“Las personas son tan buenas como el mundo les permite ser”.
-El Guasón-
No cabe duda que la película “el Guasón” ha dejado una huella indeleble en la memoria de quienes han ido a verla. Es provocadora y, al mismo tiempo, nos hace pensar en los grupos vulnerables, en los desposeídos que existen, y cuyo número se incrementa cada día en la sociedad moderna.
La película nos muestra a un hombre afectado de sus facultades mentales, que en sus momentos de lucidez pretende ser un buen hombre, vivir en armonía. Vivir en paz. Y, sin embargo, los demás, los “normales” abusan de él. Y cuando digo “los normales”, no hablo solamente de las personas, hablo de las instituciones gubernamentales, que, se supone, deben de contribuir a la salud emocional, médica, laboral, y educativa, entre otras acciones, de los más necesitados. Se aprovechan de su vulnerabilidad y lo lastiman hasta llegar a un punto de subversión. Lo llevan a un callejón sin salida. El mundo, como dice el epígrafe de esta columna, me da las herramientas para ser bueno o malo. El descontento social no nace de la nada. El mundo, y para ser más específico, el mundo latinoamericano nos muestra toda la podredumbre de la clase política y de los privilegiados en contra de los más desposeídos. Tenemos escándalos de políticos imputados, cada vez peores servicios públicos, gobiernos vinculados al crimen, violencia política, altos niveles de corrupción y de inflación, desempleo que cada día se incrementa más, violación de derechos humanos, pérdida de nuestros derechos laborales. ¿No les parece más que suficiente para que haya descontento social?
No puede ser posible que en nuestro entorno inmediato veamos las corruptelas, los escándalos y la falta de interés en los problemas de la sociedad en el congreso del estado, por ejemplo; los robos a mano armada, los asesinatos, a plena luz del día y en lugares públicos; las noticias sobre la falta de interés de nuestros gobernantes para solucionar los problemas que nos aquejan… el malestar social que prevalece es consecuencia de los malos manejos de la bonanza que existió. Se han mal administrado las instituciones de nuestro país y eso trae otros resultados: el descontento social les está pasando la factura a los gobernantes actuales.
Vivimos una economía malsana. Una economía que nos dice y nos convence que tenemos que ser más despilfarradores. Que tenemos que gastar más para ser felices. No hay límites. Queremos tener más. Tenemos que gastar más para ser “felices”. Y por esas razones, si no estamos a la altura, algunas personas buscan otras formas, las peores, para satisfacer sus necesidades. Es todo un círculo vicioso. Pepe Mujica sostiene que “continuará la guerra hasta que la naturaleza nos llame y haga inevitable nuestra civilización”.
Desde mi personal punto de vista, lo que está sucediendo actualmente tiene relación con las cuatro causas que originaron la revolución francesa. La primera es la situación política. Hay una clase privilegiada, con mucho dinero y demasiados poderes, frente a una clase pobre, con pocos derechos y menos privilegios. La segunda es la situación económica. En los tiempos de la revolución francesa, a pesar de las sequías y heladas de la época, los agricultores tenían que pagar sus obligaciones fiscales y año con año la situación se volvía insoportable. En comparación con nuestros tiempos, sólo hay que abrir bien los ojos para darnos cuenta de lo que está sucediendo. La tercera causa es el mundo de las ideas. En aquellos tiempos surgieron sucesos y pensadores que hicieron que la gente se pusiera a reflexionar sobre su situación e inspiraron con la difusión de sus ideales para cambiar. Vean el caso de Chile. Y, la última de las causas que originó la revolución francesa fue la situación social. El pueblo ya no toleraba una sociedad tan desequilibradamente injusta que los llevó a la extrema pobreza y al hambre.
Macron, el actual presidente francés, culpa a la globalización por el descontento social en su país. Gasolina demasiado cara, impuestos muy excesivos y, pensiones y jubilaciones pobres e insuficientes, son los sentimientos en general de una población que no aguanta más. Los chalecos amarillos hicieron protestas por cinco meses y Macron se vio obligado a realizar una gran consulta popular en la que 1,5 millones de franceses opinaron sobre cómo se podría mejorar la situación de su país, llegando a la conclusión de bajar el impuesto a las ganancias para los trabajadores, al tiempo que se pretende vincular las jubilaciones más bajas con la inflación, entre otras medidas.
Si esto sucede en Francia, obvio es, que suceda lo mismo en nuestro entorno. Pero el problema en nuestro país es peor por estar incrustado el crimen organizado en casi todos los sectores políticos, agregando a esto que la población no es escuchada. Sin embargo, sí es posible volver a encauzar el camino para lograr la paz y la justicia social. Y para lograrla habrá que actuar en consecuencia o sucederá lo que decía Voltaire: “Los pueblos a los que no se les hace justicia se la toman por sí mismos más tarde o más temprano.”