También he dicho aquí que no me gustan las listas pues son frías, subjetivas y pensadas en turistas, no en viajeros.
Sin embargo me atrajo el listado específicamente por el destino ubicado como el número uno y, por supuesto, por el número 3. El primero es Bali, en Indonesia.
No sólo me pareció atractivo por ser un destino lejano, exótico y oriental, con una cultura completamente diferente a la mía. En realidad lo que me atrajo de Bali fue recordar la historia de Comer, Rezar y Amar, sí aquella en la que una periodista de viajes (cualquier referencia autobiográfica es mera coincidencia) decide abandonar todo tras divorciarse para emprender un viaje de búsqueda personal.
¿Qué buscaba Liz, la protagonista de esta historia? Sí, se llama como yo, otra coincidencia ¿qué le vamos a hacer?
Lo cierto es que Liz buscaba la felicidad, pero cuando inició el viaje simplemente no lo sabía. Y es que la felicidad puede ser algo tan anhelado y a la vez tan reprimido. Quizá nos de pena que nos consideren románticos, infantiles o pueriles pero no creo estar equivocada.
Mucha gente se hincha de orgullo cuando se lanza a una aventura para buscar éxito, fama, fortuna, un mejor trabajo, un nuevo grado académico, pero ¿cuántos hemos dicho “me voy a hacer un posgrado a Francia porque eso me hace feliz”? No se ustedes pero yo no suelo escuchar la palabra felicidad o alguna relacionada en los planes de los viajeros.
Tal vez viene implícito o nos han enseñado a creer que la felicidad se obtiene justo con la acumulación de experiencias, objetos, souvenir, fotos de instagram, sellos en el pasaporte, grados académicos, amores furtivos de viaje pero ¿y si todo aquello no fuera suficiente?
Liz pasó la primera parte de su viaje en Italia, un lugar donde muchos pensarían que la felicidad es fácil de conseguir. Buena comida, deliciosos vino y mucho sexo pues nadie niega que sobre todo para una mujer, Italia es una paraíso de ofertas sexuales con hombres que parecen antiguos dioses romanos. Sí, lo mismo puede pasar en Grecia, Brasil o Cuba, donde la belleza masculina igual es abundante, pero en Italia casi basta con fijar la mirada en el objetivo para cazar alguna presa. Y además hay que tener cuidado de no ser cazada porque si algo hay en Italia en acoso callejero, y pues ya es decisión de cada quien qué hacer con eso. No entraré en temas polémicos porque en mi muy personal experiencia, el acoso es algo que rechazo incluso si es en alguna bella calle empedrada de Italia.
Sin embargo, curiosamente y a pesar de estar recién divorciada, Liz no tuvo romance alguno en Italia, más que con la comida. Me encanta eso del libro. La autora no se enfoca en el típico cliché machista de que las divorciadas salen a cazar como lobos hambrientos a la primera oportunidad. Palomita por eso. Me encanta que la liberación de la protagonista haya tenido más que ver con su autoestima y el poder comer lo que desea sin preocuparse por su figura o por agradar a otros.
Por ello Liz no encontró la felicidad en el primer destino de su viaje, justo porque lo que nos empieza a revelar la historia es, primero, que había un trabajo previo, interno, que ella debía hacer en cosas obvias para poder mirar las cosas profundas. Segundo, porque además de que el libro habría sido muy corto y nadie hubiera comprado los derechos para la película que protagoniza después Julia Roberts, lo cierto es que la felicidad no es algo que se encuentre en una vida de cortometraje. Liz siguió viajando y aunque encontró la paz en India, lo cierto es que la felicidad la encontró hasta que había pasado su proceso interno, su dialogo con ella misma, y la halló en el lugar donde todas sus dudas comenzaron: precisamente Bali.
