En mi opinión, el primer requisito que México le pide a aquellas personas que quieren conocerlo es tener la disposición y la capacidad de abrir sus sentidos en pleno. Así que, para continuar con las recomendaciones de destinos nacionales para las escapadas decembrinas, esta semana les invitaré a un recorrido por Yucatán, pero con todos los sentidos… ¿me acompañan?
El amor entra por los ojos
Hace 18 años que comencé a recorrer los caminos de mi México y, curiosamente, uno de los estados que me tardé más en conocer fue aquel que tenía fama de ser deliciosamente bello. Y es que si algo sobra en Yucatán es belleza. Los ojos no sabrán para dónde voltear.
Para comenzar, Mérida tiene una singular arquitectura afrancesada, particularmente a lo largo del Paseo Montejo y en las calles del Centro Histórico. Existen rincones sencillamente majestuosos para enamorar a cualquiera como el legendario y tradicional Gran Hotel, en pleno centro. Se trata de un bello edificio en estilo francés neoclásico construido en 1901, con tarifas accesibles y excelente trato.
Y para los amantes de la arquitectura y la estética, la iluminación arquitectónica que en 2012 se colocó en los edificios más emblemáticos del centro histórico de Mérida hará que sea difícil no quedar atrapado por el atractivo visual de esta ciudad yucateca.
Fuera de Mérida, los ojos siguen teniendo alimento, en las bellezas naturales de los cenotes sagrados, los manglares repletos de aves, las parvadas rosadas de flamencos volando casi al ras del agua, las playas rocosas o los inigualables atardeceres en Celestún o Ría Lagartos.
Los sabores del paraíso
Sin lugar a dudas, la comida es una de las razones más fuertes para visitar Yucatán. Olvide todo lo que los restaurantes yucatecos en cualquier otro lugar del país le han dicho que es la comida de esta tierra. Una cochinita pibil jamás sabrá igual cuando se come en alguna pequeña fonda casera de cualquier lugar de este maravilloso estado. Ni que decir de los tamales, en particular mis favoritos son los vaporcitos. La variedad es infinita, sopa de lima, relleno negro, pollo en escabeche… pero yo tengo mis dos platillos en la cima: el pan de cazón que en el mercado de Puerto Progreso me comí por menos de 35 pesos y que me alcanzó para comer y cenar, y las deliciosas marquesitas que acompañaron mis atardeceres lo mismo en la plaza pública de Mérida que en el malecón de Progreso.
Pero una duda sí que tengo. ¿Qué tiene de especial la Longaniza de Valladolid? Les juro que me sabe igual que la longaniza que como en Chilangolandia… perdón por mi ignorancia culinaria pero por encima de todo la honestidad.
Y otra gran pregunta que nunca pude resolver es: ¿por qué teniendo una gastronomía tan vasta y exquisita los yucatecos comen para navidad un horrible sandwich gigante de jamón, queso y ¡mermelada!?
Pues sí, por alguna inexplicable razón, en navidad y en ocasiones especiales se consume este platillo que, con todo respeto por las tradiciones yucatecas, a mí no me provocó el menor agrado.
Pero bueno, fuera de ese capítulo inexplicable, la comida yucateca es una de las más ricas, variadas y suculentas de todo el país. Si de repostería se trata, nadie puede visitar Yucatán y no comer los deliciosos postres y pasteles de Tere Cazola, que ahora ya tiene hasta franquicias en todos lados.
Otra cosa inexplicable es que, teniendo una pastelería tan exquisita como esa, en el aeropuerto uno vea a los yucatecos llegando en vuelos desde cualquier lugar del país, cargando cajas de donas de Krispy Kreme.
