Para no generar suspicacias, al personaje de la presente columna vamos a ponerle Juan Hernández Hernández (según el Inegi, el nombre más repetido en las actas de nacimiento de México). Juan es presidente municipal de San Miguel (el nombre de municipio más repetido en el país).
Llegar a ese puesto no fue tan difícil. Un tío abuelo y su papá ya ocuparon la alcaldía de San Miguel en algún momento de la historia, así que Juan sabía que tarde o temprano se sentaría en esa misma silla, aunque no por el mismo partido.
El tío abuelo era descendiente de revolucionarios, así que forzosamente tenía que ser del PRI. Su padre siempre fue cardenista (votó por Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, cuando “se cayó el sistema”) pero se dio cuenta que en el perredismo no había futuro, así que se cambió al Partido Acción Nacional justo antes de la “ola azul”. Juan era un muchacho cuando don Vicente Fox visitó el pueblo pidiendo el voto sobre las ancas de un caballo que su padre le proporcionó.
Era fácil ser panista. Era casi lo mismo que ser machista como tradicionalmente había sido la familia Hernández. Las mujeres debían vestirse con falda debajo de la rodilla so pena de ser mal vistas. Ya cuando se casaban tenían que cuidar a los hijos (todos los que Dios les diera) y sólo salían los domingos a misa en la Iglesia del pueblo.
Juan, como todo buen “mancebo”, vestía camisa a cuadros, pantalón de mezclilla y su sombrero tipo “Tejana”, y acompañaba a su papá a los eventos del partido.
Aunque la familia siempre había sido de dinero (caciques, les llaman), don Juan vio la conveniencia de que su hijo Juan estudiara una carrera profesional, con la idea de que cuando ocupara el cargo de presidente municipal de San Miguel pudiera firmar como “Lic.”, y no como “Ciudadano”, así que lo mandó a la capital del estado a estudiar la prepa y luego la carrera de Derecho.
Años después Juan regresó a su pueblo y se encontró con que su padre ya no era panista, ni perredista, ni priísta como el tío abuelo. Don Juan tenía una habilidad para olfatear “por donde viene la jugada” en la política, así que le recomendó que ahora buscaran la presidencia municipal por el partido de Andrés Manuel López Obrador.
“Pero si son igual de corruptos”, protestó Juan junior. “La corrupción nunca se va a acabar mijo, lo importante es mantenerse en la jugada. Anda, ve a ver a René Bejarano, dile que vas de mi parte”-contestó el hombre mayor.
¿Bejarano al que grabaron en video recogiendo pacas de billetes?, cuestionó el aspirante a político.
“Sí, le tendieron una trampa pero ya pagó su error y ahora es de las gentes más cercanas al próximo presidente de la República. Ve a verlo”, insistió don Juan.
Meses después Juan Hernández ya era presidente municipal con el voto que antes había hecho alcalde a su papá y mucho más atrás su tío abuelo. Sólo que tuvieron que convencer a los que trabajaron con uno y con otro de que no importaba el color, sino conservar el poder. Además, el joven político consiguió un buen bonche de gente de su generación, compañeros de la secundaria y amigos de la infancia, para que votaran por Morena.
Realmente no era su sueño dorado ser alcalde de un pueblo como San Miguel, donde hay tanta pobreza, pero ya estaba ahí y tenía que gobernar.
El primer día de trabajo llegó muy orondo a tomar posesión de su oficina. Esperaba encontrarla vacía pues era una nueva administración y los del otro partido ya tenían que haberse ido, pero no fue así, ahí estaban en su escritorio con cara de “quítame si puedes”.
Mandó llamar a su consejero jurídico, que era un compañero de la universidad (fuereño). “Necesito espacios para la gente que me ayudó en campaña licenciado Omar”, le ordenó. “Pues va a estar difícil, tenemos juicios laborales desde que tu papá era alcalde y se deben 80 millones en laudos. Si los quieres correr tienes que liquidarlos”, dijo el abogado que siguió usando su traje y corbata a pesar del calorón que hacía en San Miguel.
Tuvo que pedirle a su gente que tuvieran paciencia, que en los primeros espacios que se generaran los metería a la nómina. “Pues ya qué”, le dijo su amigo Roberto, uno de los que más se fletaron en la campaña.
Al segundo día cuando llegó la presidencia ésta ya se encontraba tomada por un grupo de comerciantes ambulantes. “Que pase su líder, voy a hablar con él”, le dijo a su secretario privado. Minutos después vio llegar a un hombre joven y algo pasado de peso. Era Marco Tulio, a quien conoció en la primaria, hijo de don Fernando, el eterno líder del Grupo Sindical San Miguel.
-¿Qué pasó Marco Tulio? Que te trae por aquí?- cuestionó el alcalde.
-Me dicen mis comerciantes que hoy los inspectores no los dejaron ponerse en la plaza como lo han venido haciendo hace 30 años.
-Pues sí amigo, es que las calles son públicas, no se pueden concesionar. Además, ¿qué viene a hacer aquí el dirigente de un sindicato si se supone que los comerciantes no se pueden sindicalizar? Al rato van a querer sindicalizar a los indigentes.
- Pues a mi me vale madre. Yo quiero mis espacios si no te voy a hacer ingobernable este pueblo- advirtió Marco Tulio extendiendo su mano derecha donde se podía ver un reloj Rolex y un anillo de oro, producto de las cuotas de sus agremiados.
Juan tuvo que ceder en aras de la gobernabilidad, y los comerciantes ambulantes volvieron a instalarse a pesar de que una de sus promesas de campaña era limpiar el centro histórico.
-Lo busca el ingeniero Martínez, dice que usted lo conoce, le dijo en voz baja su secretario particular.
Juan se acordaba del ingeniero Martínez, un empresario que en la campaña siempre andaba de pants y que se ofreció a regalarle 10 mil cubetas “sin ningún compromiso”.
Pero ahora venía vestido con un pantalón Wrangler y botas de piel de cocodrilo, y una camisa de seda como las que usaba El Chapo.
-Amigo, pues ya llegamos a la presidencia municipal y vengo a ver qué me vas a concesionar, dijo muy quitado de la pena.
- Pero tú dijiste que tu apoyo era de amigos, que no ibas a pedir nada- contestó Juan.
- Jajajajaja. Ah que Juanito tan inocente. Todavía cree en los Santos Reyes. Escúchame bien: voy a mandar cada mes a una gente de mis confianzas por 25 mil pesos, yo no sé cómo le hagas para conseguirlo. Y de una vez te digo que quiero las plazas de seguridad pública, tránsito y la concesión del corralón. Allá tú si no obedeces.
Juan se quedó un rato cavilando sobre lo que acababa de escuchar. Luego tocó el timbre de su secretario particular.
-Bueno, ya se fue el que vino a cobrarme piso, ¿quién falta por pasar?
- Sólo está el dueño de la radiodifusora del pueblo. Dice que trae facturas desde que su padre era presidente municipal y que van a ser dos millones de pesos de convenio sino ya sabe cómo le va- dijo tímidamente el secretario particular.
¡Maldita sea la hora en que acepté ser presidente municipal!, gritó mientras golpeaba fuertemente el escritorio con la palma de su mano.
HASTA MAÑANA.