“La templanza es el dominio firme y moderado de la razón sobre las pasiones y sobre los otros movimientos desordenados del alma.”
-San Agustín-
Hoy, en los momentos en que escribo esto, me siento desolado. El silencio es el mismo pero el ambiente es extraño. Me gusta el silencio porque me hace pensar, repensar y volver a hacerlo. Pero hoy, el silencio me duele. Charly era como un hijo para mí. Lobito y él fueron compañeros y amigos desde la primaria. De hecho, eran como hermanos.
Desde pequeños convivían tanto, que Charly se quedaba en casa. Veíamos películas, comíamos y convivíamos juntos en familia. Nuestras conversaciones tenían como tema la educación, el futuro y lo hermosa que sería la vida si es que tomaban el camino correcto.
Charly era una generación en transición. Como yo lo fui. Tenía que echarle muchas ganas para salir adelante. Y nada de eso sería difícil si seguía los pasos adecuados.
Charly terminó la primaria, continuó hasta llegar a la universidad. Estudió arquitectura. Durante su trayectoria como estudiante llegó a ser consejero universitario, se fue un semestre a Barcelona, terminó su carrera con calificaciones excelentes, y así, hasta llegar a ser profesor de la facultad. Se veía un futuro promisorio. Por cierto, a su regreso de Barcelona me obsequió un libro sobre Joan Manuel Serrat con una dedicatoria que me llegó al corazón.
Hace unas semanas le llamé por teléfono para que me asesorara en una construcción que estaba realizando. Nos encontramos con mucho gusto. Como siempre en cada encuentro, me abrazó y me dio un beso fraternal que hacía que el mundo pareciera más amoroso. Igual que mis hijos, aprendió que un abrazo solidario y un beso eran la mejor medicina para sentirnos bien. Eso que yo nunca tuve de niño lo convertí en costumbre con mis hijos.
Un día nos fuimos todos a Zihuatanejo. Yo iba rodeado de niños, mis hijos, mis sobrinas y Charly. La pasamos increíble. En el trayecto íbamos cantando y bromeando. Nos olvidamos del mundo por unos días. Aunque quizá deba decir que era yo el que se olvidaba del mundo y mis problemas. Todos ellos iban disfrutando la hermosa vida.
Hoy Charly ya no está con nosotros. Su partida duele mucho. Duele porque era muy joven. Duele porque creo que tenía toda una vida por delante. Esta mañana, cuando me enteré, primero no lo quise aceptar, más tarde, al confirmar la veracidad de los hechos, lo negué. No lo creía. Después, dejé que mis sentimientos se expresaran. Sí. He llorado, me he enojado conmigo porque hubiera deseado estar cerca de él en esos momentos.
Sin embargo, en estos momentos, pienso varias cosas. La primera, como lo dijo Pablo Neruda: Para morir he nacido. Cada uno de nosotros llega a esta vida con una misión. Todos tenemos una fecha de llegada, pero nadie sabe cuándo tendremos que partir. Por eso, porque no sabemos cuándo nos toca, hay que vivir la vida al máximo. ¡Hay que vivir! Hay que vivir a plenitud. Sé una buena persona. Deja los problemas atrás. Seca las lágrimas. Olvida los enojos, las tristezas, el odio. Viaja y llena tus ojos y tu corazón de espacios hermosos y de vistas maravillosas. Aprende mucho. Porque si te quedas atrás, sólo con lo que tienes, no lograrás entender muchas cosas. Y, sobre todo, ama. ¡Ama hasta que el corazón te duela!
Esta es la herencia que nos ha dejado Charly García Cimadomo. Te has ido temprano. Muy temprano. Pero sé que viviste al máximo. Dueles mucho. Ahora sólo me queda buscar la templanza y la serenidad, como muchos de nosotros para poder seguir viviendo.
Te quiero mucho, eras un hijo para mí, Charly. Buen viaje. Hasta que Dios cruce nuestros caminos nuevamente.