Morelos, un estado lleno de plantas, flores y árboles majestuosos. Cuernavaca, unas calles notables por sus hoyos y baches y un sinfín de topes de todo tipo, tamaños y formas; rutas en estado triste. El Centro Histórico, una riqueza de historia, arte y arquitectura, calles para peatones, muy buenos restaurantes, mucha variedad de artículos en venta, pordioseros pidiendo dinero. México, un país lleno de cultura extraordinaria que va desde el arte, lo arqueológico, las artesanías, la plata, la comida hasta la cerveza, el tequila y el mezcal. Un país en pleno desarrollo, en parte. Tráfico tan pesado que uno pasa horas viajando en el automóvil o en el autobús. Unas ciudades caóticas llenas de tráfico que retan al extranjero por la falta de respeto a los peatones, las motocicletas y las bicicletas. Un estado lleno de basura y perros callejeros. En fin, una impresión de contrastes, de dualidades, de sí, de no…
Lo que se llevan consigo al salir de México, me atrevo a decir, es una impresión de colores, exuberancia vegetal, cultura, arte, historia, geografía, montañas y costas; sol y sombra, además de buena comida, fiestas y tequila. Todos hablan de un México lindo lleno de gente buena, de sonrisas y de música, además de alegría para la vida. Las buenas cosas suelen quedarse en la memoria, afortunadamente.
Es importante estar conscientes de lo que el turista observa, porque a fin de cuentas lo bueno es lo que resulta valioso proteger; es nuestro legado. Pero la preocupación causada por los malos sucesos que observa el extranjero pone en riesgo todo lo bueno. Es obvio que México, como los demás países del mundo, sigue por un camino cuyo fin es quemar todo el combustible fósil como si fuera nuestro innegable deber. Para todos los gobiernos de los países que tienen carbón, petróleo y gas natural la economía es más importante que la vida misma, nos queda claro. Cuando hayamos terminado, la capa de hielo de la Antártida será inexistente. El incremento en el nivel medio de los océanos será de unos 60 metros, inundando así los hogares de más de mil millones de personas a nivel mundial.
Hoy en día alojar familias damnificadas es una tarea difícil, si no imposible. Hemos aprendido recientemente qué tan complicado es el tema de los refugiados sirios. Su situación ha provocado problemas políticos en toda Europa y hasta para ayudarles, la gente no tiene a dónde ir. Pues imaginemos este problema multiplicado por millones y se vuelve insuperable, impensable, imposible…
Yo soy de la generación de los ya abuelos y podría decir que no me importa porque no me va a tocar, pero sería totalmente erróneo –además de irresponsable– pensar así. Los 20 años que tal vez me queden de vida son tiempo suficiente para tener que enfrentar la situación. Una actitud negativa o indiferente sólo muestra una falta de responsabilidad hacia la Tierra y las futuras generaciones, no sólo del ser humano, sino de los animales, los ecosistemas, toda la flora y la fauna. Nadie que viva actualmente se puede dar el lujo de ignorar nuestra realidad tan desafiante.
Nuestro legado es el reflejo de quienes somos el día de hoy, lo que hemos logrado y el resultado de nuestras acciones. Tenemos que dejar un legado que sea prueba de nuestro amor hacia la Tierra, la vegetación, el arte, la cultura, la historia y demás aspectos maravillosos de México, así como de lo que hemos hecho para asegurar el futuro de nuestro planeta. Los extranjeros se llevan consigo cosas preciosas de México y son precisamente esas cosas las que tenemos que proteger. Sin cultura, arte, historia, flores, árboles, arbustos, costas, sol y buena comida no seríamos nada. Tenemos que aprender a proteger lo que más amamos, la vida misma.