El miércoles pasado, mi hijo y yo contratamos un tour para visitar las Lagunas de Montebello, algo que tampoco había hecho nunca antes en mi vida. ¿Por qué? Pues porque como ya lo he dicho aquí, a mí me gusta viajar libremente, sin presiones, ni grupos, ni horarios. Pero en Chiapas eso no es tan sencillo. Llegamos en avión y no tengo tarjeta de crédito por lo que rentar un coche no iba a ser una tarea sencilla. Aunque tengo algunas amigas aquí con coche, lo cierto es que uno no puede llegar simplemente a irrumpir en la vida de sus amigos y pretender de que sean nuestros guías de turistas y además, nuestros choferes por los caminos inciertos de la naturaleza chiapaneca.
Así que en una de nuestras primeras caminatas por el centro de San Cristóbal entramos a un local donde ofrecían tours y compramos el más interesante. Pero ese mismo día, por la tarde, pasamos por un letrero que atrapó mi atención: se renta casa.
¿Por qué no quedarme? Nada me ata a mi actual casa, pensé. Mi hijo mayor es ya todo un hombre que puede valerse por sí mismo (o eso creía en ese momento), extraño a mi perro, pero me lo pueden mandar y aquí conseguiría una casa con jardín donde él pudiera ser muy feliz.
Y así, esa idea comenzó a moverse por mi cabeza. Al día siguiente nos levantamos muy temprano para ir bien desayunados a nuestro paseo. Y en todo el día la idea recorrió mi cabeza… ¿y si simplemente ya no regresáramos?
Ese paseo fue cansado y lo que le sigue. La primera parada fue en las Cascadas El Chiflón, donde el principal atractivo es una cascada enorme llamada Velo de Novia. Para llegar a ella hay que caminar mucho, más de cuatro kilómetros, y de subida. Además el clima es húmedo y caluroso, lo que hace que el cansancio se sienta el triple. Yo cometí el imperdonable error de no ir vestida de la mejor manera pues, en el siguiente punto nos habían dicho que haría frío. Así que mi outfit iba más enfocado hacia las lagunas y no hacia la cascada. Además, cuando una es mamá, suele preparar todo perfecto para los hijos y olvidarse de que una también estará allí. Así que mi hijo pequeño sí llevaba dos mudas de ropa, para dos climas diferentes, traje de baño, agua y todo lo necesario mientras que yo llevaba lo mínimo indispensable.
En fin, que no pude nadar ni refrescarme en tan hermoso paisaje, pero al menos sí pude lanzarme por una tirolesa de 450 metros que me permitió vivir unos segundos de adrenalina por encima del río y la selva. En el momento que tomé la decisión de subir a la tirolesa yo no sabía si era porque el calor nublaba mi razón, por seguir a mi hijo en su primera experiencia de aventura o bien porque no podía imaginar volver a recorrer todos esos cientos de escalones que había tenido que trepar para llegar hasta el punto donde podía volver colgada de un cable.
No se si fue la fascinación que pude percibir en la cara de mi hijo, o el exceso de oxígeno que llegó a mi cerebro, o los tonos azules cambiantes de las lagunas que después visitamos, pero el punto es que durante todo el trayecto de regreso a San Cristóbal no podía más que pensar ¿cómo puedo hacer para quedarme a vivir aquí?
Una noche antes habíamos ido a cenar a un lugar donde puedes rentar una mini sala de cine para ver películas de arte con tus amigos y cenar a gusto. Con cosas como esa en esta ciudad ¿Quién no querría quedarse para siempre? Al día siguiente conocí a Valeria, una diseñadora textil que trabaja en un proyecto de emprendimiento social con tejedoras de Zinacantán, a donde me llevó para conocer a Julia, una mujer maravillosa y admirable que ya es líder de un grupo de mujeres que tejen para otros tres emprendimientos sociales de diseño artesanal.
Valeria vino a San Cristóbal una vez para hacer su servicio social y desde entonces su corazón se quedó aquí. Se tardó un poco en regresar pero finalmente, lo logró. Ahora vive en una casita donde paga apenas tres mil pesos de renta al mes por ser feliz. ¡Tres mil pesos! Cuando en la ciudad de México yo pago tres veces más por un departamento húmedo donde no entra ni siquiera la luz del sol, aunque esté en una de las zonas más codiciadas de la ciudad.
Por supuesto entonces seguí soñando, y es que con la cantidad de dinero que yo pago en la renta en la Ciudad de México, aquí podría tener una casa con jardín, cuatro habitaciones, chimenea, un huerto y hasta vigilancia y jardinería incluida.
Así fue que decidí dejar ir a mi avión y quedarme sin boleto de regreso, por tiempo indefinido. Pero ayer volví a la realidad. Traigo una cámara prestada, que tengo que devolver, en la escuela de mi hijo mayor aún requieren mi firma para reinscribirlo aún cuando él ya es mayor de edad (algo absolutamente absurdo y sin sentido) y el internet aquí en toda la ciudad falla, unas veces sí y otras también. Así que con todo el dolor de mi corazón, y del de mi hijo pequeño que sueña con tener un jardín en casa, volveremos a la Ciudad de México pero ahora ya con el objetivo de planear muy bien la estrategia que nos traiga de vuelta a este paraíso y ahora sí, sin boleto de regreso.