"Somos los niños del mundo. Somos los niños de la calle.
Somos los niños de la guerra. Las víctimas y los huérfanos del sida.
Somos los niños cuyas voces no son escuchadas.
Ha llegado el momento de que nos escuchen”
-Gabriela Azurduy Arrieta-
Parece que este tema del juego y el entretenimiento lúdico causó impacto en los lectores de mi columna. Recibí mensajes y llamadas telefónicas en relación al mismo. Pero antes que otra cosa, quiero mencionar que el epígrafe pertenece a una pequeña de trece años. Esta chica menciono esas líneas en la inauguración de la sesión especial de la ONU para la infancia, reunida en Nueva York el nueve de mayo de 2002.
Dicen que para los niños, los débiles y los pobres sólo existe el presente y que se sienten perdidos si se les quita. Los niños viven el día a día siempre de manera subordinada. Ya sea a sus padres, familiares, maestros y adultos en general. No escuchamos lo que desean lo que necesitan. Este es todo un tema que trataré de desglosar lo mejor que pueda en relación a las preguntas que me hicieron llegar.
Las hijas de Mago se quejan de que siempre les dejan mucha tarea y que no les dan tiempo suficiente para jugar. Y peor aún, son los papás los que acaban haciendo la tarea de las niñas. Y, obvio, hay enojos, regaños y lágrimas. Es decir que no les permiten a los niños y niñas disfrutar la infancia.
Para que los pequeños y las pequeñas puedan expresarse, y sobre todo, sientan las ganas de hacerlo, hace falta que los adultos sepamos escuchar, esto no significa quedarse callados y hacer como que escuchamos. Debemos intentar comprender el valor de las palabras, de las verdaderas intenciones de los pequeños. Todos los pequeños hablan, pero no siempre es posible para nosotros, los adultos, comprender el mensaje. Escuchar significa ponerse de su lado, estar dispuestos a defender sus posiciones y sus requerimientos.
Lo importante es necesitar a los niños. Francesco Tonucci dice que esta es la primera y verdadera condición para que se pueda dar la palabra a los niños: reconocerlos capaces de darnos opiniones, ideas y propuestas útiles para nosotros, los adultos; capaces de ayudarnos a resolver nuestros problemas. Si esto llega a darse, la relación con ellos será correcta, entre ciudadanos adultos y ciudadanos niños. De lo contrario, les podremos dar regalos, pasar con ellos momentos simpáticos y divertidos, pero seguirán siendo excluidos de sus derechos, porque seguirán siendo “futuros ciudadanos”, o si lo prefieren, “menores”.
Si de verdad quieren tomar en cuenta a los niños, hay que escuchar y respetar sus propuestas. Pedir a los niños que propongan y no considerarlos produce una decepción terrible en ellos y hace perder valor a lo que les pidieron. Si se consideran sus propuestas como serias, los niños sentirán orgullo su condición de ciudadanos y tendrán muchas ganas de hacerse adultos para seguir defendiendo y mejorando su ciudad.
Como mencioné en mi artículo anterior, el juego está reconocido en el artículo 31 de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño. Tonucci asegura, y estoy completamente de acuerdo, que los adultos deberían reconocer este derecho porque “los niños que no juegan, o que no juegan bien ni lo suficiente, no serán buenas mujeres, ni buenos hombres adultos, ni buenos padres, ni buenos maestros, ni buenos trabajadores, ni buenos administradores. El juego es fundamental en la vida de un niño para el aprendizaje y el desarrollo integral porque ellos aprenden a conocer la vida jugando.
El juego ayuda en la infancia a desarrollar diferentes capacidades, como las físicas, sensoriales y mentales, afectivas, desarrolla la creatividad y la imaginación, forma hábitos de cooperación, aprenden a conocer su cuerpo y su entorno.
A través del juego, el niño aprende a desenvolverse en el ambiente mental, usa su pensamiento para ir más allá del mundo real, externo, y lo motiva a desarrollar estrategias para solucionar esos problemas.
Es importante mencionar que no hay que confundir este tema con aceptar los caprichos de los niños ni con el comportamiento de los padres de defender a ultranza a los hijos, sabiendo que están equivocados. He visto situaciones extremas en el que el mal comportamiento de los hijos no sólo es tolerado por los padres, sino también defendido en la comunidad escolar.
Seamos padres comprometidos sabiendo escuchar a tiempo las necesidades de nuestros hijos. Respetemos su palabra. Convirtámoslos en ciudadanos desde pequeños, pero respetando también su derecho al juego.
Y en el caso de los adultos, si es necesario, regresemos al mundo de la imaginación y los juegos. Seguramente, además de divertirnos, seguramente encontraremos otro sentido al mundo.