Andanzas en Femenino

Que la barbarie no paralice al mundo

La última noche que estuve en París, el invierno pasado, había quedado de tomar unas cervezas con mis sobrinos para despedirnos. Nos citamos en el distrito 11 y justo caminé por el Boulevard Voltaire donde además me perdí por tomar la dirección contraria. Fue la primera vez que mis ojos vieron el Bataclan, una sala de espectáculos como cualquier otra. Me seguí de largo y retomé el rumbo para llegar al lugar de mi cita donde tomé una cerveza y abracé a mi familia como despedida. El viaje había terminado y había que decir adiós con sonrisas, chocando los tarros de cerveza, con las copas de vino y los vasos de mojitos.

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No había vuelto a pensar en esa zona parisina, mucho menos en el Bataclan hasta el pasado viernes, cuando las redes sociales se llenaron de asombro al difundirse los atentados terroristas ocurridos en distintos puntos de la ciudad de mis amores.

La información no fluía, demasiados rumores, muy pocas imágenes del momento, muchas más del caos que sobreviene a una tragedia que involucra mucho más de una centena de cadáveres. ¿El perfil de las víctimas?, en su mayoría jóvenes pues donde se contaron más muertos fue justamente en el Bataclan, donde una banda norteamericana ofrecía un concierto de rock.

Los otros puntos del atentado, dos terrazas de restaurantes, ambos cercanos a la avenida de la República, de esas donde uno siempre se imagina tomando tranquilamente un trago en alguna noche parisina en plena luna de miel. Dos típicas brasseries que nada de especial tienen como para haber sido un blanco de ataque para que los atacantes de pronto abrieran fuego a quemarropa contra los comensales.

El estadio de fútbol. Siempre me arrepentí de que no me hubiera dado tiempo, o de que mi presupuesto tampoco fuera suficiente, como para ir a ver un partido del Paris St Germain o de la misma selección francesa. El viernes se jugaba un amistoso contra Alemania, con las tribunas llenas de aficionados entre los que destacaba uno muy especial: François Hollande, el presidente de la nación.

Toda la semana había estado pensando en París y mis nada nuevos deseos de estar allí. Justamente el pasado 11 de noviembre Facebook y su función de recuerdos me avisaba de algo que yo jamás podría olvidar. Que cumplía tres años de haber pisado París por vez primera.

Desde ese día, no habían dejado de aparecer en mi muro notificaciones de cada uno de los momentos  que yo compartí en aquel primer viaje. Las cosas que comía, los lugares por los que me movía, las maravillas cotidianas que me sorprendían.

La tarde del viernes 13 de noviembre estuve en un parque de diversiones con mi hijo, festejando su cumpleaños aquí en la Ciudad de México. Lo último que vi en Facebook fue poco antes de la hora de la comida y era justamente una fotografía de mi primera visita a Trocadero, con mis queridos sobrinos. Después la batería de mi teléfono se apagó y yo, extrañamente porque me declaro adicta a la conectividad, no me importó. Me había mentalizado para pasar el día presente, en cuerpo y mente, el los juegos de mi hijo.

Ese hecho evitó que me angustiara como lo hicieron muchos al enterarse de los atentados, que no sufriera por las dos horas que pasaron entre la primera escueta noticia y la notificación de la aplicación de Facebook en la que los sobrevivientes de un hecho trágico pueden avisar al resto del mundo que están bien. Fue así que mi sobrina le dejaba saber a la familia y amigos en México que ellos no estaban cerca de los atentados.

Llegué a mi casa casi a las 10 de la noche y al conectar mi teléfono comenzaron a llegar los mensajes. Por whatsapp, Facebook, twitter, llamadas perdidas, correos electrónicos. Mucha gente que sabe de mi vínculo emocional con París, mi familia reportándose, mis amigos también, poco a poco, de uno a uno. Pero yo lo leí todo junto y mi corazón comenzaba a acelerarse.

Paulatinamente también comencé a leer las noticias, mirar las  fotografías, ver los vídeos. Me sorprendí con los ojos húmedos más de una vez. Pero cuando me permití llorar fue esta mañana, que un colega compartió en redes sociales el video que el diario Le Monde publicó.

Uno de sus periodistas vive justo frente a la salida de emergencia, es decir, en la parte trasera del lugar. Su ventana daba directo a esta puerta y según relata al escuchar las detonaciones se acercó a la ventana pero no apresurado, no es la primera vez que el desalojo de ese lugar causaba bullicio. Sin embargo al ver que la gente salía herida y comenzaba el caos, comenzó a grabar con su móvil.

Es hasta el momento el único video que yo he encontrado con calidad suficiente para apreciar la dimensión de la tragedia. Dos personas colgadas de las ventanas del segundo piso del lugar, buscando un escape. Algunos heridos moviéndose al ras del suelo, otros arrastrando a sus amigos alcanzados por las balas. Un chico brincando en un solo pie lo más rápido que puede, gente corriendo. El caos.

Fue hasta ese momento que reconocí el barrio y la calle por la que yo caminé aquella noche que estaba perdida, que por cierto, también era una noche de viernes. Un centro de espectáculos para jóvenes en un barrio de bares, de intensa vida social nocturna.

Un atentado contra todos y contra ninguno. Contra Francia y su estilo de vida, contra gente inocente pero también contra los 27 millones de turistas que mantienen viva la economía parisina cada año.

Poco antes de ver el video había leído en el muro de Facebook de Rick Steves, periodista y escritor de guías de viaje, algo que se me había quedado grabado. “Mañana París no será más peligroso de lo que era el día antes a este terrible viernes 13. La seguridad en París y en toda Europa se intensificó en respuesta a este ataque. Recuerde: Hay una diferencia importante entre el miedo y el riesgo”.

Claro, eso es real. Dejarnos invadir por el miedo es justamente hacer el juego del terrorismo, ayudar a los asesinos a lograr su objetivo. Porque ellos no buscan sólo matar a sus víctimas, sino extender esa muerte emocional en los que en cuestión de segundos pueden mirar un video, o una fotografía a través de internet.

No había un toque de queda desde 1944 en París, cuando todavía estaba la Segunda Guerra Mundial. La orden del presidente François Hollande de cerrar las fronteras, provocó que muchas aerolíneas cancelaran sus vuelos. Las primeras por supuesto fueron las norteamericanas.

La incertidumbre tal vez provoque que muchas personas cancelen sus viajes ya programados a Francia, tal  vez incluso a toda Europa, aún si normalmente viven en un país como México donde aparecen cadáveres colgando de los puentes o cabezas en hieleras en centros comerciales, o en Estados Unidos donde los adolescentes pueden acceder fácilmente a las armas con las que han abierto fuego en medio de un salón de clases o un gimnasio escolar. Se encartarán en su casa tal vez en los suburbios o en algún elegante piso, en un país en el que más de 30mil personas al año pierden la vida por arma de fuego.

Rick Steves lo dice, yo lo reitero. La mejor manera de combatir el terrorismo es seguirnos moviendo, seguir viajando y sobre todo, combatir el miedo, la intolerancia y el odio de quienes han tenido la sangre fría de hacer esto contra personas inocentes que lo único que tienen en común es haber salido a divertirse y disfrutar de la vida una noche de viernes que ahora, ha dejado de ser cualquiera para quedar marcada en nuestra memoria como el 13N francés.

 

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