Esta semana se dieron a conocer los nombres de las personas ganadoras del Premio de Periodismo de la Fundación Gabriel García Márquez, en Colombia. Llamó mi atención especialmente el trabajo colectivo que dos medios, uno colombiano y uno venezolano, hicieron sobre un fenómeno que está impactando seriamente a Sudamérica: el éxodo de venezolanos buscando una mejor calidad de vida en otros países.
El principal destino de la migración venezolana, derivada de la asfixiante crisis económica que se vive en el país gobernado por Nicolás Maduro, es Colombia. Hace pocos días una amiga me contó que la inseguridad en Bogotá se ha incrementado considerablemente debido a la alta cantidad de personas venezolanas que viven en situación de calle en la capital colombiana y que, tristemente, al no encontrar empleo, se ven tentados por las actividades ilícitas como el robo a transeúntes. Allá no se puede sacar el celular, dice mi amiga, porque te lo pueden simplemente arrebatar en cualquier calle.
El trabajo periodístico galardonado lleva el título de “Venezuela a la fuga” y trata de recorrer las rutas más comunes que usan los migrantes venezolanos para salir de su país. La historia más larga que se cuenta en video, es un mini documental que narra la historia de una enfermera que sale con rumbo a Lima. Los periodistas viajaron con ella mientras va relatando los motivos de su viaje, sus expectativas, la vida cotidiana de hambre y carencias que se lleva en Venezuela, además de ir retratando la travesía de más de 40 horas para que ella pudiera primero llegar a Ecuador y luego, de allí trasladarse a Lima, en Perú.
Su sueño era trabajar como enfermera, como profesional de la salud, que es lo que estudió en su país. Al final, el documental nos relata que trabaja en un Call Center y que todavía no ha podido cumplir su sueño de sacar a sus hijos y esposo para que la alcancen en Lima.
Otra historia es la de una pareja de jóvenes cuyo destino final es Buenos Aires, Argentina, que se ha convertido para los venezolanos en lo que Miami fue en su momento para los Cubanos. Y sí, hay similitudes con Cuba, al grado de que los venezolanos que salen con destino a Curazao en lancha ya son conocidos como “los nuevos balseros de Latinoamérica”.
Pasé todo un día viendo videos, leyendo crónicas, mirando infografías y cifras con datos alarmantes de esta migración masiva generada por una crisis humanitaria que está llevando al colapso a Venezuela y metiendo en aprietos a los países receptores de migrantes. La mayoría son migrantes calificados, profesionales, gente con estudios y competencias que en cualquier lado deberían ser suficientes para garantizarles una vida digna, sin embargo, que el fenómeno sea masivo y que no existan políticas públicas enfocadas a dejar de criminalizar la migración, hace que estas personas hoy en día tengan que vivir en las calles de Bogotá, o ejerciendo la prostitución en pequeños pueblos del Caribe colombiano, o trabajando en puestos menores en ciudades como Lima, Santiago, Buenos Aires o Quito.
¿Por qué se van? La respuesta siempre es la misma: por comida. Venezuela, un país que en tiempos remotos fue de los más ricos de la región por su ya sabido poder petrolero, hoy está mirando como sus hijos se van en masa, y cómo los que quedan -niños y ancianos- no tienen más remedio que seguir padeciendo hambre, escasez de medicinas, racionamiento de la energía eléctrica y angustia por el incremento de la violencia, particularmente en las ciudades.
Viajar a Venezuela, algo que podría ayudar a la gente, se ha vuelto también algo peligroso, pues ante la inverosímil inflación venezolana, cualquiera puede arriesgarse a coger un arma para robar a alguien por arrebatarle unos cuantos dólares.
Ver y leer todo esto sobre Venezuela me hizo recordar que no, no siempre hacer una maleta es sinónimo de alegría y excitación por conocer nuevos destinos y vivir nuevas aventuras. Las maletas que los venezolanos hacen, esas en las que cabe su vida entera, son las más tristes que haya visto hace mucho tiempo.