Han pasado 17 años desde aquella primera aventura internacional y aunque parezca mucho tiempo, en realidad no lo es. Sin embargo, si uno analiza como se viajaba en los años 90, cómo se compraban los boletos de avión, cómo se reservaban los hoteles, pareciera estar hablando de la prehistoria.
Mi hijo menor nació en 2007 y ayer me preguntó si cuando su hermano mayor nació teníamos iPhone. Le respondí que mi primer teléfono celular lo tuve al iniciar el siglo XXI y que sólo servía para recibir llamadas y mensajes de texto. ¡No podía creerlo! Y cuando le dije que en los años 80, cuando yo tenía su edad, en mi casa paterna ni siquiera había línea telefónica su cara mostraba aún más asombro. ¿Cómo se comunicaban?, ¿cómo sabía el abuelo a qué hora llegarías de la escuela?, ¿cómo pedían comida cuando querían una pizza?, ¿cómo compraban boletos de avión?, ¿cómo reservaban hoteles para viajar? Si lo hubiera permitido, la letanía de preguntas infantiles hubiera seguido hasta el anochecer.
Pero esa conversación me puso a pensar en todo lo que hoy en día hacemos a través de nuestros dispositivos móviles.
Compramos comida, reservamos viajes, consultamos las experiencias de otros viajeros y hasta buscamos hospedaje gratuito o barato o compartimos automóvil para reducir costos. Y todo eso lo hacemos desde nuestro pequeño e inteligente teléfono.
Por ejemplo, tal vez si en aquel viaje lejano de 1998 hubiera tenido la tecnología que hoy tengo a mi alcance, habría sabido que la cuna que la señorita de la agencia de viajes reservó para hacerme pagar un boleto más caro en el avión, sería inapropiada para la edad de mi hijo que ya no cabía cuando me la mostraron en el vuelo.
También habría podido adivinar que la posada que reservamos a ojos ciegos en Sevilla no tenía calefacción y que el servicio quedaría grabado en la memoria como uno de los peores de la historia.
Hoy en día no podría imaginar planear un viaje sin la ayuda de las múltiples aplicaciones que he descargado en mi teléfono móvil. El primer paso, la compra de los boletos de avión. Si bien las aerolíneas tienen ya casi todas sus aplicaciones para ingresar directamente, también existen aplicaciones que te permiten comparar precios entre aerolíneas o incluso diseñar itinerarios con aerolíneas diversas para reducir los costos del vuelo.
El segundo paso, el hospedaje. Tal como lo han demostrado aplicaciones como Trivago, Hoteles, Bestday, Booking o Despegar, el mismo hotel puede tener una considerable variación de precio dependiendo de factores como la frecuencia de compra del usuario, las veces que ha interacutado en las aplicaciones o las calificaciones que ha otorgado o recibido al hacer una transacción.
Ahora que si se busca una opción distinta y barata, siempre están sitios como airbnb o couchsurfing que están basadas en principios de economía colaborativa.
El siguiente punto, decidir la ruta, los lugares a visitar, la agenda del viaje. Para ello hay cientos de opciones de mapas, aplicaciones de sistemas de transporte locales, guías de viaje con recorridos virtuales, cientos de blogs con experiencias compartidas, rutas alternativas para viajeros que buscan experiencias únicas, aplicaciones para rentar automóviles o bicicletas, etcétera.
Después, vencer la barrera del idioma. En mi lejano primer viaje a Europa, iba cargando dos diccionarios, uno de italiano y otro de portugués. Además fue necesario realmente tratar de aprender el idioma de los países a los que visitaría. Hoy en día eso ya no es importante. Existen tantas aplicaciones como lenguas en el mundo, con traductores automáticos en línea y offline también. Basta con teclear la palabra o frase que uno quiere traducir y en un segundo, parecerá que está conversando en lengua nativa.
La información para definir rutas dentro del país o continente que estamos visitando también puede encontrarse gracias a diversas aplicaciones móviles. Una excelente opción es Blablacar, el servicio de autos compartidos que ha revolucionado la forma de trasladarse en todo el mundo y en muy poco tiempo. También está Uber, el servicio que sirve de puente entre los prestadores de servicio de taxi o choferes privados, y los usuarios que están dispuestos a contratarles.
Ni hablar de las aplicaciones sobre restaurantes. Son infinitas. Hellofood, Yelp, Tripadvisor, en fin, y todas pueden resultar útiles en algún momento.
En algunas ciudades incluso los gobiernos locales han desarrollado aplicaciones para barrios históricos o turísticos en particular, como las que lanzó el gobierno del Distrito Federal en torno al Centro Histórico o a la zona de la Merced, y hasta del Mercado de la Central de Abastos.
Por supuesto están las aplicaciones para controlar tu consumo de datos de internet, las tarifas de tu plan contratado y medir tu tiempo de navegación, pues como vemos, el internet se vuelve el recurso más valioso para los viajeros 3.0 que simplemente ya no pueden moverse sin consultar alguna de las aplicaciones descargadas en sus dispositivos móviles.
Quien diga que el futuro de la industria de viajes está en las aplicaciones, no sabe lo que dice. Las aplicaciones no son el futuro, son por mucho, el presente de los corazones viajeros.