Roland Barthes, semiólogo francés, ha tratado de definir a los faits divers como una “estructura cerrada”, que le da al lector “todo lo que es posible darle”; sin embargo, dichos fait divers pueden llegar a ser -como no- un fiel reflejo de la vida y la imagen de las sociedades.
En México, la década de los años cuarenta reúne sucesos en los que sus protagonistas fueron desde León Trotsky -en su “Casa Azul”- hasta los doce heroicos bomberos de Saavedra, fallecidos en el cumplimiento de su deber al combatir el incendio de la tlapalería “La Sirena”; los delitos cometidos por los integrantes de “La banda del automóvil gris” y los de uno de los homicidas con mayores menciones en la historia policiaca de México: Gregorio Cárdenas, siendo el “caso Goyo” uno de los más documentados y conocidos en los medios de comunicación, con sensacionalismo evidente.
Los asesinatos de Higinio Sobera de la Flor destacan en los cincuenta, tal como las actividades delictivas de “Jak, el mexicano” -como se conoció a Macario Alcalá Canchola- y de las “Las Poquiachis” -caso que produjo numerosas historietas, corridos e incluso una novela, “Las muertas”- en los años sesenta.
La década de los setenta no queda exenta de su dosis de sangre, con el “estrangulador de Coyoacán” y “la tamalera descuartizadora”; de igual modo, en los ochenta no se puede dejar de mencionar la tragedia de Elvira Luz Cruz y el asesinato del periodista Manuel Buendía.
De esta manera y registradas en las notas de secciones como “Seguridad”, “Justicia” o “Policiaca”, se plasma la realidad que en el pasado “salía de lo cotidiano”, al grado de que Félix Fulgencio Palavicini calificó a dichos apartados como “páginas de sociales de nuestro pueblo”.
En la actualidad se ha acuñado incluso un nuevo término en México: “periodismo infrarrealista”, que cuenta las historias sin rehuir -como lo refiere Diego E. Osorno- “las noches fatídicas, los días fatídicos, las horas fatídicas. No mira desde afuera. Se intoxica de lo que pasa. Recorre un túnel oscuro, siente la marea” .
El peligro de la narrativa de la violencia, en esta época de implementación y operación del nuevo sistema de justicia penal en México, reside en el lirismo que puede apartar al periodista de la objetividad: un ejemplo muy claro es el uso indistinto de las palabras “crimen” y “delito”, que no son sinónimos y sin embargo se utilizan diariamente.
Mientras que en países como Bélgica, Suiza o Grecia, que cuentan con sistemas jurídicos de clasificación tripartita de conductas punibles, es factible hablar de “crímenes” como acciones u omisiones de mayor gravedad; “delitos”, como conductas que vulneran la convivencia humana de manera intensa, y “contravenciones” como infracciones administrativas, en México la clasificación es bipartita: “delitos” sancionados por leyes penales y “faltas” previstas en ordenamientos administrativos.
Retomando el trabajo de González Toledo, cabe destacar que no era un receptor pasivo de la realidad y que además destacó la importancia del “cuidadoso rastreo de los hechos, la juiciosa confrontación de hipótesis y conclusiones coherentes” para escribir sus crónicas, en una época en que la realidad se impuso a cualquier fantasía. Todo ello, sin perder de vista la importancia incluso de las cuestiones literarias, sociológicas e históricas.
Es un reto al que se enfrentan actualmente quienes reseñan sucesos violentos o de los que buscan abrir caminos convenientes en el periodismo judicial; tal como en su artículo “Asirse a la vida” describió la escritora Ángeles Mastretta: “Los mayores tendremos que volver a imaginar un futuro digno de la pasión que una vez pusimos en la búsqueda de un país menos lleno de injusticia (…) muchos de nosotros no sabíamos que no se cambia el mundo en medio día. Asirse a la vida en vez de al desencanto será su deber y es el nuestro. Otra vez, se hará necesario empujar el horizonte”.
En el espacio de hoy en Panóptico Rojo recordamos esta colaboración escrita en el 2014, y hacemos la amable recomendación a los lectores de visitar la exposición “Una crónica de la nota roja en México: De Posada a Metinides y del Tigre de Santa Julia al crimen organizado”, la cual se encuentra en el Museo del Estanquillo, dentro del edificio de La Esmeralda, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, abierta al público hasta el próximo 11 de septiembre.
En la exposición, integrada por 10 secciones, se aborda la historia de la nota roja en el país, narrada a través de hechos que en distintas épocas han captado la atención de la sociedad; un espacio para comprender los antecedentes de lo que hoy popularmente conocemos como la nota roja de México. Incluye más de 350 piezas, entre documentos históricos, maquetas, fotografías y caricaturas; además, una de la secciones está dedicada al fotógrafo Enrique Metinides, recordado por su trabajo periodístico dentro del género de la nota roja en nuestro país.
La muestra hace eco de pensamientos que plasmó Carlos Monsiváis en su libro “Los mil y un velorios”; obra en la que el autor hace una reflexión mordaz del crimen como expresión de lo cotidiano y lo excepcional en la sociedad mexicana. Coincidimos.