“La violencia crea más problemas sociales que los que resuelve.” -Martin Luther King-
Mahatma Gandhi alguna vez dijo “Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego”. Eso fue lo que literalmente sucedió hace unos días cuando en algún lugar de Veracruz Domingo se enfrentó con Armando por un lugar en el estacionamiento de un centro comercial.
La semana pasada en esta misma columna mencionaba que “el cerebro está programado para la agresión,” argumento establecido por el antropólogo Ashley Montagu.
La agresividad y el conflicto son parte inherente del ser humano.
El conflicto es una manifestación de intereses opuestos, en forma de disputa. Lo confundimos o lo relacionamos con estas palabras: pelea, bronca, discrepancia, desavenencia, separación, es decir con palabras que ya conllevan una carga negativa de origen.
Es importante hacer notar que el conflicto también es un tipo de construcción social muy diferente a la violencia.
Puede ser parte del conflicto, pero también puede quedarse fuera del mismo.
Los conflictos son situaciones en las que dos o más personas tienen intereses sobre lo mismo pero contrapuestos, que, si se satisface a uno, el otro queda insatisfecho.
Supone una divergencia en los intereses de dos partes con respecto a un mismo objetivo, por lo que para su resolución deberán seguramente aceptar que ninguno de los dos podrá satisfacerse completamente.
Desde que nacemos, vamos desarrollando valores inculcados por la familia y estos no siempre corresponden con los valores de otras familias o personas.
Recuerdo cuando en una reunión de amigos muy cercanos, ya todos casados y con hijos, mi pequeño hijo de tres años se acercó a mí llorando quejándose porque el hijo de uno de mis amigos no le quería prestar sus juguetes.
Yo había decidido a mis hijos a ser compartidos con sus cosas. Les enseñé que tener empatía, ser amables y compartidos con los demás era bueno.
Sin embargo, uno de los amigos, al escuchar la queja de mi hijo, contestó que, si el otro niño no quería compartir sus juguetes, estaba en todo su derecho puesto que le pertenecían.
Fue como un cubetazo de agua fría para mí. Me excusé, salí de la casa con mi hijo para caminar y explicarle que no todos los niños pensaban como él. También le pregunté qué pensaba sobre el tema. Si consideraba mejor compartir o no compartir.
Para mi sorpresa, me dijo que prefería compartir porque de esa manera jugaba “más bonito” con los otros niños”.
Le pregunté si quería seguir en la fiesta a pesar de no compartir con el otro niño sus juguetes o si prefería que nos fuéramos de ahí. Otra vez, para mi sorpresa, me dijo que podía estar bien.
Regresamos un rato más a la reunión de “amigos” y la pasamos bien.
Esto nos lleva, o debería de llevarnos, a entender que, dentro de nuestro círculo íntimo, tenemos códigos de valores que nos hacen sentirnos más cercanos con los demás, pero también hay que entender que, en los círculos periféricos o foráneos, los códigos de valores pueden ser muy diferentes y eso nos puede llevar a tener diferencias con los demás.
Probablemente nuestros valores comiencen a ser cuestionados, en razón de que todos somos diferentes. Y es aquí, en este momento que se empiezan a dar los conflictos interpersonales.
De hecho, los conflictos se pueden dividir en: Intrapersonales, es decir, los que se dan dentro de mí mismo. Podríamos llamarlos “conflictos existenciales”.
Tenemos conflictos unilaterales. Son aquellos en donde se tienen una queja o disputa contra otra u otras personas; hay conflictos bilaterales, dos partes que quieren algo, cada una de la otra, y tenemos conflictos multilaterales, que son aquellos en los que hay conflictos entre grupos de personas.
Si bien es cierto que el conflicto es parte del ser humano, también lo es que el mismo no necesariamente tiene que conllevar violencia. Desafortunadamente eso es lo que no nos enseñan.
De niños nos enseñaban que, si otro niño nos agredía, yo debía responder de la misma forma. El problema es que la violencia genera más violencia.
Por ello, la cultura de la paz es el mejor camino. Tenemos que realizar un cambio de paradigmas, cuestionar si vamos bien o nos regresamos al principio.
La cultura de la paz fue definida por la ONU el 6 de octubre de 1995, de la siguiente manera: Consiste en una serie de valores, actitudes y comportamientos, que rechazan la violencia y previenen los conflictos, tratando de solucionar los problemas mediante el diálogo y la negociación entre las personas y las naciones, teniendo en cuenta un punto muy importante que son los derechos humanos, pero así mismo respetándolos e incluyéndolos en esos tratados.
Hay cinco parámetros esenciales en la cultura de la paz: debemos desarrollar una cultura de no violencia, que nos llevará un mundo más justo, más solidario, más libre, digno y armonioso y con prosperidad para todos.
Nuestra sociedad es cada vez más violenta. Lo vemos todos los días. Es hora de comenzar a desarrollar esta cultura de la paz tan necesaria para el buen vivir.