Si tu familia ha sido buena y en ella has encontrado esa protección y ese espacio de amor que te hacen sentir bien, entonces sí es probable que la navidad, sin importar la religión que profeses, o incluso si no profesas ninguna, sea una época de amor, esperada por todos para reencontrarse y compartir.
Pero bueno, una cena en familia también puede ser la de año nuevo, donde incluso sonaría más adecuado el momento para ponernos al día y agradecer por los que seguimos juntos y despedir a los que se fueron.
La navidad, según nos enseñaron a los católicos, es una fecha para celebrar el nacimiento del hijo de Dios, sin embargo, para quienes al crecer esa religión dejó de tener significado, entonces ¿por qué la navidad sigue siendo importante?
Claro entonces uno se pone intelectual y se va a urgar en los libros, o al menos en wikipedia, sobre la historia de la celebración de navidad y se encuentra con que tal como la conocemos ahora en realidad es más un conjunto de ritos paganos, sumados con construcciones culturales y hasta fabricaciones publicitarias de anhelos y fantasías. Ponemos un árbol blanco en ciudades donde jamás cae nieve y nos da igual si nació o no un niño en belén porque preferimos poner la aldea Cocacola con esos osos polares con bufandas que también vimos en ese gran desfile que causó histeria y caos en las calles de nuestra ciudad.
Llenamos nuestras casas de luces quizá como compensación de nuestra falta de dedicación para iluminar nuestra propia vida cada día del año.
No digo que no me gusten estas fechas, al contrario, me encantan, sin embargo particularmente en este 2016 me he encontrado en una ferviente necesidad de encontrar un espíritu navideño.
Dejé de profesar religión alguna desde hace varios años ya. Entonces debo reconocer, que siendo madre de dos hijos, mi esfuerzo navideño se centró en alimentar sus fantasías y llenarlos de regalos. Este año entonces me pregunté, ¿y en qué momento empezaré a enseñarles que lo importante de la navidad no es recibir sino dar?
En mi crisis existencial prenavideña comencé a buscar escenarios de cuento de Dickens para construirnos una nochebuena única.
Mi hijo mayor tiene ganas de viajar en el Tren Chihuahua Pacífico, ese hermoso recorrido por la sierra tarahumara que sí cumple la promesa de esos bosques nevados que nos han pintado como símbolo de esta temporada. Sin embargo, pagar entre 9 y 11 mil pesos por persona para ese viaje está fuera de toda posibilidad para mi bolsillo, así que por el momento quedó descartado.
Otra opción que exploramos fue viajar a algún destino cercano con escenario de cuento. Entonces apareció Atlixco en el mapa. Un pueblo pequeño muy cercano a la capital de Puebla, donde me han contado que se iluminan calles y casas del centro histórico. Parecía perfecto pero al final tampoco nos enamoró del todo la idea.
Pregunté a mis amigos, ¿qué se hace cuando tu navidad no es precisamente esa cena de 20 primos y tíos? ¿qué se hace si estás sola con tus hijos con la navidad en las narices?
Mis amigos solteros, sin hijos, respondieron que hacían cenas de amigos, que se iban a la playa, que leían un libro y tomaban vino y yo me pregunté… ¿pero eso no se puede hacer cualquier otro día del año? Yo lo hago. Me voy a la playa cuando puedo y quiero, igual que las cenas con amigos y la lectura, ni que decir del vino, que me encanta. Entonces, ¿qué tiene que ver eso con la navidad?
Eso tiene que ver con las vacaciones y el placer de relajarse en los días de descanso, pero no tiene nada que ver con un supuesto “espíritu navideño”.
Así me topé con la terrible realidad de que tal vez la única manera de combatir mi espíritu grinch y reencontrarme con la magia de la navidad era ser honesta y preguntarme ante el espejo, ¿qué quisiera yo que significara la navidad y su esencia?
En primer lugar, me gustaría que el significado estuviera enfocado al compartir, y hacerlo con quien quiere también compartir contigo. El otro significado tendría que estar vinculado con la paz. No hablo de la paz en el mundo que tanto piden las aspirantes a reinas de belleza (sí, yo también vi Miss Congeniality y a Sandra Bullock burlándose de eso). La paz de la que yo hablo tiene que ver con simplemente estar tranquilo. Así que decidí que el lugar donde encuentro más paz, por primera vez en 42 años es mi propio hogar, así, como es, igual que todos los días. Así que decidí decorar mi casa y abrirla para recibir a quien quiera llegar.
También significa amor, así que decidí dejar de hacer a un lado del festejo a uno de los seres que más amor me da cada día, que es mi perro. Así que cancelé mi participación en cualquier festejo de nochebuena en el que mi perro no fuera bienvenido.
Por otro lado, también significa dar y recibir, así que abrí la boca y le dije a mi hijo pequeño la verdad sobre el origen de esos regalos bajo el árbol. Ahora él, además de saber que yo le daré los regalos que anhela, sumará a la lista de sus obsequios la experiencia de tener su propio presupuesto para regalar lo que quiera y a quien quiera, a sus personas favoritas y así dar una muestra de su agradecimiento y afecto.
También significa placer, una cena rica, el olor del ponche hirviendo en la estufa, el sabor del pastel de chocolate, el leve mareo del vino recién descorchado. Así que sí, voy a cocinar y a compartirlo con mis personas especiales.
Y quizá el año entrante podré viajar a Canadá a jugar con la nieve y visitar a mi sobrino adorado, o a París para cumplir el sueño de mi hijo de conocer Disney junto a su prima, o a Nueva York para patinar en Central Park y tomarme una foto debajo del gran árbol de Times Square. O tal vez a alguna cabaña solitaria en las montañas de México. Pero este 2016, y porque a mi edad uno ya no puede quedarse con las ganas de nada, decidí que mi casa es el mejor lugar para mi corazón en nochebuena.