Fue durante el porfiriato, a finales del siglo XIX, que México empezó a disfrutar de la luz eléctrica pero de manera muy limitada. La primera planta termoeléctrica generadora de energía eléctrica se hallaba en la ciudad de León, en el estado de Guanajuato, y era utilizada por la fábrica textil La Americana. Al principio su uso fue destinado para las industrias textil y minera y no para uso doméstico. En 1881 el alumbrado público dio inicio merced a la Compañía Mexicana de Gas y Luz Eléctrica en la capital del país. Las velas y las lámparas de aceite y, luego, la luz de gas en la capital fueron la norma para el final del siglo XIX. Hasta fechas relativamente recientes, el país se ha vuelto totalmente electrificado; ha sido un desarrollo lento pero seguro, y ha tardado unos 100 años para que todos podamos disfrutar de la energía eléctrica. Ha sido una historia complicada, y esta columna no es el lugar para entrar en todos los detalles; cabe sólo mencionar que la energía eléctrica ha sido uno de los temas más controversiales en México.
No se queda atrás la industria petrolera mexicana que en 2004 celebró cien años de existencia, y cuya historia también es complicada. México, siendo vecino de Estados Unidos y considerado un país rico en minerales, petróleo y muchos otros recursos, fue aprovechado y explotado por compañías extranjeras que desarrollaron la extracción de petróleo, la construcción de plantas de energía eléctrica y el establecimiento de un sistema extenso de ferrocarril hasta que el gobierno mexicano, después de la Revolución, incluyó en su Constitución un artículo que dicta que todas las riquezas del país pertenecen a la nación.
Hace 100 años, el concepto de las emisiones de carbono no existía como tema, y el nuevo modo de transporte del día encapsulado en el automóvil fue muy emocionante, sobre todo por lo que ofrecía en términos de viajes, transportación, la posibilidad de conocer lugares más alejados y la velocidad que esta nueva forma de transporte brindaba (relativamente hablando y en comparación con los caballos, los burros y las mulas).
Durante estos últimos 100 años, hemos sido testigos de invenciones extraordinarias y de la introducción de innovaciones que ni siquiera habían sido imaginadas por nuestros paisanos de hace tanto tiempo. Me refiero por supuesto a avances tecnológicos como los aviones, la radio y la televisión, el cine, los trenes y barcos modernos, la proliferación de coches, camiones, autobuses, motobicicletas, la educación universal y la investigación científica en todas sus formas, las computadoras, el Internet, los DVDs, la posibilidad de viajar muy rápido a cualquier rincón del mundo en cuestión de horas… Hace 100 años no teníamos tanta prisa, no éramos tantos, no teníamos tantas expectativas y no contaminábamos… No vivíamos tantos años y no éramos tan exigentes.
La vida era más sencilla hace 100 años, y comíamos mejor; el concepto de la comida refinada no existía, y comprar los ingredientes frescos del mercado todos los días era la norma. Hemos complicado nuestras vidas enormemente en estos últimos 100 años y aunque diríamos que es para nuestro bien, también tenemos que pensar que el resultado de tanto desarrollo dio inicio a la contaminación de todo tipo; lo cual está amenazando nuestras vidas el día de hoy.
Será maravilloso celebrar el bicentenario de México esta semana. Pero mientras disfrutas de las celebraciones, te pido tomar unos minutos para recordar que se trata no sólo del pasado sino de nuestro futuro también. Los próximos 100 años serán clave, y tenemos que pensar cómo podremos mejorar nuestra consciencia y nuestras prácticas ecológicas con el fin de asegurar que el planeta sea digno para los seres humanos del futuro. Podemos todavía aprender de nuestros hermanos de hace 100 años y tratar de simplificar nuestras vidas.
¡Muchas felicidades y viva México!