Para algunas personas, el simple hecho de viajar ya implica felicidad, pero a veces incluso en un mismo lugar, al que vuelves con la esperanza de hallarla, el destino te juega en contra. Y por ello es que particularmente de la lista de TripAdvisor también me llamó la atención el destino número tres, que es la ciudad donde realmente puedo sentirme plena y feliz: París.
No es un secreto, yo sueño con vivir en la capital francesa, viajo allí tan frecuentemente como puedo y además tengo tantos vínculos con Francia, su cultura, su gente y hasta su política que casi no puedo pensar en otra cosa. Sin embargo, en mi último viaje, no tuve una felicidad perenne. Hubo altibajos. Decepciones laborales, nuevas amistades entusiastas, amoríos inesperados, botellas de vino saboreadas, wafles congelados que calmaron el hambre. No fue mi viaje más feliz, sin embargo, me pregunto, ¿la felicidad siempre tiene que ser la misma?
Esta semana conocí a una persona increíble. Ella tuvo la fortuna que yo no tuve. La cigüeña la dejó en paz y sólo la entregó a unas cuadras del centro de reparto. Nació en París. Obviamente, si yo sueño con esa ciudad cada día, me parece increíble que cada vez que conozco a un parisino expatriado me diga que le encanta vivir en México, por ejemplo.
Mi nueva amiga se llama Kenza y hace 10 años decidió venir a México para aprender español, hacer unas prácticas profesionales y luego volver a su país. Eso jamás pasó. Bueno, sí ha vuelto pero sólo de visita pues México la enamoró profundamente y ya no pudo soltarlo. A ella le pasó con mi ciudad natal lo que a mí con la de ella. Hemos concluido que tal vez tuvimos vidas anteriores cruzadas y hemos reído mucho al decirlo.
Sin embargo, lo que me une a Kenza va más allá de este cruce de enamoramiento entre ciudades. También es un sueño. Ambas apostamos construir un proyecto de vida alrededor de una misma búsqueda: historias de felicidad.
Kenza realizó un viaje por el mundo, simplemente preguntando a las personas ¿qué es lo que a usted le hace feliz? Fueron las mismas cinco preguntas, muy específicas, pero realizadas a gente de todas las razas, estratos sociales, ocupaciones y en los cinco continentes. Al tiempo que hacía las entrevistas, fotografiaba los lugares buscando un elemento común: el color rosa.
Claro, la referencia evidente de alguien nacido en París es la famosa canción “La Vida en Rosa”, título que además, Kenza decidió dar a la exposición fotográfica que todavía hasta hoy puede verse en el Centro Cultural José Martí, de la Ciudad de México.
Ahora ella trabaja en las siguientes etapas de su misión en pro de la felicidad: la elaboración de un libro a partir de las respuestas conseguidas durante su expedición y la realización de entrevistas a personas comunes y corrientes en la Ciudad de México, a quienes les invita a ponerse unos lentes rosados y mirar la vida justo, a través de un cristal color de rosa.
¿Es utópico querer ser feliz? ¿Es infantil apostar tu vida y tu sueño profesional a transmitir alegría y pensamientos positivos a las personas? De ningún modo. Anoche decíamos que ambas, yo en mi afán por hacer lo que llamo “periodismo de la felicidad” y ella con “La Vida en Rosa” en realidad perseguimos lo mismo. Somos dos personas que necesitan este toque de locura y utopía para continuar en medio del manicomio que representa la vida cotidiana de quienes viven el lado oscuro de la vida.
La realidad está allí. Nadie la niega. No se trata de volver invisibles las tragedias, las injusticias, la desigualdad o el dolor. Lo que la gente loca que, como nosotras, busca la felicidad recorriendo el mundo en busca de historias esperanzadoras desea en el fondo, es sólo invitar a que se mire la realidad en toda su gama de grises, porque no todo es ni blanco, ni negro… ni rosa. Ahora te pregunto, ¿cuántos colores has usado en la paleta de tu vida? ¡Felices viajes!