Ayer se cumplió un mes y una semana del terremoto que sacudió a algunas regiones del estado de Morelos, parte de la Ciudad de México y de Puebla, sustancialmente y la recuperación no es muy visible, todavía seguimos anclados a esos sucesos y en busca de mecanismos de solución, que se antojan lentos y burocráticos.
La ciudadanía comienza a olvidar el suceso, porque para la mayoría la vida debe seguir, hay que cumplir con las obligaciones cotidianas y el receso que a nivel educativo en el sector básico continúa tiene que terminar, para que volvamos a retomar el ritmo y el camino, sin que ello signifique abandonar la solidaridad con los que sufrieron desgracias.
La pesada carga de trabajo que el terremoto puso en manos de instituciones como Protección Civil no acaba de resolverse; son muchos los inmuebles que, tras sufrir daños, siguen esperando que los técnicos lleguen para realizar los estudios respectivos, a fin de que se entreguen los dictámenes que permitirán la continuidad de su uso o declararán los espacios inadecuados para tal efecto, sólo que la espera es larga.
Reiteramos, no es nada fácil, porque sólo en lo que se refiere al sistema de educación fueron cientos de planteles a revisar y conjuntamente con el sector salud eran la prioridad a resolver, lo demás como que puede esperar un poco; sin embargo, ya hay reclamos y enojos por la tardanza.
La pregunta sigue siendo ¿qué tan eficientes han sido las instituciones para responder ante la emergencia? A juicio de buena parte de los damnificados o de la población abierta, no mucho. Y es que para la mayoría de las acciones a desarrollar hay que cumplir con una serie de trámites que se vuelven engorrosos y burocráticos, ante la desesperación de quienes necesitan ya iniciar la recuperación.
Ayer mismo, en una reunión que se llevó a cabo con la presencia de funcionarios del gobierno federal, se seguía hablando de programas y fondos para ayudar a los afectados, pero éstos ya requieren de hechos concretos, porque no pocos siguen en desamparo.
Claro, habrá aquellos que a partir de familiares y amigos han podido por lo menos disponer de un techo en el cual proteger a la familia, pero también hay los que no tienen a quién recurrir y son los que requieren del apoyo oficial que, ya lo decíamos, tampoco va a resolver al 100 por ciento los daños, acaso llegará a un 20% y tal vez sea mucho decir.
Ahora bien, habría que analizar qué tanto lo que ha acontecido es responsabilidad, en su reparación, de las instancias gubernamentales porque buena parte de los efectos corresponden al ámbito privado; pero son las instituciones públicas las receptoras de todos los apoyos que se siguen generando, tanto desde el ámbito nacional como internacional, y todo eso debe ser distribuido conforme a prioridades y se sigue insistiendo en que en algunos casos no es así.
Mucho se ha insistido en que tras la tragedia, las dos primeras etapas serían superadas en el corto plazo; la primera, consistente en el rescate de seres humanos que quedaron atrapados en los derrumbes. Y es corta, porque luego de tres o cuatro días ya es poco posible que alguien sobreviva. La segunda etapa es la que corresponde a la atención de los que sobrevivieron a la catástrofe pero demandaban de toda clase de víveres y alimentos y es en esos dos donde la población en general se volcó para contribuir en la suma de esfuerzos, a fin de llevar algo de aliento; pero ya estamos en la tercera etapa, que es la más pesada.
Pues es en ésta en la que se enfrentan las mayores dificultades, apenas se inician las demoliciones y entonces va para buen rato; acaso se atiende a los desprotegidos con algunas lonas o casas de campaña como esas donadas por el gobierno chino, sin embargo no se arranca la etapa de la reconstrucción, que es lo fundamental.
Y aquí también el apoyo social es menor, porque falta capacidad económica como para donar materiales de construcción, algunos de los cuales son caros como en el caso de la varilla o el cemento; por lo tanto y dado que en buena parte de las viviendas dañadas aún no se dispone de los dictámenes, hay que seguir esperando para que el apoyo del Fideicomiso del Fondo de Desastres Naturales (Fonden) comience a liberar las ayudas, consistente en 120 mil pesos cuando se trate de pérdidas totales.
Claro, el alcance de lo sucedido es mayúsculo y se tienen que atender simultáneamente diversos frentes; hablamos de monumentos y edificios históricos como las iglesias y los conventos por un lado; por otro, de aquello que tiene que ver con la infraestructura turística y de prestación de servicios, donde se ubican algunos balnearios que quedaron secos -ya que los manantiales que los alimentaban desviaron su curso subterráneo- e incluso del ramo de la agricultura por destrozos registrados en canales y sistemas de riego, ya que requieren de reparación inmediata.
En lo relacionado a la ruta de los conventos, que quedó prácticamente extinta, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) se preparan acciones de recuperación y en el caso de monumentos considerados como Patrimonio de la Humanidad, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) intervendrá con recursos financieros a fin de intentar recuperar lo que de ello sea posible.
Las cosas entonces van para largo, es posible que en uno o dos años más se tenga ya un panorama mucho más preciso respecto a lo que se pudo o no rescatar, pero igual y en materia de monumentos históricos algunos valores ya no puedan ser rescatables.