir, crear, investigar, pensar, sentir y compartir con los otros sus ideas.
Este centro cultural está inmerso en el barrio Recoleta, que es símbolo de cultura en Buenos Aires, pues es un espacio que alberga calles, plazas, bares, espacios de trabajo, talleres, lugares para leer, dibujar, pintar, jardines dónde se puede apreciar algún show de magos, payasos o de músicos; es un territorio en el que las familias pueden ir a pasar el día rodeados de cultura y en el que además se propicia un intercambio económico muy dinámico sustentado en la cultura.
Como se ha dicho en esta columna, estos espacios de convivencia impactan en la cohesión del tejido social propiciando un beneficio social. Son formas que se suman al desarrollo sustentable. Es por ello que en nuestras comunidades debemos apostar por la creación de estos lugares.
En los últimos años, en Cuernavaca han surgido espacios dedicados a promover la cultura, la mayoría de ellos son cafeterías; pero justamente, nos hace falta un lugar que sea símbolo de cultura, que reúna la diversidad de expresiones artísticas y culturales, que ofrezca espacios dignos para que cualquier persona pueda disfrutar de éstas.
Nos hace falta fomentar una cultura de consumo en este sentido. En lugar de esto, se ha apostado por una cultura de consumismo, hace años se extirpó lo que era un pulmón importante de la Ciudad de la Eterna Primavera: los grandes árboles del Casino de la Selva, para construir tiendas departamentales. Ahora, en un corto plazo se han inaugurado dos grandes centros comerciales que ofrecen al público una “variedad” de tiendas que no existían en Cuernavaca; sin embargo, están enfocadas a atender a una minoría, ya que el precio de lo que ahí se vende, e incluso, la accesibilidad que tienen, marca quién puede disfrutar de esos espacios. Es como si el poder adquisitivo de las personas determinara el derecho a tener un momento de esparcimiento, dejando desatendida una gran parte de la población.
Nos urge construir; o bien, rescatar territorios que sean destinados para el consumo de la cultura que brinden a todo el público la oportunidad de vivir experiencias culturales y que contribuyan a restaurar el tejido social que se ha ido deteriorando por la inseguridad que vivimos en el día a día. Podemos sumar esta componente a las actividades que ya se realizan en parques de Cuernavaca como en el Melchor Ocampo, Solidaridad o en el Chapultepec en los que ya se fomenta la actividad física, el comercio local, exposiciones de ciencia o espacios para la lectura. Estos podrían convertirse en íconos culturales en la Ciudad de la Eterna Primavera.