Cambiar la visión colectiva no es nada fácil, se va a necesitar de mucho esfuerzo, sustancialmente en materia de difusión e información y, desde luego, que el ciudadano sienta que está más seguro, que ya el riesgo de salir a la calle y ser víctima de un atraco o hasta de una agresión física se va superando, sólo así cambiará de parecer gradualmente, no hay otra manera de hacerlo.
Sin embargo es algo que tiene trascendental relevancia, a esa desafortunada percepción popular, que además fue creciendo con sobradas razones. Debemos todo este desafortunado escenario no sólo de estancamiento, sino de retroceso. Hace buen rato que no apreciamos inversiones significativas, la planta productiva, aquella de la iniciativa privada, que es la que impulsa el desarrollo y genera oportunidades, está contraída y menguada.
La realidad es que a lo mejor no estamos tan bien como afirman las autoridades en materia de justicia y seguridad, pero tampoco tan mal como muchos siguen considerando, muy en particular, observadores externos que nos siguen castigando al colocarnos como una de las entidades del país con mayores niveles de violencia.
Todavía seguimos conociendo de opiniones en medios nacionales de información que nos asemejan a Michoacán y Guerrero, donde el crimen organizado sigue generando ingobernabilidad y sentimos que ya nosotros nos encontramos en otro ámbito menos complicado.
Aquí no vamos a echarle porras al gobierno porque finalmente es su responsabilidad constitucional salvaguardar los intereses de los gobernados, de tal manera que cuando se logre vencer a la maña en todas sus vertientes, simplemente diremos que está cumpliendo con su obligación, para ello se dispone de cientos de millones de pesos del erario público, pero tampoco sería positivo ponderar cualquier acto delictivo en detrimento de la imagen del estado, porque de esa manera estaríamos contribuyendo en la autodestrucción.
Es decir, haciendo un comparativo con lo que estábamos viviendo hace uno o dos años, como que la tendencia del delito sí ha venido a la baja, hubo etapas en las que diariamente se contabilizaban diez o 15 ejecuciones, asesinatos, además perpetrados con mucha saña, ahora pueden ser dos o tres eventualmente. Como quiera que sea, es otra cosa.
Claro, eso tampoco es como para presumir, las autoridades están ahí para castigar cualquier delito y no deben descansar hasta que se logre la absoluta tranquilidad, cosa que se antoja prácticamente imposible, sobre todo por los niveles de pobreza y marginación que empujan a cometer faltas hasta por hambre.
Ya vemos que hasta en los países más ricos del mundo hay delincuencia, porque siempre habrá sectores con necesidades. En Estados Unidos el robo es una actividad que no se logra erradicar, el tráfico de enervantes es ya como parte misma de la sociedad y ya en estado inconveniente los adictos suelen cometer excesos. Es decir, aún en dichas naciones donde económicamente casi todo está resuelto, hay delincuencia, con sobrada razón en territorios como el nuestro, donde hay millones de personas muriendo de hambre.
No obstante, hay muchos argumentos para considerar que en nuestro país las mismas instituciones o sus responsables, tienen mucho que ver con lo que nos pasa. En la Unión Americana cualquier crimen se persigue por oficio y difícilmente un caso se queda sin resolver, es compromiso institucional castigar al culpable, así no exista denuncia.
Aquí podemos denunciar, presentar pruebas, casi llevar al presunto responsable y no pasa nada, basta una lana para que se pierdan los expedientes o de plano las víctimas acabemos en problemas, el sistema de justicia es desafortunado.
Del otro lado del río hay verdaderamente cuerpos policíacos especializados, profesionales en la materia, no tiene necesidad de extorsionar, sus sueldos son decorosos y además gozan de prestaciones privilegiadas, en cambio nosotros contamos con improvisados elementos que para salir adelante agarran a cualquier ciudadano y a golpes lo hacen confesar que cometió el delito que ellos quieran esclarecer.
No es pues sencillo darle la vuelta a la página y de pronto lograr el estado ideal de cosas, pero a pesar de todas esas inconveniencias como que se ve cierta recuperación gradual, pero se va a requerir de un acompañamiento en campañas de concientización social para poder modificar la percepción.
Pero de todos modos el trabajo no está terminado, en nuestro espacio cercano nos podemos dar cuenta de que muchos malandrines continúan haciendo de las suyas y no hay quien les ponga el alto, igual y se ha logrado desmantelar muchas bandas de secuestradores, de vende drogas, de abigeos, pero en el barrio, en la colonia y en las comunidades, sigue el problema del pandillerismo y el alcoholismo que lleva a perpetrar todo tipo de atracos y desmanes.
A esos niveles todavía no bajan las autoridades y menos ahora que con el Mando Único han dejado a los ayuntamientos sin cuerpos de seguridad local para la prevención, les quitaron el brazo armado y eso de “Morelos seguro” no está dando el resultado esperado, no patrullan por calles y callejones como lo hacían los municipales, como que se concedieron más espacios a la delincuencia.
Ahí se le tendría que pegar y muy duro porque esos vacíos se dan en todo el estado, por ahora el trabajo y la estrategia parecen pensados para contrarrestar los embates de la delincuencia de élite, sin embargo hacia abajo existe mucho descuido, por eso el pueblo continúa dudando de la efectividad oficial. Claro, por algo se tiene que empezar, no obstante desde la perspectiva personal de cada quien, el delito sigue ahí.