Durante la semana que hoy concluye fuimos testigos de cómo las redes sociales se llenaron de imágenes que comparaban cómo se veían las personas en 2009 y cómo lucen ahora que estamos casi por concluir el primer mes del 2019. Obviamente yo no me quería quedar atrás y me puse a buscar alguna fotografía. Entonces caí en cuenta de que a principios de 2009 todavía no tenía cuenta en Facebook ni usaba un teléfono inteligente para registrar cada comida, cada viaje, cada momento.
Esto me motivó a reflexionar sobre cómo también ha cambiado la manera en la que viajamos en los últimos 10 años.
En septiembre de 2008, cuando mi hijo Diego no había cumplido siquiera 1 año, recibí una beca para asistir a un seminario de periodismo en la ciudad de Montevideo, en Uruguay. De ese viaje tengo muchos momentos gratos para recordar. Conocí a muchos colegas de todo el continente, recorrí una hermosa ciudad en clima lluvioso, visité su famosa rambla y caminé por ahí, también entré al estadio de fútbol más antiguo del mundo, bebí y comí en el mercado del Puerto, donde solían ir Mario Benedetti y Eduardo Galeano pero no tengo una sola fotografía de ese viaje. Recuerdo haber llevado una cámara digital muy básica, misma que años después tuve que vender en una de mis muchas crisis económicas. ¿Dónde descargué esas fotos? Uy pues creo que todavía existía Hi5 y tal vez ahí hayan quedado arrumbados, perdidos en el mundo digital mis memorias viajeras.
Al año siguiente, en 2009, me compré mi primer teléfono con cámara. Las fotos que aún tengo de ese tiempo son horribles. Pixeleadas, sin primeros planos. Simplemente un desastre. En diciembre de 2009 fui de vacaciones familiares a Veracruz y las fotos que encontré las tomé con la misma cámara digital básica que un año antes me acompañó a Uruguay.
A pesar de esto, recuerdo casi cada detalle de esos viajes y , si bien lamento no tener fotografías, lo cierto es que atesoro los momentos en mi memoria como tal vez hoy no lo hago.
Hoy tenemos tantos dispositivos a nuestro alcance que es difícil decidir con cuál tomar la foto, aunque la mayoría de las veces terminamos simplemente sacando nuestro smartphone y haciendo click para de inmediato compartir el momento con el mundo.
Cuando Instagram apareció en mi vida era casi 2012 y eso fue porque ya tenía una blackberry, que aunque tomaba unas fotos horribles, me permitía compartirlas casi de inmediato. Poco después tuve un ipod touch y eso mejoró mi experiencia y aumentó la cantidad de fotos que posteaba. Así llegó mi primer viaje a París y mis primeros experimentos de galería viajera. Lo cierto es que ahora veo esas fotos y realmente podrían ser en cualquier lugar y no necesariamente son un registro de los lugares emblemáticos de París, sino de los momentos emblemáticos que yo viví en aquel viaje.
Así cambió la fotografía de viajes. Ya no se trataba de registrar una visita en un lugar obligado, sino de poner a la vista de todos tu propia mirada, tu sello personal, tu manera de vincularte con el destino que estabas visitando.
De 2012 a la fecha han pasado 7 años y muchos viajes. Hoy en mi galería de Instagram tengo fotos de Ámsterdam, Río de Janeiro, Madrid, Paris, y por supuesto, de muchos hermosos rincones de México. Hoy abundan los selfies, los filtros y las aplicaciones. Tengo fotos que me recuerdan hasta la temperatura que hacía una fría mañana en la que miraba el río Sena desde la ventana de mi hotel en 2014 y sin embargo, creo que tengo menos recuerdos de los detalles.
Una década. Muchos avances tecnológicos, nuevas formas de relacionarnos con el mundo y al parecer, la gente viaja mucho más que antes, o al menos, lo comparte más pero ¿qué ha pasado con nuestra memoria en estos últimos 10 años? Una reflexión que les dejo sobre la mesa.