Hasta la fecha se conserva el inmueble de lo que era el Banamex Sucursal La Selva, ubicado sobre la calle Melchor Ocampo, a un lado de Radio Taxi Miraval. El 25 de julio de 1975 fue asaltado por un grupo armado que decía formar parte de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) que fundó Lucio Cabañas.
Unos minutos después de las nueve de la mañana de aquel día, dos taxis se pararon en la puerta trasera del banco que da al empedrado del Parque Melchor Ocampo, de los que se bajaron unos ocho individuos con armas largas y se introdujeron a la institución bancaria.
Casi inmediatamente se escuchó un disparo. Una persona corría gritando: “¡Están robando el banco!”. Unos minutos más tarde se escuchaba otro disparo. Pasaron unos diez minutos desde que entraron los asaltantes hasta que salieron cargando unas bolsas de manta, se metieron a los dos coches y arrancaron a toda velocidad.
Tres minutos tenía que se habían ido los asaltantes cuando arribó a toda velocidad un vehículo de la Policía Judicial del Estado. Así como entraron corriendo al banco, así salieron para abordar nuevamente el vehículo y enfilar “quemando llanta” hacia la avenida Plan de Ayala.
Tanto los taxis de los asaltantes como la patrulla pasaron frente a un grupo de trabajadores de la construcción que “colaban” un piso en la parte trasera de la escuela Primaria “Felipe Neri”. Nadie se imaginaba que uno de los albañiles, -el “maistro” para ser más exactos- era parte de la banda y que años más tarde se haría periodista y escritor, y que narraría el asalto del Banamex en un libro.
Su nombre, Simón Hipólito Castro (falleció el 28 de junio del año pasado en Estados Unidos, donde consiguió asilo después de haber estado en la cárcel de Atlacomulco como “preso político”). El libro se llama “Carmelo Cortés Castro: su lucha, sus FAR, la traición, su muerte” y fue impreso en 2011.
En él narra cómo fue contactado por Carmelo Cortés Castro, “comandante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias” (una ramificación de la “Brigada Campesina de Ajusticiamiento del Partido de los Pobres” que nació en la Sierra de Atoyac de Álvarez, estado de Guerrero), y lo convenció de “continuar la lucha que encaminó Lucio Cabañas Barrientos” quien había muerto recientemente en un enfrentamiento con el Ejército.
Según su ideología, el secuestro y el robo a mano armada no eran delitos, sino mecanismos para allegarse de recursos y así financiar su lucha por un país mejor. Sin embargo, fue precisamente su falta de experiencia en materia delictiva lo que hizo que –los que no fueron asesinados por la Policía o el Ejército- cayeran en la cárcel, de donde salieron gracias a una amnistía que promulgó el presidente López Portillo.
En ese “comando armado” que asaltó el banco de La Selva, iban estudiantes de la Universidad de Guerrero, campesinos provenientes de Atoyac y albañiles de la colonia Antonio Barona, todos liderados por Carmelo Cortés.
Cuenta Hipólito Castro que, tras el golpe al Banamex de la Selva, los asaltantes se dispersaron para no ser detenidos, dejando abandonados los dos taxis que previamente habían robado. Sin embargo, en uno de los vehículos se les olvidó un saco.
Ingenuamente, uno de los aprendices de guerrillero de nombre Valentín Ontiveros, el día del asalto se le hizo fácil tomar un saco de la casa que cuidaba en la colonia Volcanes de Cuernavaca. La prenda llevaba el nombre del dueño, un empresario de la Ciudad de México que no dudó en dar los datos de su empleado cuando elementos de la DFS intentaron detenerlo. Casualmente, Valentín y su hermana habían renunciado al empleo al otro día de que se registró el asalto.
Ya para ese momento Valentín disfrutaba de una nueva vida en el estado de México, pero cometió otro error: mandó a su entenado –un adolescente de 13 años- a que recogiera unas maderas de cedro que había dejado en su antiguo empleo, sin saber que ya la Policía lo tenía identificado y lo estaban buscando.
Tal como se acostumbraba en aquel tiempo, Valentín Ontiveros fue sometido a todo tipo de torturas y terminó delatando a todos sus compañeros, incluyendo al albañil Simón Hipólito, quien fue detenido junto con uno de sus trabajadores y llevado a una casa donde tenían a Valentín y a otro integrante del grupo llamado Pedro Helguera.
“El jefe judicial, que después supe se llamaba Miguel Vargas, ordenó trajeran a Pedro Helguera Jiménez. Al momento tuvo en mi presencia a un sujeto de rostro amoratado, con el labio superior reventado que me señalaba que yo sabía dónde tenía oculto a Carmelo en el cerro Las Tetillas y que también sabía dónde se hospedaba la familia del jefe de las FAR. Lo negué. Me echaron una cubeta de agua en la cabeza y enseguida toques eléctricos. Al fin les confesé que Carmelo había estado oculto en Las Tetillas, pero que esa mañana había huido al estado de Guerrero por el lado de Puebla”, cuenta Simón en su libro.
Su confesión era mitad verdad y mitad mentira. Desde el día del asalto estuvo escondiendo a Carmelo, su esposa y su hijo de brazos, en varios domicilios. Le llevó los periódicos que daban cuenta del fatídico robo donde resultaron muertos los dos policías uniformados que cuidaban el banco y un policía judicial herido durante la persecución.
“Las noticias decían que el monto del asalto se acercaba a los cuatro millones de (viejos) pesos”, escribió.
A finales de julio el jefe guerrillero le pidió que lo cambiara de domicilio una vez más. Los llevó a una casa que había construido en el cerro de Las Tetillas, en aquel tiempo despoblado. Todos los días Simón le llevaba los periódicos nacionales, los locales y la comida para él, su esposa y Pedro Helguera, el único guerrillero que se mantuvo a su lado hasta que fue detenido por culpa de Valentín Ontiveros.
A principios de agosto, cuando Simón subía al cerro, se encontró con Carmelo, visiblemente asustado. “Filogonio (nombre “guerrillero” que le puso a Pedro Helguera) ya no llegó anoche a dormir y creo que ya lo detuvieron”, le dijo.
El jefe de las FAR llevaba dos mochilas de piel. En una llevaba sus armas y en la otra varios fajos de billetes. Convinieron en que ya no regresara a la casa, que se mantuviera en el cerro y Simón pasaría por él más tarde para llevarlo a un lugar seguro, pues primero debía ir a checar la obra en construcción que tenía pendiente.
Pero cuando llegó a la obra ya lo estaban esperando los policías, así que no volvió a ver a su amigo Carmelo, y la versión de que había logrado huir era más bien un deseo.
“Semanas después la prensa informaba que Carmelo fue muerto en la periferia del Distrito Federal cuando intentaba asaltar una negociación. Mentira. El comandante de las FAR fue muerto en Las Tetillas. Lo fueron a tirar allá para quedarse con el dinero del asalto que cargaba en su mochila de piel, color café”, asegura Simón en su libro.
Considera que Carmelo era un idealista auténtico, pero que no tuvo quién lo secundara en su movimiento. Del comando armado que asaltó el Banamex de La Selva, sólo Pedro Helguera le fue fiel. Los demás, incluyendo un hermano de Carmelo, huyeron con el dinero que supuestamente serviría para financiar la guerrilla en Morelos.
HASTA MAÑANA.