Esta semana me enteré de que dos nuevas amigas muy queridas cumplen años el mismo día. Curiosamente y sin planearlo, las dos tuvieron como regalo un viaje. Una en pareja, la otra en soltería.
Me llamó la atención porque además fue a la misma ciudad, aunque no viajaron al mismo tiempo, ni siquiera lo planearon juntas, sin embargo, evidentemente para ambas la experiencia de viajar a Nueva York resultaba una parte significativa del ritual de inicio de un nuevo año en sus vidas.
¿Alguna vez se han regalado un viaje como parte de este ritual de cumpleaños? Más allá de la fiesta, del compartir con la familia, ¿cuántas veces hemos tomado este tiempo de reflexión en cada uno de nuestros aniversarios?
Viajar solos es una experiencia mágica en sí misma, que te permite reconocerte e incluso reconstruirte tras lo vivido. Pero hacerlo con motivo de tu cumpleaños puede ser incluso un parteaguas en tu vida.
Cuando era más joven casi siempre intentaba festejar mi cumpleaños con alguna escapada, sin embargo la primera vez que fue significativa fue un viaje que se transformó antes de lo planeado.
El destino era Oaxaca. Yo iba a cumplir 22 años y había decidido que quería experimentar y probar hongos alucinantes en la costa oaxaqueña. Iba a viajar sola y estaba decidida. Ya me habían dicho a quien tenía que buscar, había leído el libro de Fernando Benitez y lo consideraba casi como una guía.
Sin embargo, unos meses antes de eso, conocí a un hombre del que me enamoré en un súper mercado de La Paz, Baja California. No significa que lo haya conocido en el súper mercado, no. Nos conocíamos desde antes pues trabajábamos en el mismo sitio, pero fue durante un viaje de trabajo, cuando a ambos nos tocó ir a comprar víveres para todo el equipo de producción de un documental que estábamos rodando (sí, rodando porque era en cine de 16 mm).
¿Qué tiene esto que ver? Bueno sí, nos enamoramos en el súper mercado porque nos dimos cuenta de que hasta en algo tan cotidiano como ir a comprar la comida había un placer por estar juntos. Ese hombre se convirtió más tarde en mi esposo, y padre de mi hijo mayor.
Pero yo no sabía algo todavía más extraño. Ambos cumplíamos años el mismo día. Así que tras el enamoramiento en la zona de las frutas y las verduras del súper, volvimos a México y nos volvimos pareja, una de esas inseperables. Un mes después era nuestro cumpleaños y yo tenía mi cita con los hongos alucinantes. Él creo que tenía cita para festejarlo en Europa con una italiana a la que se lo robé.
Lo cierto es que ninguno de los dos cumplió su cita de cumpleaños. Yo no viajé a la playa a comer hongos. Él le rompió el corazón a la italiana.
Viajamos juntos, para festejar nuestro cumpleaños y sí, fuimos a Oaxaca, pero a la ciudad. Recuerdo perfectamente que mi regalo de cumpleaños fue un vestido verde esmeralda, muy hermoso, típico de la región. Yo le regalé un anillo, y yo comencé a usar uno idéntico. Jamás sustituimos esos anillos, se convirtieron en nuestras argollas matrimoniales unos meses después de aquel cumpleaños.
Los años siguientes realmente tuve pocas oportunidades de hacer otro viaje tan significativo. Tuvieron que pasar exactamente 18 años para que yo me diera otro regalo especial. Para mi cumpleaños número 40, me regalé un viaje a París. ¿Había algo mejor para festejar mi llegada al cuarto piso? La madurez, la soltería en plenitud, las ganas de seguir viviendo en la mejor etapa de la vida y París, ¿qué más se puede pedir?
En cuatro meses cumpliré 42 años, y acabo de regresar de París, nuevamente. Esta vez no fue un regalo, fue un arrebato por perseguir un sueño. No se disfruta igual. Así que tengo cuatro largos meses para pensar ¿qué experiencia de viaje me voy a regalar y qué consecuencias tendrá en mi nuevo camino? Aún no lo se… se aceptan sugerencias pero sobre todo, se acepta que compartan sus propias experiencias. No lo dejen para más tarde, corran y regálense la alegría de vivir una experiencia de viaje para festejar su propia vida en este planeta.