“La unidad familiar es la institución para la producción sistemática de enfermedades mentales.” -Ashley Montagu-Antropólogo y humanista.
Siempre he afirmado que nuestra sociedad vive en la cultura de la bronca. Así le llamo yo. Nos peleamos con todos, con todo y por todo. El antropólogo Ashey Montagu, refiriéndose a numerosos estudios neurológicos, nos dice que “el cerebro está programado para la agresión.” Podemos constatar entonces, que los términos de agresividad y violencia se confunden frecuentemente; por eso es necesario distinguir entre la potencialidad de los seres vivos a la agresividad, que no necesariamente debería ser violenta ni negativa, pues les permite en situaciones de peligro hacer uso de ella, hasta proteger o salvar su vida. Por otra parte, la violencia pareciera ser una invención cultural y es por eso que cada sociedad ha intentado controlarla de acuerdo a normas previamente establecidas.
La cultura y las civilizaciones por su parte, se han visto en la necesidad de concebir reglas de juego para limitar el uso de la violencia tratando de permitir la convivencia más armónica.
Descubrimos que desde hace mucho tiempo hay nuevas formas de ejercerla, desde el terrorismo común, pasando por el bacteriológico, químico, nuclear, entre otras.
En todo el mundo y en todo momento se cometen acciones abominables en contra de niños, mujeres y pueblos enteros, la violencia se revela entonces como el sujeto principal de la vida y la historia humana, se ejerce de forma sistemática, y los más débiles son sus principales víctimas.
Históricamente, el desarrollo cultural y la dinámica social, con el uso de leyes y normas religiosas y civiles, ha posibilitado, sólo por períodos, un orden en las tensiones sociales, permitiendo cierto respeto por los otros.
Sin embargo, pese al castigo por infringir las leyes y a la represión existente, pareciera que arribamos a un momento de irrespeto total hacia el sistema establecido, en que la inseguridad creciente es la única certeza y el respeto a la vida ha perdido todo significado y con ello los valores consecuentes, sobre todo, cuando se habla ya sin cuestionar de la “cultura de la violencia”.
Es triste observar que el respeto se ha ido perdiendo paulatinamente en todos los aspectos. Comenzando por la familia. Los padres no se dan a respetar ni ponen límites a sus hijos.
He observado cómo nuestros adolescentes se dirigen de manera irrespetuosa lo mismo a los maestros que a compañeros y compañeras. Y éstas, a su vez, responden de la misma o peor manera a sus compañeros.
Es verdad que todos somos iguales (ante la ley), pero somos diferentes en otros sentidos. Por esa razón, es que necesitamos poner orden en el ámbito social.
Por ejemplo, es verdaderamente fuera de lugar escuchar a muchos jóvenes, hombres y mujeres hablarse con majaderías y ofensas. Y no solamente se da en las escuelas. He escuchado ese trato en centros educativos y de trabajo. ¿Quién puede poner un alto a estas formas de expresarse en la calle? Respuesta: El Bando de Policía y Buen Gobierno de cada municipio. El de Cuernavaca, por ejemplo, el artículo 129, fracción IV, establece que: Son infracciones al orden público, a las buenas costumbres y a la moral: …Fracc. IV.- Proferir o expresar en cualquier forma frases obscenas, injuriosas u ofensivas.
Y, además, hay sanciones para ello. Entre otras: Multa hasta por 500 días de salario mínimo general vigente en el Estado, arresto hasta por 36 horas y/o trabajo a favor de la comunidad. Hay que aplicar el precepto.
Como lo menciono en el epígrafe, todo comienza en la familia. Si la familia está mal, obvio es que sus miembros también estarán mal.
Es difícil saber cómo se conduce cada familia de manera interna, es decir en sus casas. Ahí es casi imposible meterse. No se puede ver hacia adentro. Pero es obligación del Estado establecer las normas mínimas de convivencia en la comunidad.
Para eso se hicieron las leyes y reglamentos. Y, por otra parte, es necesario voltear al interior de algunas familias. Ahí puede darse una violencia terrible, de hecho, se da, que va mermando la unión familiar e incrementando las posibilidades de convertir a uno o varios de sus miembros en delincuentes en potencia.
No es necesario demostrar cómo este flagelo de la violencia afecta a todos por igual, pero creo que afecta de manera especial, quedando como impronta a veces irreversible, a un grupo etario (de edad), tan vulnerable como es el de la adolescencia, en plena búsqueda y construcción de identidad que cada uno de ellos intenta resolver a su manera.
Si dejamos que este fenómeno se incremente, no esperemos resultados óptimos en el comportamiento de nuestros futuros adultos.
Si logramos revertir este fenómeno y comenzamos a trabajar en el desarrollo de la cultura de la paz desde la familia y las escuelas, tendremos más oportunidades de tener un futuro más edificante como comunidad.