La nostalgia por tu tierra se puede manifestar de muchas formas, pero una de las más comunes es en la comida, seguida de las fiestas tradicionales. Regularmente ambas van de la mano, como en el caso de las fiestas de muertos, algo que para muchos incluso podría ser la verdadera y auténtica fiesta mexicana por excelencia, por encima de la fiesta de independencia.
Así, es probable que hasta las personas que en México preferían celebrar Halloween, al expatriarse a cualquier otro lugar del mundo encuentren en las fiestas de los muertos una oportunidad para dejar salir toda esa nostalgia y transformarla en tamales, pan de muerto, altares coloridos y papel picado.
El proceso psicológico del expatriado es complejo, incluso hay profesionales que acompañan este duelo por la tierra de origen y muchos blogs que abordan el tema de la nostalgia por la patria. Las fiestas y tradiciones, se convierten así en una forma de interacción entre personas de un mismo país que coinciden en algún otro punto del planeta.
Entrar en contacto con la comunidad de tu país, organizar festejos tradicionales, cocinar juntos, pueden ayudar al expatriado a lidiar con esa nostalgia que parece negarse a salir de su sistema.
Probablemente durante los primeros meses, o incluso el primer año, todo sea novedad y la nostalgia se sienta menos. La gente está descubriendo los nuevos sabores, los nuevos ritmos, el nuevo lenguaje. Pero si la estancia lejos de casa es prolongada o definitiva, el sentimiento de nostalgia puede volverse un asunto crónico, y transformarse en tristeza.
De acuerdo con psicólogos especializados en temas de migración, continuar con las tradiciones, esforzarse por seguir hablando su idioma, enseñarlo a sus hijos y amigos, o incluso aprender sobre su gastronomía y degustar sus platillos ya estando lejos, son formas de mantenerse conectado con sus orígenes y su cultura, como un cable a tierra que reduce la angustia del cambio de vida y de contexto sociocultural.
Basta con entrar al Facebook de nuestros amigos que han decidido buscar nuevos horizontes. Mi sobrina vive en París y ahora cocina mucho más platillos mexicanos que cuando vivía en México. A través de sus redes sociales me doy cuenta no sólo del reto que le implica encontrar todos los ingredientes, también del disfrute que le provoca el resultado. Además, no está sola. Se reúne con amigas mexicanas que también viven allá y comparten recetas e incluso cocinan juntas. Mi sobrina no es cocinera, sino médico e instructora de yoga. Pero eso sí, si algo le ha gustado en su vida siempre ha sido la comida, y casi podría decir que es toda una embajadora de la comida mexicana a donde quiera que va.
Para estas fiestas, ella y una de sus amigas hornearon pan de muerto, algo que muchos mexicanos ni siquiera hemos intentado. Y es que claro, nosotros podemos salir y en la panadería de la esquina podemos comprarlo y comerlo diario con dos meses de anticipación al festejo de los muertos. Pero en París las cosas son diferentes. Es la cuna de la panadería y la repostería, y a pesar de eso, el paladar de mi sobrina añora el pan de muerto. ¿No lo tienes? ¡Pues lo haces!
Muchos de mis amigos que han emigrado a Europa y Asia hacen fiesta en redes sociales cuando encuentran en el supermercado una lata de frijoles, una salsa casera embotellada, un kilo de tortillas y ya ni que decir de una lata de huitlacoche, se convierte en un manjar, por cierto he observado que la marca líder de esos hallazgos es La Costeña, que ha sabido encontrar una veta de negocio en la nostalgia gastronómica de nuestros expatriados.
La semana pasada encontré en un supermercado de lujo, aquí en la Ciudad de México, un tamal empacado al vacío de esa marca, igual que hacen con los frijoles refritos en bolsa. Por supuesto que en la primera que pensé fue en mi sobrina y la felicidad que tendrá cuando estos tamales lleguen al Carrefour o al Auchan.
Altares de muertos, comida mexicana, tortillas, totopos, gorditas y tamales que se vuelven embajadores de la nostalgia por el origen, representantes diplomáticos de esa tierra donde dejaste el corazón, o al menos un pedacito. Elementos gastronómicos y culturales que te saben a mucho más que maíz con dulce o chile, te saben a familia, a hogar, a recuerdos.
Es probable que los expatriados escuchen hoy más música mexicana que antes, coman más chile y tortillas, aunque conseguirlas les implique un reto y un golpe al bolsillo, porque el negocio de la nostalgia es rentable y las empresas lo saben. Pero la nostalgia del expatriado también ayuda a ampliar las fronteras, a mirar a la distancia la realidad y los problemas de México, a revalorar los legados y el patrimonio, a apreciar la calidez de la familia, a atesorar los días de verano, esos en los que el sol te recuerda los cálidos días que pasaste en la tierra que te vio nacer y le regaló al mundo los tacos, los tamales, el pan de muerto y las catrinas que, tramposamente, se te colaron en el equipaje cuando decidiste emprender el vuelo sin retorno.