El fin de semana pasado, mis amigas y yo viajamos a Guanajuato. La última vez que estuve allí fue en 2012, cuando asistí al encuentro gastronómico Madrid Fusión México.
Guanajuato siempre me resulta una delicia, es como un viaje al pasado por el trazo de la ciudad entre las montañas, sus túneles y callejones, y por supuesto sus plazuelas y escalinatas.
Y es que no en vano, Guanajuato ha sido nombrado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Situada en un valle pintoresco y rodeada de montañas, es también conocida como la ciudad de las ranas, de hecho ver colgados algunos souvenirs de estos anfibios de cerámica en los balcones me recordó al barrio de Naviglia, en Milán que, cuando lo conocí, tenía una instalación de ranas gigantes colgando de los balcones tradicionales.
Pero en Guanajuato el vínculo con las ranas tiene más que ver con su geografía, y es que los primeros habitantes de esta ciudad siempre creyeron que la forma de su terreno montañoso era similar al cuerpo de este anfibio.
Yo no tenía idea de que la familia de mi amiga Graciela era originaria de esta hermosa ciudad minera fundada en 1559. En el siglo XVII fue descubierta la plata en la región y un siglo más tarde surgió la mina La Valenciana, una de las minas más ricas y productivas del mundo. El dinero no faltaba en aquellos años y como legado de la riqueza nos quedó una exquisita arquitectura de influencia europea en estilos neoclásico y barroco que, hasta la fecha, sigue siendo el mayor atractivo de la ciudad.
El Templo de San Cayetano, que se encuentra a un lado del yacimiento, se erigió como monumento a la abundancia y las riquezas extraídas de la mina.
Los cientos de callejones empedrados que rodean al Centro Histórico de la ciudad acentúan en sabor español de la ciudad. Y el toque contemporáneo distinguido se lo dan las muchas plazas arboladas que están plagadas de cafés, restaurantes, neverías y bares para pasar las tardes y noches templadas de la recién llegada primavera.
Caminando por las plazas del centro observé varios letreros con la leyenda “Se Renta” en los balcones y allí surgió la idea de pasar un verano entero en esta ciudad donde parece haberse detenido el tiempo para atrapar a la belleza que podía observar a cada paso.
Un verano entero escribiendo y admirando nuestro pasado europeo y los recuerdos de la opulencia heredada. ¡Ya me vi! le dije a mis amigas.
Guanajuato es también la sede del Festival Internacional Cervantino, el encuentro cultural más importante de México, aunque debo reconocer que las veces que asistí a ese evento, jamás pude disfrutar la ciudad como lo hice el pasado fin de semana, aunque la visita haya sido express.
Por supuesto que visitar la ciudad de Guanajuato es también una oportunidad imperdible para recorrer los alrededores. Dolores Hidalgo, cuna de la independencia de México y San Miguel de Allende, un pueblo mágico tan pintoresco que parece salido de un cuadro de Diego Rivera, quien por cierto es originario de esta ciudad, o de algún relato del realismo mágico.
Mientras caminábamos hacia las escalinatas de la universidad, que más que a España, me recordaron a Roma, la capital italiana, yo seguía imaginando mi verano de retiro literario en esa ciudad donde claro, podría recibir a algún caballero visitante de fin de semana con quien me gustaría perderme en el famoso Callejón del Beso, ese lugar tan estrecho que las parejas podían besarse desde balcones opuestos.
Las noches de leyendas, las callejoneadas y las tradicionales serenatas con música de estudiantinas y rondallas son parte del folclor colonial de la ciudad, así que resultaba difícil no imaginarse alguna escena romántica en esas estrechas calles.
Finalmente, mis amigas y yo llegamos a las escalinatas de la Universidad de Guanajuato, una de las más antiguas del estado, donde nos tomamos la típica fotografía del recuerdo, levantando los brazos para atrapar todo el conocimiento del recinto que teníamos a la espalda.
Fue una visita muy rápida pero sin duda, estamos planeando volver, y muy pronto. Yo para tener mi verano de retiro y poder concluir el proyecto de mi primer libro y mis amigas, para visitarme y sacarme a reír a carcajadas, a montar en nuestras motos y a sentir la magia de la historia aprisionada en los viejos muros que forman cada uno de los callejones de la ciudad de Guanajuato.