Pues bien, resulta que entre los cinco primeros lugares de este codiciado ranking en 2014 están tres de mis países favoritos del mundo y los otros dos siguen siendo mis grandes pendientes. En sus territorios están esos destinos que sabes que tienes que visitar al menos una vez en la vida.
Así que comenzaremos en cuenta regresiva, del quinto al primer lugar de los países más visitados por los turistas durante 2014 y les contaré algunas de mis cosas favoritas en los que ya he visitado y en los que no, pues algunas de las cosas que otras personas me han recomendado ampliamente.
La bella Italia
Ya sea porque quiere comer hasta hartarse o por sus antiquísimas ruinas romanas o por ser la capital mundial del diseño o porque usted sea un enamorado de los canales de Venecia o Navigli, lo cierto es que Italia es un destino al que pocas personas se resisten. Ciudades como Florencia, Venecia, Roma o Milán están siempre incluidas en los itinerarios de los agentes de viajes que ofrecen conocer toda Europa en 7 o 15 días (algo que a mí en lo personal me sigue pareciendo aberrante y cercano a la publicidad más engañosa). ¿Qué recuerdo yo de Italia? La comida me gusta pero me cansan tantos carbohidratos, prefiero siempre dejar un generoso espacio para el helado que, ahí sí sin lugar a dudas, es el mejor del mundo. ¿Mi mejor anécdota en Italia? creo que la primera vez que me dijeron que tomaríamos un café. Llegué a una barra atestada de personas que gritaban muy fuerte y pedían café. No había mesas ni sillas, nadie parecía querer hacer sobremesa o siquiera cruzar palabras. Cuando me sirvieron mi espresso italiano, mi acompañante y guía se lo tomó con la misma certeza, rapidez y decisión que los mexicanos nos empinamos un caballito de tequila. Yo, por imitación hice lo mismo y el resultado era de esperarse: mi lengua con quemaduras de segundo grado, la que por fortuna solo varios conos de helado después no se curó pero al menos se adormeció mientras acumulaba calorías ocultas bajo mi vestuario invernal en Roma.
Otra anécdota por supuesto tiene que ver con el escaparate de belleza masculina que es este país. Hacia donde una desvíe la mirada encontrará a algún chico digno de portada de revista de moda. No se si es su cuerpo, o sus facciones y torneada musculatura que nos recuerdan las esculturas de Miguel Ángel, lo cierto es que son un deleite a la vista. Sin embargo, unos centímetros más de cerca, los italianos huelen mucho peor de lo que su buena pinta me hacía imaginar, su galantería raya en el acoso machista y si están montados en una motocicleta, por más sexy que esto nos resulte, se convierten en neuróticos capaces de cometer cualquier atropello, literalmente. Así que en Italia aprendí que en algunos países, las apariencias engañan.
Sudor, ajo y té verde
El cuarto lugar de la lista lo ocupa ni más ni menos que el gigante asiático. Yo jamás he visitado China y hasta hace poco creía que podría tranquilamente morir sin visitarla, no me robaba el sueño. Sin embargo, cuando mi mejor amigo me contó lo que China le había enseñado de la vida cambié de opinión. Primero que nada, el recuerdo más fuerte que viene a su memoria es el aroma de ese enigmático país. “China huele a sudor, ajo y té verde” me contó, aclarando que los chinos suelen no utilizar antitranspirante y eso, se respira en el ambiente. Es bien sabido que el ajo y las especias forman parte de la gastronomía china por ello no me extraña la referencia al ajo y por supuesto, al té verde, la bebida preferida de los chinos. Pero lo que realmente me hizo pensar en que no puedo morirme sin visitar este país oriental fue que él dijo: “nosotros somos apenas un pequeño ladrillo de esa gran muralla”.
Es cierto, China tiene una cultura milenaria, su gente lo sabe y se enorgullece de ella. Una mirada occidental como la nuestra puede sentirse maravillada ante la Gran Muralla, pero también ante sus noches repletas de luces de neón, ante su hospitalidad, sus cigarrillos como muestra de amistad, sus escupitajos sin pudor, sus siestas libres, sus ganas de ayudar al visitante y sí, también su aroma a sudor, ajo y té verde.
La Madre Patria
El tercer puesto es para un país que realmente se siente como estar en casa. No en vano conocemos a España como nuestra Madre Patria y la primera vez que pisé su suelo lo supe bien. Después de haber estado recorriendo Italia por varias semanas, a pesar de ser también un país latino, lo cierto es que anhelaba sentir algo que me recordara a mi casa y mi tierra. España me lo dio, sobre todo porque lo primero que conocí de ese país fue Andalucía, una región sureña donde la gente es cálida y fraternal. Donde las sevillanas pueden realmente encarnar una belleza digna de una imagen religiosa y los andaluces te hacen sentir realmente bienvenido. Llegar a territorio español, hablar castellano, reír escandalosamente, beber vino y cenar carne con patatas con largas sobremesas fueron las cosas que más huella dejaron en mí. La belleza incomparable de Málaga, soleada aún en pleno otoño, las calles estrechas de Sevilla y sus cuidados parques, la primera vez que sentí que moriría congelada por haber elegido una pensión barata sin calefacción, las casas blancas y techos de teja roja de Badajoz, en la frontera con Portugal, la Plaza de Toros más antigua del mundo ubicada en Ronda, sí ese pueblito enclavado en la Sierra Morena donde unos ancianos nos abrieron las puertas de su mundo para darnos asilo. El aroma de los churros calientes recién hechos y el chocolate espeso de cada mañana, el sabor de su Fabada y su paella, los bocadillos de la Plaza Mayor de Madrid, Las dos Majas en el Museo del Prado, el sonido de los trenes en Atocha, el autobús que me llevó de Sevilla a Lisboa en un viaje interminable.
