Pero en medio de todo tipo de especulaciones se habla de la posibilidad de que, aquellos que aparecieron recientemente en algunas zonas urbanas de Cuernavaca, pudieron haber sido intencionalmente provocados, porque, decía un funcionario estatal, se activaron prácticamente al mismo tiempo; uno de ellos se ubica en Lomas del Zompantle.
Las instituciones competentes en esa materia tendrán que demostrar su capacidad para contrarrestar los efectos de la devastación, porque hasta ahora la reacción no se aprecia a la altura de las circunstancias. El combate sigue siendo lento, aunque hay que considerar también que no es fácil enfrentar algo así; se pone en riesgo la vida de los brigadistas.
El fin de semana anterior se pudieron observar tres cortinas de humo –y no estamos hablando de estrategias políticas- en áreas internas de los bosques de la región norte de Cuernavaca. Son los resultados de la irresponsabilidad humana, a veces por descuido o porque no se valora la importancia de la riqueza natural que, a pesar de todo, seguimos teniendo en estados como Morelos.
Es demasiado el daño que se ha provocado al entorno ecológico en los años recientes. De más de 80 mil hectáreas boscosas, en la parte alta de la entidad, quedan acaso una tercera parte y la destrucción no tiene freno, porque las políticas públicas al respecto son blandas y complacientes.
No se trata únicamente de los árboles grandes, también la fauna enfrenta problemas de extinción y todo lo anterior se transforma en un círculo vicioso, porque a menor densidad boscosa mayores temperaturas y cambio climático, que empuja a circunstancias desafortunadas.
Todo mundo se da cuenta de que el saqueo de tierra de monte y de maderas frescas en esa parte que corresponde a nuestra entidad no se ha detenido, y se advierte como que a las instancias gubernamentales, ya sean estatales o federales, les interesa muy poco.
El ser humano se autoconsidera en constante evolución y superación, pero hay indicios de que ha venido perdiendo el aprecio a aquello que representa el origen de muchos satisfactores para un mejor nivel de vida, porque al respecto se recuerda cómo, en épocas anteriores, aun con niveles de cultura ínfimos, sobre todo en pueblos y comunidades de Morelos, el cuidado de los recursos naturales era fundamental para los hombres del campo, sobre todo.
Se recuerda que cuando aparecía algún incendio, la instrucción era tocar las campanas de la Iglesia para solicitar el apoyo de los vecinos y sin mayores instrumentos que ramas verdes apagaban el fuego y en ello prácticamente todo mundo participaba, como que se veía a esta parte de la naturaleza como algo sagrado. Hoy toleramos toda clase de arbitrariedades, por eso no es descartado que al corto plazo comencemos a padecer de escasez de agua potable.
Y mire que en ese terreno somos privilegiados, contrariamente a partes del país en las que el agua es ya un recurso escaso y hasta materia de enfrentamiento entre la población. Y es que no existe una norma rígida que sancione ejemplarmente a quienes generan es tipo de problemas.
Y las pocas normas o reglas tampoco son acatadas porque jamás se aplican, de ahí que los infractores sepan que no pasa nada; el régimen sigue siendo bastante blando en muchos aspectos. Le decíamos que en lo referente a los incendios aparecidos al interior del área urbana capitalina se advierte de intencionalidad.
Incluso se comentó que iniciarán investigación sobre el tema para confirmar o desechar las sospecha, cosa que debería extenderse a las quemazones que vienen apareciendo en la parte de los municipios de los Altos, porque, como quiera que sea, igualmente son producto de la acción humana; no puede ser de otra manera.
Con intención o no, se tendría que proceder, pero eso es tirarle piedras a la luna; sólo a nivel de discurso y de utilidad electoral se refiere el asunto. Tenemos claro el daño que provoca en la capa de ozono cualquier quema de basura, pero apenas comienza la temporada de estiaje apreciamos fuego por todos lados; la gente lo toma como algo natural, porque las autoridades tampoco se han preocupado por sancionarlo.
Los alcances de esos efectos son irreversibles, ya no es posible recuperar aquella vasta riqueza natural de una entidad como la nuestra, que era objeto de fama internacional, como los múltiples huertos de guayaba o mango por todas partes, al interior de la ciudad capital.
Manantiales cristalinos que daban vida y abundancia hoy son afluentes de aguas negras que dan fe de la putrefacción en la que nos encontramos, por causas y efectos del ser humano. Bueno, aún personas de mayor edad platican cómo, durante su niñez, bajaban a lo que hoy conocemos como el río del Pollo, en la parte sur de Cuernavaca, para darse un agradable chapuzón y podían agacharse y tomar directamente del arroyo el vital líquido sin temor a enfermar.
Eso era maravilloso, pero ya no más, y es sólo un ejemplo, porque el agua corría por todas partes y cruzaba en medio de los predios de las viviendas; eso es ya historia, parecieran relatos de ciencia ficción, pero fueron reales y tampoco se crea que sucedían en las épocas de las cavernas, hablamos de la década de los 70 hacia atrás.
Por todo eso es que las instituciones públicas están obligadas a hacer algo y sobre todo, a impulsar reformas en materia legal a fin de endurecer penas y castigos a quienes voluntariamente o por accidente provoquen incendios y más en aquellos lugares de cierta intensidad de bosque; es casi un crimen.
Ayer se sostenía que la mayor parte de esos fenómeno ya estaba bajo control, ojalá, pero se podía observar desde el exterior de Cuernavaca una cantidad impresionante de humo que impedía incluso ver los montes en aquella zona alta, del lado de Tetela del Monte.
Reiteramos, todavía hace unos días hasta cayeron algunas lluvias, que se supone, impedían que la maleza pudiera ser incendiada; falta lo más difícil del calor, esos efectos dañinos pueden multiplicarse, no hay que permitirlo.