Como que al paso de los años, los mexicanos nos hemos convertido en rehenes de las instituciones gubernamentales, cuya responsabilidad es bien administrar los recursos procedentes del pago de impuestos de los contribuyentes, que somos todos, para regresarlos mediante acciones que mejoren gradualmente el nivel de vida de los ciudadanos.
Desde luego que un porcentaje de ese dinero tiene que usarse para poder dar funcionamiento a las instituciones y sobre todo para pagar la prestación de servicios de quienes laboran en ellas, sin embargo, al paso de los años, la burocracia ha venido engordando de tal manera, que ya nuestras aportaciones suelen ser insuficientes siquiera para que ellos puedan cubrir sus requerimientos y la inversión y atención a los problemas sociales ha quedado en quinta o sexta posición.
Hablamos del tema porque se daba fe de lo anterior a partir de informes entregados de parte del Instituto Nacional de Estadística Y Geografía (Inegi), en el que se destaca que por cada 100 pesos que vienen ejerciendo las entidades federativas en el país, sólo cuatro son orientados a inversión.
Con estadísticas y gráficas se mostraba el destino que se le viene dando al dinero del pueblo y como se podrá imaginar, las mayores sumas van para insumos internos o sea el pago de nómina, la compra de autos, inmuebles, papelería. Una buena parte a fin de cumplir el pago de deudas millonarias, cuyos fondos nadie sabe para qué se usaron. Total, que después de atenderse a sí mismos nuestros “servidores públicos”, sólo les viene quedando cuatro pesos de cada 100 para dedicarlos a escuelas, carreteras, alumbrado, pavimentación de calles, drenajes y lo que demanda cualquier sociedad creciente.
Esa es la razón principal por la que cada vez es menor el trabajo que realizan en bien de sus gobernados, los ayuntamientos, los gobiernos estatales y la misma Federación. Pero si a todo eso le agregamos los miles de millones de pesos que se van en las elecciones y los cuantiosos bonos que se pagan nuestros flamantes funcionarios, la cosa es aún peor.
Y como que aún esas estadísticas parecieran ser muy bondadosas con nosotros, porque hay municipios en los que no hay absolutamente nada de inversión y aún así la deuda pública sigue en aumento y las alcaldías siguen pidiendo créditos y ayudas por todos lados, lo que lleva a considerar que esas estructuras gubernamentales pierden su función y razón de ser.
En muchos aspectos, quizás estaríamos mejor sin tener que mantener a abultados gobiernos que consumen dinero en exceso y no ofrecen nada a cambio, pero todavía siguen aumentando el pago de impuestos, a fin de asegurarse un futuro promisorio después de haber cumplido con su “responsabilidad” pública.
Sin justificación, el número de empleados de una alcaldía, poder o dependencia se ha multiplicado de unos años a la fecha. Todavía recordamos cuando, siendo alcalde de Cuernavaca Alfonso Sandoval Camuñas hablaba de una proporción de 40% de gasto corriente y 60% de inversión.
El hombre ajustó al máximo la burocracia, a fin de poder atender las necesidades de su pueblo y aún podemos observar algunas de sus acciones por muchas partes de la ciudad, a pesar de que de aquello hace ya 20 años, porque le tocó el trienio 1994-1997. Ahora ya ni siquiera se informa al respecto, porque no se desea evidenciar todo el desorden que existe.
Como ciudadanos tenemos obligaciones, pero también derechos. Si no vemos que nuestros impuestos son bien utilizados, lo menos que debemos hacer es exigir y si de plano tampoco funciona, pues ir incluso a una huelga de pagos, porque lo que nos hacen es un robo; son ellos los delincuentes, no nosotros.
El problema para el gobernado es que se enfrenta al poder y a la fuerza pública, como instrumentos usados siempre para hacerlo cumplir con esas obligaciones aunque ya no tengan razón de ser por tanta rapiña. Pero los números no mienten; entre la corrupción, la abultada burocracia y los altos salarios de las élites gubernamentales y de los otros poderes, se vienen comiendo el dinero del pueblo al que tienen cada vez más en la marginación y abandono.
Muestras de lo anterior son cotidianas y permanentes; buena parte de los ayuntamientos siguen con problemas para pagar las nóminas y prestaciones, los mismos poderes públicos padecen del mismo mal; ahí está el Tribunal Superior de Justicia que dejó colgados a empleados de confianza a los que no les cubrió quincena ni aguinaldo.
El quebranto de las finanzas públicas se agrava progresivamente y la única solución de la que se echa mano es recurrir al endeudamiento, que compromete a futuro el presupuesto público y va relegando a última instancia la responsabilidad de abonar en el bienestar de quienes ponen el dinero para todo eso, los ciudadanos y que parecieran en un momento dado no existir.
De hecho podríamos afirmar que para la mayor parte de quienes nos gobiernan, como pueblo sólo existimos cuando hay que cobrarnos los impuestos y cuando vienen las elecciones y regresan en busca del voto; fuera de esos dos casos, aplican aquella vieja expresión de ¿cuál pueblo?
Las instituciones de gobierno no son bolsas de trabajo, por el contrario, están obligadas a generar las condiciones y ofrecer los medios a fin de que la iniciativa privada, desde todos los campos y actividades, tenga los instrumentos suficientes como para generar fuentes de empleo suficientes, tanto en número como en remuneración.
Pero con los años, ayuntamientos, gobiernos estatales y el federal fueron incrementando su planta laboral hasta hacerla impagable; ningún presupuesto alcanza para cubrir gordas nóminas que suelen incluso ocultar una serie de vicios, porque una buena parte del listado no son empleados de carne y hueso, sólo nombres ficticios mediante los cuales algunos mandos cobran sumas importantes de dinero de manera ilegal.
Debido a problemas de recaudación e insuficiente crecimiento, la actual administración federal se vio obligada a recortar una cantidad interesante de burócratas en la mayoría de las dependencias, a fin de reducir el gasto corriente; lo propio se hizo a nivel del estado, pero aún así, la carga sigue siendo demasiada pesada para una mayoría social que no encuentra de dónde agarrarse para seguir capoteando el difícil panorama económico.