Lo que España me ha dejado en el corazón ha sido, por encima de todo, amigos entrañables. Gente con la que bebíamos cañas y compartíamos castañas recién tostadas cuando el invierno ya tocaba la puerta. Personas con las que reímos fuerte cuando yo no podía entender lo que decían los andaluces por su peculiar acento sureño. Hogares donde hasta hoy, casi 17 años después, mi familia y yo seguimos teniendo un lugar en su sofá y en su corazón.
El vecino del norte
Estados Unidos fue el segundo país más visitado del mundo en 2014 y para sorpresa de muchos, yo no he pisado nunca territorio yanqui. ¿El motivo? No lo se. Hace muchos años era ideológico, después económico, posteriormente fue la desidia la que postergó o simplemente rechazó las oportunidades de viajar al país vecino del norte. Nunca he tramitado la visa norteamericana, pensar en pagarle a una embajada sólo por tener una cita sin garantía alguna de obtener el documento me ha detenido. Literalmente, me duele el codo. Tal vez en el fondo sea mi eterno espíritu contradictorio pues en México casi todos tienen al menos un vínculo con Estados Unidos y mucha gente ha estado allí, al menos una vez en la vida. Yo no soy una de esas personas.
Sin embargo, uno podría sentir que ya lo conoce y es que ¿no todas las películas que vemos se sitúan en Nueva York, Los Ángeles, San Francisco, Washington, Minnesota, Las Vegas, Chicago o Seattle? ¿No son los taxis amarillos, el puente de Brooklyn, el Subway, el letrero de Hollywood, el Capitolio, el Obelisco, el Gran Cañón, los letreros neón y las casas de juego, los tranvías en las colinas o la nieve cubriendo los porches de las casas parte ya de nuestra educación visual?
Lo cierto es que puedo morir sin visitar Florida, de verdad, me quedaría tranquila y sin problema. Tampoco me atrae Texas, pero sí me dolió perder Nueva Orleans. Cuando el huracán Katrina la devastó, lo primero que pensé fue: “y yo nunca fui”.
Así que no me extraña que esté en el segundo lugar del ranking porque seguramente no soy ni la primera ni la última que sabe que no puede dejar este mundo sin al menos haber comido un Hot Dog en Gray’s Papaya, algo de lo más famoso de Nueva York, o sin haberse subido a un tranvía en San Francisco, sin haber escuchado a algún músico en Nueva Orleans, recorrer las calles de Beverly Hills con la esperanza de encontrar a alguna estrella de cine o hacer ángeles de nieve en Minnesota o esquiar en Denver. Es cierto, Estados Unidos no es mi país preferido. Detesto su comida, no me enamora su cultura ni su eterna intolerancia, sin embargo, nadie puede negar que en el camino de la vida, es una parada obligada.
Francia, la pluis belle
¿Qué puedo decir de Francia si no me canso de decir lo enamorada que estoy de su ciudad más hermosa y sofisticada? Pues no lo se. ¿Ya he dicho que podría morirme con una sonrisa dentro de alguna panadería francesa con piezas recién horneadas a primera hora? ¿Que me encanta el metro aún con el golpe de nariz que me dio el penetrante olor a orina rancia en la Gare du Nord la primera vez que visité París? ¿Que me quedé perpleja ante el desafiante diseño del Centro Georges Pompidou y maravillada con la vista que desde su terraza pude tener de los famosos tejados parisinos? No puedo negar que si algo amo de Francia son sus vinos, sus quesos y su pan. Es la tierra perfecta para el hedonista irremediable. Buena bebida, exquisita comida, el mejor queso, los hongos más variados y exóticos que pueda uno pensar, las mermeladas… ¡ahhh las mermeladas! y el mayor tesoro: desayunar un brioche con nutella cada día al despertar son sólo algunas de las cosas por las que no me canso de visitar Francia.
La Costa Azul, el Festival de Cannes, las playas rocosas de Bretaña, la sofisticación y la alta costura de París se suman a la arquitectura moderna de La Défense, las casas de cuento de Alsace y su vino caliente, sus mercados de navidad, sus montañas y, sin temor a equivocarme, puedo decir que no he mencionado ni 0.01% de lo que hace que Francia haya sido, sea y siga siendo el país número uno en este Ranking y que, aunque no creo que sea el único, lo importante para mí es que es el país que se ha quedado con mi corazón y al que yo decidí llevar en la piel.