En Mérida también existen opciones cosmopolitas y novedosas para los que buscan variedad y proteger un poco a su estómago de los condimentos de los platos tradicionales yucatecos. Los dos lugares que yo siempre recomiendo son el restaurante Vida Catrina, que tiene excelentes opciones de desayunos, comidas y cenas a precios muy accesibles, además de tener un diseño relajado y moderno, y contar con música en vivo y excelente ubicación en pleno centro. Y el segundo es Rosas & Chocolate, un lugar mucho más refinado, ideal para una cena romántica o simplemente para reunirte con los amigos, tomar un buen vino, una cena deliciosa y escuchar jazz en vivo.
Las notas de Yucatán
Si lo nuestro son los sonidos, Yucatán te enamorará también con su diversidad de aves cantando al atardecer en cualquier parque o plaza pública, con su tradicional trova yucateca, con el sonido del mar en sus playas o incluso, con el silencio imponente de sus zonas arqueológicas. Para los amantes de la música, es toda una experiencia asistir a un concierto de la Orquesta Sinfónica de Yucatán, pero también lo es visitar alguno de los bares de moda donde se puede escuchar desde lo más novedoso hasta buenos exponentes de trova o rock en español. Opciones hay para todos los gustos. Pero sin duda, la mejor música es la de las voces de los yucatecos en las charlas cotidianas. Su acento único convierte las conversaciones en melodías.
Y, ¿a qué huele la belleza?
Al ser una tierra tan diversa, Yucatán huele a flores y frutas, a especias y brisa marina. A tierra mojada en el campo, a sal y arena en la playa pero en la ciudad, en el corazón de Mérida, existe un rincón casi desconocido para los amantes de los placeres olfativos. Su nombre es Coqui Coqui y se trata de una pequeña perfumería escondida dentro de una casona espléndida ubicada en el 516 de la calle 55.
Francesca Bonato y Nicolás Mallevilleya tenían hoteles, restaurantes y perfumerías en Tulum, Valladolid y Cobá, pero el concepto es completamente diferente. La perfumería de Mérida debía tener un concepto acorde con el inmueble que la albergaba, así que el despacho Estilo Arquitectura, firma con amplia experiencia en intervención y restauración de inmuebles históricos la transformó en 2011 en una elegante boutique que más bien parece un umbral a la Belle Époque francesa, un viaje al pasado europeo que guarda la historia de esta ciudad.
Se trata de una construcción que data de 1903, edificada durante el porfiriato henequenero, periodo en el que el gusto afrancesado del general Díaz influyó en las clases altas de la época, un estilo que hoy es parte de la identidad arquitectónica de la Ciudad Blanca.
Cuando uno cruza la puerta, ya no huele a Mérida, huele al París de principios del siglo XX, y uno se siente protagonista de esa película de Woody Allen, aunque aún no sea la medianoche.
Viajar con la piel
Pero si hay un órgano con el cual se pueda vivir la experiencia yucateca, es con la piel. El clima, que en verano puede ser desgastante por superar los 40 grados con altos niveles de humedad, es lo primero que nuestra piel va a sentir al llegar a tierras yucatecas. Si se quiere sentir en carne propia la arquitectura maya y su legado, basta con visitar el Gran Museo del Mundo Maya y subir a La Ceiba, una estructura gigante de metal, construida de tal manera que se logra reducir la temperatura hasta 10 grados que a ras de banqueta, sin utilizar ningún tipo de clima artificial, lo cual se vuelve un oasis para los visitantes. Esta maravilla la logró el despacho Arquidecture, que estudió a detalle la herencia maya sobre arquitectura bioclimática y la aplicó en uno de los edificios más modernos y cosmopolitas de la ciudad, inaugurado apenas en 2012 y que además ofrece uno de los espectáculos de video mapping más impresionantes que he podido presenciar.
Y ya si se quiere tener sensaciones extremas, vale la pena visitar alguna de las haciendas henequeneras que aún funcionan en la región y tocar esta fibra rugosa y resistente que durante mucho tiempo dotó a esta tierra de bonanza económica.
Yucatán es el estado que más me tardé en visitar, pero confieso que es al que más he buscado volver pues es de esos destinos que tienen todo para que los que llegan no quieran irse jamás.