Así decidí que el nombre de mi meta sería “Reencuentro con París” y la fecha de cumplimiento sea, como plazo máximo, exactamente dentro de 365 días. Pero esa es sólo una meta que me implica un objetivo de ahorro. Ese no es el sueño.
Eso lo entendí apenas anoche cuando conocí a otro emprendedor que hace algunos años desarrolló un proyecto mucho más utópico: un tablero social para compartir tus sueños.
Sí, por raro que esto suene, este chico divertido e indudablemente brillante con el que cené en un elegante restaurante anoche, logró que una enorme empresa del rubro financiero creyera en esto que suena a locura.
Aunque como proyecto de negocio no prosperó, por la falta de paciencia y voluntad del corporativo que no vio realmente el potencial y el valor de esto, la realidad es que tuvo un éxito abrumador porque mi amigo se dio cuenta de que la gente necesita no sólo tener sueños, sino compartirlos y socializarlos, para después tejer redes que les ayuden a cumplirlos.
Así, en los negocios pero también en los aspectos más íntimos de la cotidianidad como esos sueños que nos hacen sonreír con sólo pensarlos, lo que realmente vale como apuesta es la consolidación de una comunidad.
Esto me lleva a pensar ¿Cómo quiero que sea ese reencuentro con París? ¿con qué pinceles y en qué colores quiero darle forma a mi sueño? París después de todo es un sueño recurrente, habrá quien me diga que si ya he ido dos veces, porqué no simplemente le doy check in y me fijo nuevas metas.
Pero no, porque mi sueño no es viajar a París, no es conocerla, mi sueño es vivirla. Y para ello necesito la paciencia de un arqueólogo, que pica piedra y va descubriendo detalles fascinantes en cada expedición.
Así que la meta mencionada debe ser delimitada para ir formando parte del gran rompecabezas que es este sueño.
He decidido que esa delimitación tiene que ver con conocer el comportamiento social de los parisinos. ¿Cómo construyen comunidad? ¿cómo se comunican? ¿qué tanto funcionan los proyectos de economía colaborativa?
No son preguntas sin sentido si pensamos que ahí fue la cuna de Blablacar, una de las startups de economía colaborativa más exitosas del mundo.
Pero otro foco comienza a parpadear del otro lado, concretamente en el distrito 12 del mapa parisino: La boutique sans argent.
¿Eso qué es? Bueno pues se trata de una tienda donde la gente puede simplemente ir y comprar todo lo que le guste pero no tiene que pagar por ello. No es un espacio de trueque directo. Simplemente si te gusta algo, te lo llevas.
Así que mi sueño comenzó a tomar forma. Quiero viajar a París, con la maleta casi vacía, llevando apenas lo indispensable, para traerla llena de cosas que me puedan servir de este lugar.
Pero luego me puse más ambiciosa. ¿Y si planeaba que todo mi viaje fuera una experiencia de economía colaborativa? Bueno, casi todo porque lamentablemente todavía no hay una aerolínea que funcione con el modelo de compartir avión como Blablacar, aunque se dice que Uber ya se lo plantea para servicios de helicóptero.
El reto será entonces, que en cuanto arribe a París, sólo voy a usar productos y servicios derivados de alguna transacción hecha con alguna startup basada en los principios de la economía colaborativa.
Llegar y tomar un uber pool que me conducirá a un piso alquilado a través de airbnb, localizar bancos de alimentos donde intercambiar comida por trabajo comunitario o bien hacer sólo compras locales de alimentos a pequeños productores y además visitar la Boutique sans argent.
¿Por qué mi obsesión con visitar esta tienda y casi armar un viaje trasatlántico sólo con ese objetivo?
En primer lugar, porque ellos me necesitan. ¿Cómo? Pues sí, por difícil que parezca, el modelo ha funcionado más para recibir donaciones de cosas en buen estado que la gente quiere compartir con otros que para atraer a personas que quieran llevarse esos objetos. Y pues a mí no me vendría mal una vajilla francesa en mi comedor.
La tienda abrió en junio del año pasado y fue todo un alboroto mediático.
Se encuentra dentro de la estación de trenes de Reuilly, en el distrito 12.
Cualquiera que entre puede ir a entregar un objeto que no necesite. Debe estar limpio, estar en buen estado y poderse transportar a mano (o sea no es un botadero de muebles enormes estilo Luis XV o autos chatarra, aunque si alguien tirara una Vespa yo no le diría que no).
Otras personas, en contraparte, pueden ir y elegir lo que les guste, sin entregar ni dinero ni otro objeto a cambio. Ahí se puede encontrar ropa, vajillas, libros, objetos de decoración, juguetes, pequeños muebles, en fin, casi cualquier cosa.
Esta tienda nace como iniciativa de una asociación sin fines de lucro llamada Le Siga-siga cuyo objetivo fue crear espacios donde las personas pudieran hacerse regalos entre sí en París, sin que mediara ni el dinero común, ni monedas alternativas ni trueque (porque tiendas de trueque sí que hay varias en muchos países).
También tienen una cafetería donde la gente consume y paga una cuota voluntaria. Más que un modelo de negocio, la organización lo que pretende es fomentar la convivencia, el fortalecimiento de los vínculos comunitarios, la economía circular y el consumo responsable basado en la recuperación y reutilización de objetos de uso cotidiano.
Sin duda yo creo que sólo con los objetos que pueda adquirir en semejante lugar paradisíaco se pagaría la inversión de los gastos del viaje, y no porque los vaya a revender, mi ética no me lo permitiría, sino porque la idea es adquirir productos que realmente uno pueda necesitar. El gran reto para mí sería lograr que la inversión valga la pena en sólo 23 kilos de artículos que caben en una maleta que es la que se permite en clase turista, pero creo que quiero tomar el riesgo porque finalmente, ¡cualquier pretexto es bueno para soñar con París! Felices viajes.