El oficio de laudero lo aprendió en Paracho, Michoacán, y desde hace 46 años vive y trabaja en Cuernavaca.
“Hace como unos treinta años se vendía mucho la guitarra porque en las secundarias y preparatorias había clases de música y se formaban rondallas y estudiantinas, pero con los años desaparecieron y ahora se vende poco”, platica.
Bardomiano dice que sólo repara y barniza, no fabrica guitarras, porque ya no ve bien y para hacer un buen instrumento se necesita precisión.
“Antes, alrededor de la boca de la guitarra y en el diapasón se hacían incrustaciones de maderas preciosas y concha nácar, ahora sólo les pegan calcomanías chinas”, explica.
Le gusta su trabajo porque le llevan guitarras maltratadas y él las repara y las deja bonitas y sonoras, para que de ellas salga música para alegrar a las personas.
Este oficio lo enseñó a su hijo, quien tiene un taller similar en Cuautla.